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Rafael Lucas | Arquitecto y Catedrático de Ingeniería de la Edificación

“La normativa de patrimonio es, a veces, muy radical. Hay que buscar un equilibrio”

  • Acaba de recibir la Paleta al Mérito Constructivo en reconocimiento a sus cuarenta años de enseñanza en la antigua Escuela de Aparejadores y Arquitectos Técnicos

Rafael Lucas, durante la entrevista.

Rafael Lucas, durante la entrevista. / Juan Carlos Muñoz

Rafael Lucas (Granada, 1950) lleva enseñando casi cuarenta años en la Escuela de Ingeniería de la Edificiación de Sevilla (antes llamada de Aparejadores y Arquitectos Técnicos) y sigue conservando la pasión por lo que hace. El truco, según confiesa, “es enamorar a los estudiantes con los temas. El conocimiento entra por el corazón”. Este arquitecto y ‘flâneur’ por Cádiz y sus azulejos vive en una casa de Jesús del Gran Poder de hechuras isabelinas, con casapuerta y patio central, que adquirió al alimón con un compañero cuando en el barrio había más ‘yonkis’ que ‘hipsters’. Su larga trayectoria le ha hecho merecedor de la Paleta al Mérito Constructivo, que es algo así como la Orden de la Jarretera con la que se ennoblece a los grandes maestros de la Escuela de Ingeniería de la Edificación. Como investigador se ha interesado por no pocos asuntos, desde la sostenibilidad de los edificios hasta el urbanismo marginal de Sevilla, pasando por temas más ‘amables’, como la cerámica vidriada en la Plaza de España o la arquitectura del ladrillo visto en Sevilla. Mientras más se acerca su jubilación, este catedrático afable y poco dado a los extremos, está retomando su vieja vocación por la pintura. También prepara una novela de ciencia-ficción.

–¿Ya desde pequeño jugaba a las construcciones?

–Tenía vocación de pintor y arquitecto. Hacía maquetas que escondía debajo de la cama para que mi madre no me las tirase y me gustaban las revistas de decoración. Mi duda fue si estudiar Bellas Artes o Arquitectura, pero mi padre me aconsejó la segunda opción.

–Sabio consejo paterno. ¿Algún maestro en la carrera?

–Ricardo Huete, que fue el director de mi tesis sobre la arquitectura de ladrillo visto en Sevilla.

–Un tema amplio…

–Siempre se pensó que desde los romanos había una larga tradición de construir con ladrillo visto en nuestra ciudad. Sin embargo, en la tesis se demuestra que ya en esta época de la Antigüedad los edificios estaban encalados, aunque con el paso del tiempo se les había caído el enfoscado. En la Edad Media también se blanqueaba, aunque fuese directamente sobre el ladrillo. Será a partir de los siglos XV y XVI cuando empiece la tradición del ladrillo visto debido a la falta de piedra. La arquitectura regionalista será la gran consagración de esta manera de edificar. Durante un tiempo hubo un movimiento romántico que pretendía recuperar el ladrillo visto, creyendo equivocadamente que era lo tradicional. Pasó con la capilla de Santa María de Jesús y a los dos o tres años el ladrillo se estaba cayendo… hubo que volver a enfoscar y pintar.

–Decía que el regionalismo, sin embargo, sí hizo suyo el ladrillo visto.

–Incluso un poco antes, con la Estación de Córdoba, que es de estilo orientalista, no neomudéjar, como se suele decir.

–Yo el primero… ¿Cuál es la diferencia?

–El mudéjar es un estilo específico de aquí, pero la Estación de Córdoba tiene arcos califales, musulmanes, inventados… El edificio de Bankinter, en la Campana, que tiene unos veinte arcos diferentes, es otro ejemplo de este estilo.

–En la arquitectura sevillana contemporánea también ha existido una reivindicación del ladrillo visto, con el edificio de Previsión Española, de Rafael Moneo, como buque insignia.

Los romanos enfoscaban sus casas sevillanas. El ladrillo visto comenzó en los siglos XV y XVI

–Y antes la Universidad Laboral. Desde inicios del siglo XX el ladrillo visto se puso de moda como una alternativa sostenible. Hay otros ejemplos muy interesantes como la Facultad de Matemáticas, de Alejandro de la Sota, en el campus de Reina Mercedes, con el que ganó el Premio Nacional de Arquitectura en 1974. Si el ladrillo es de buena calidad no hay que enfoscar ni pintar, lo que supone un ahorro importante en mantenimiento.

–Pero le da un tono demasiado pardo a la ciudad…

–El problema es que no tenemos piedra para construir edificios monumentales. Quitando el Hospital de las Cinco Llagas y la Catedral, prácticamente todos los grandes edificios son de ladrillo, empezando por el Archivo de Indias, San Telmo o la Plaza de España.

–¿Y hoy en día es una buena opción para construir?

–Sí. Después de la crisis, el muro normal enfoscado, pintado y terminado ha adquirido un precio muy parecido a un muro de ladrillo visto que, insisto, tiene un mantenimiento mínimo.

–En su bibliografía hay un libro que me ha llamado la atención: ‘Arquitectura y urbanismo marginal en Sevilla’.

–Lo escribí con mi compañero Agustín Ríos, ya fallecido, gracias a una beca del Colegio de Arquitectos. Investigamos todos esos barrios que entonces no tenían nombre y que se levantaron en régimen de autoconstrucción (una palabra que en aquella época no existía), como el Cerro del Águila, Palmete, La Negrilla. El libro tuvo mucho éxito y seguimos trabajando esta temática en el área metropolitana, Badajoz, Jerez…

–Con el tiempo, muchos de esos barrios no son malas opciones para vivir.

–El Cerro, hoy en día, está muy bien integrado en la ciudad, pero tengo cientos de fotos de esa época, hace unos cuarenta años, en las que se muestra lo inhóspito que era el lugar, sin apenas árboles ni transportes, con todo a medio hacer… Hoy en día esos barrios ya no se reconocen y el precio de la vivienda es bastante elevado.

–Lo que no termina de integrarse en la ciudad es el Polígono Sur, otra zona sobre la que tiene un libro.

–Lo hice cuando Jesús Maeztu ya estaba de comisario del Polígono Sur. Quisimos hacer un estudio sobre cómo había evolucionado este barrio.

–¿Y cómo ha evolucionado?

–Mal. No creo que se haya malgastado más dinero público en el mundo que en el Polígono Sur. No se tiene en cuenta que una de las soluciones a la marginalidad es la urbanización. Fíjese en la Alameda, antiguamente era el culo de la ciudad: drogadictos, prostitución, quinquis, oscuridad… Y, cuando el Ayuntamiento decidió acometer su reforma, la marginación desapareció. El Polígono Sur sigue siendo una bolsa en la que una vez que uno entra con el coche no sabe cómo salir. Es un cul-de sac, algo que urbanísticamente no es bueno. En el 92 se hizo un proyecto para mejorar esta cuestión, pero nunca se acometió por razones que desconozco. Uno de los problemas que tiene el Polígono Sur es que no se respetó el planeamiento inicial. La construcción del barrio de La Oliva, por ejemplo, le restó mucha transparencia al barrio.

No creo que se haya malgastado más dinero público en el mundo que en el Polígono Sur

–Me han dicho que es usted muy aficionado a curiosear por los zaguanes.

–Sobre todo en Cádiz, una ciudad que, aunque no tiene fama en cuestión de azulejos, posee muchos y muy buenos. Una buena parte de éstos está en los zaguanes. Hoy en día hay mucho listo que le ofrece a la gente cambiarle los azulejos antiguos por otros nuevos… De esta manera se llevan unas piezas holandesas e inglesas magníficas.

–¿Holandeses e ingleses? Curioso.

–Una explicación posible es que estos azulejos servían de lastre a los barcos que llegaban a Cádiz para cargar. También se usaba para tal fin el mármol y la grava… Gran parte de los empedrados de las calles de Cádiz se hicieron con el lastre de los barcos.

–Hablemos de los azulejos, otros de sus temas de investigación. En Sevilla se ha perdido la tradición de su fabricación.

–Es una pena, porque Sevilla y Lisboa eran los dos grandes centros productores de azulejos, un producto que pese a su industrialización sigue siendo muy caro.

–¿Cuál es su función?

–Embellecer y, en Sevilla, sobre todo, proteger los muros de la humedad del suelo. Antes que los azulejos estaba el alicatado…–¿Y no es lo mismo?–No, el alicatado, como se ve en el Alcázar de Sevilla, es una composición hecha con trozos cortados pieza por pieza y colocados como un mosaico para conseguir un dibujo determinado. Es una técnica carísima que todavía se hace en Marruecos. El azulejo es la industrialización de ese alicatado… Se hacen unas losas cuadradas con el dibujo ya incorporado y se colocan en la pared. Esto que le estoy diciendo sirve para Andalucía, porque los magníficos azulejos de Nicea –algunos ejemplos muy bellos se pueden ver en el Museo Gulbenkian de Lisboa– se fabricaban sin la experiencia previa del alicatado.

–No todo es historia y tradición, usted ha trabajado también en construcción sostenible.

–Llevo años dando cursos de doctorado sobre este asunto. Me interesa mucho el coste global de un edificio.

–¿Coste global?

–Es lo que vale construir un edificio, más el precio de mantenerlo y, finalmente, demolerlo e integrarlo a la naturaleza. Cuando esa fórmula la consigues hacer con el coste mínimo es cuando puedes decir de verdad que un edificio es sostenible. Por ejemplo, he trabajado con edificios de Bolivia que han costado muchísimo dinero pero que han tenido que cerrarse porque nadie podía permitirse el coste de su mantenimiento.

Gran parte de los empedrados de las calles de Cádiz se hicieron con el lastre de los barcos

–¿Y la arquitectura bioclimática?

–Es una parte de la sostenibilidad y consiste en usar recursos naturales para ventilar el edificio, iluminarlo, etcétera… Los alumnos tienen que saber que los edificios hay que hacerlos con un coste energético bajo, con poca emisión de gases de efecto invernadero y confortables y adecuados a la vida de la gente.

–Se abusa demasiado del aire acondicionado, ¿no?

–Sí, pese a que tenemos una tradición de luchar contra el calor que se empieza a perder: ventilar la casa por la mañana, hasta las 12, y después cerrarla a cal y canto. También el uso de toldos y refrescar el piso con agua. En invierno tenemos una tradición muy económica para calentarnos: el brasero, cuyo coste global es más barato que el aire acondicionado. El coste global de las cosas es muy importante. Ahí están por ejemplo muchas lámparas de bajo consumo. Es cierto que gastan poca electricidad, pero cuánta energía ha costado fabricarla y, cuando se agotan, ¿cómo eliminamos los gases que tienen para que no se incorporen a la naturaleza?

–Se tiran muy pocos edificios, la arquitectura tiende a permanecer, ¿se debería recurrir más a la demolición?

–Sí se deberían tirar más edificios, porque hay algunos sin ningún valor patrimonial que cuesta más mantenerlos que demolerlos y hacerlos de nuevo. Hay un momento en el que el edificio ya está viejo, enfermo…

–Sí, pero así corremos el peligro de cargarnos los contextos urbanos, la trama que le da personalidad a un barrio, por ejemplo.

–Yo no soy radical en nada, pero tenemos que hacer historia también, dejar la huella de nuestro tiempo en la ciudad.

–Ya hemos dejado unas cuantas…

–Pero la normativa de patrimonio es, a veces, muy radical. Es cierto que se han tirado muchas casas que nunca se deberían haber tirado, pero también se ha obligado a mantener otras sin gran interés… Hay que buscar un equilibrio.

–Javier Queraltó se suele quejar de los pavimentos de Sevilla, ¿comparte su opinión?

–Los proyectos urbanísticos de la ciudad nunca han cuidado la cuestión de los pavimentos. Siempre se ha tratado este asunto como algo residual. En Japón, por ejemplo, hay españoles trabajando en estudios de arquitectura y que sólo se dedican al tema del pavimento. En Alemania, el norte de España, el sur de Francia… podemos ver pavimentos maravillosos por sus materiales, colores, texturas… Aquí nos limitamos a la losa y el adoquín… todo gris. En la Expo sí hubo un cierto avance en esta materia, pero luego no se continuó. Además, la gente suele maltratar los pavimentos. Fíjese en la cantidad de chicles que hay pegados en el suelo. Acabo de venir del norte y no se ve ni uno. Hay un problema de cultura urbana.

La Plaza de España va a cumplir cien años y apenas tiene grietas... compárela con la comisaría de la Gavidia

–Una cosa es lo que piensa un arquitecto y otra es construirlo. Lo vimos con las ‘setas’. Alguien dibujó una estructura muy llamativa y después fue un verdadero infierno levantarla.

–Los arquitectos no son muchas veces conscientes de este problema. Ahora bien, en general, todos los edificios singulares suelen dar muchos problemas a la hora de su construcción, porque suelen tener una parte de experimentación. Es normal que haya imprevistos… pero lo que no puede ser es que todo sean imprevistos. Me gustaría decir algo que no sé si viene al hilo…

–Adelante.

–Me dio mucha pena que no se pudiese construir la biblioteca de Zaha Hadid en el Prado. Creo que se debería haber buscado una solución, hubiese sido un edificio emblemático de la ciudad, una biblioteca informatizada 100%...

–Dígame un edificio moderno que le llame la atención por lo bien que esté construido…

–La Plaza de España va a cumplir cien años y no tiene grietas. También la Universidad Laboral, que se ha mantenido perfectamente pese a estar años abandonada... y Santa Justa.

–Y lo contrario…

–La comisaría de la Gavidia. No es tan antiguo y fíjese como está. Compárela con la Plaza de España.

–¿Usted entiende que se mantenga la comisaría pese a su estado tan precario?

–A mí el edificio me gusta, pero con los años cada vez me vuelvo más pragmático y me gusta ver los números. ¿Qué es más caro, mantenerlo o tirarlo? Creo que en este caso es mejor lo segundo, pero no lo sé…

–¿Se puede volver a construir a gran escala con los materiales tradicionales?

–Eso es totalmente inviable, sería carísimo. Los materiales modernos son mejores que los antiguos, otra cosa es que sean más o menos bonitos. Por ejemplo, un ladrillo de hoy tiene un coeficiente de absorción que es la décima parte que los antiguos, que los metías en agua y la chupaban como una galleta. Hay que tener en cuenta que la madera tiene termitas y que el adobe está lleno de bichos por dentro… o le metes cal continuamente o se te viene abajo rápidamente. Yo apuesto decididamente por los materiales modernos… Otra cosa es la exageración, que todo sea de vidrio, en cuyo caso también aparecen otros problemas, que el edificio no evapora la humedad, que resuena, que cuesta enfriarlo.

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