“Ricardo Corazón de León no sabía hablar inglés”

Francisco Bocero de la Rosa | Periodista y escritor

Profesional de la comunicación, dedica también sus horas a la literatura y la divulgación histórica

Acaba de publicar con la editorial Almuzara ‘Eso no estaba en mi libro de historia de las cruzadas’

Francisco Bocero, durante la entrevista.
Francisco Bocero, durante la entrevista. / José Ángel García

A Francisco Bocero de la Rosa algunos lo conocemos de sus años al frente de la comunicación de la Universidad Loyola Andalucía. Más cordobés que un flamenquín y nacido en 1964, Paco Bocero transita por la autovía entre Sevilla y Córdoba como por el pasillo de su casa. Dedicado a la comunicación de empresas y el periodismo, es habitual escucharlo como comentarista económico en ‘La Mañana de Andalucía’ y ‘El Mirador de la Economía’, de Canal Sur Radio’. Otra de sus pasiones es la escritura, como articulista en la prensa y como autor de novelas y libros de divulgación histórica. Ha publicado las novelas ‘La derrota’ (2007), ambientada en la guerra de la Independencia y por la que fue distinguido por el Regimiento de Caballería Farnesio; y ‘El último sueño del rey’ (2020), que reconstruye los últimos días de la vida de Fernando VI en 1758. Ahora, se adentra en la historia de las cruzadas con un libro divulgativo que desmenuza aquel gran movimiento espiritual, militar, político y económico de la Cristiandad que, entre 1097 y 1293, cambió para siempre a Europa y su forma de relacionarse con Oriente. ‘Eso no estaba en mi libro de historia de las cruzadas’ (Almuzara) es un libro ameno y narrativo que sirve como aperitivo para introducirse en un fenómeno que sigue siendo muy desconocido en España.

Pregunta.–Me sorprende que haya sido distinguido por el Regimiento de Caballería Farnesio. Todo un honor, imagino.

Respuesta.–Por supuesto. Fue por mi novela histórica La derrota, ambientada en la Guerra de Independencia. Concretamente narra las vicisitudes del Ejército napoleónico compuesto por 15.000 hombres y mandado por el general Dupont, que fue enviado a Andalucía para liberar la flota del almirante Rossily, bloqueada en Cádiz después de la batalla de Trafalgar. Napoleón le dio el mando a Dupont porque sabía que era un hombre muy ambicioso y haría todo lo posible por conseguir el objetivo. Sin embargo se entretuvo nueve días saqueando Córdoba. Por eso le da tiempo a Castaño, desde Sevilla, y Reding, desde Granada, de organizar el Ejército que lo derrotará en la batalla de Bailén.

P.–¿Y qué tiene que ver el Regimiento Farnesio con esto?

R.–Es uno de los grandes regimientos que participó tanto en la defensa de Alcolea como en la batalla de Bailén, donde por cierto combate como capitán José San Martín, que será el liberador de Argentina. Las dos cargas de caballería decisivas en Bailén las realizaron los regimientos Farnesio y Borbón.

P.–Y también los famosos garrochistas andaluces.

R.–Precisamente estaban adscritos al Regimiento Farnesio. 

P.–En otra de sus novelas históricas ‘El último sueño del rey’, trata la figura de Fernando VI, el tercer monarca Borbón español tras Felipe V y el muy efímero Luis I. Fernando VI es un completo desconocido para la mayoría. En Sevilla, apenas tiene una placita en Bellavista.

R.–En mis novelas siempre trato de tener una reflexión vital. En La derrota quería tratar el tema del honor y de cómo se entendía entonces. De cómo dos personas que no se odiaban eran capaces de ponerse uno enfrente de otro a treinta metros y dispararse en un duelo. Fernando VI era el tercero de sus hermanos y no estaba destinado a ser rey, además tenía problemas de priapismo, lo cual le impedía  tener hijos. Le obligaron a casarse con una mujer no precisamente hermosa, Bárbara de Braganza. No le enseñaron ni el retrato. Además, siempre tenía encima a su madrastra, Isabel de Farnesio, que lo único que quería era que reinasen sus hijos, lo que consiguió en la figura de Carlos III. El libro lo ambiento en los días finales de Fernando VI, cuando está afectado por una demencia similar a la que sufrió su padre y la reina (con la que pese a todo tuvo bastante sintonía) había muerto. Sufría además las presiones de franceses e ingleses para entrar en la que sería la Guerra de los Siete Años.

P.–Pero pese a todo no fue un mal rey.

R.–Fue el que propició la primera ilustración española junto al marqués de la Ensenada, Jorge Juan, etcétera. Además, le dejó a su sucesor una hacienda saneada, con 300 millones de reales con los que Carlos III pudo impulsar su plan de reformas. También, claro, tuvo sus periodos oscuros, como la persecución de los gitanos por Ensenada. 

P.–¿Dónde pasó sus últimos días Fernando VI?

R.–Lo recluyeron en una especie de caserío en Villaviciosa de Odón, para que olvidase a la reina. Como se decía en la época, tenía melancolía o bilis negra. Estuvo un año allí metido absolutamente enloquecido. Trató de suicidarse varias veces. Todo fue tremendamente complicado. 

P.–Ahora saca con Almuzara una obra en la que cambia drásticamente de tema: ‘Esto no estaba en mi libro de historia de las cruzadas’. De las cruzadas se dice que fue una jugada magistral del papa Urbano II para dirigir la violencia señorial, que desangraba Europa, hacia una causa noble: la conquista de los Santos Lugares. 

R.–Ese es uno de los objetivos. Pero hay muchos más. Está el demostrar al emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Enrique IV, que el Papado tiene poder de movilizar un gran Ejército y llevarlo a Tierra Santa. Tenga en cuenta que estamos en plena Querella de las Investiduras, la pugna entre el Emperador y el Papado por ver quién tiene la potestad de nombrar a los obispos. Fue una lucha tremenda por el poder. Urbano II también piensa que si conquista Jerusalén, Roma recuperaría el liderazgo de la Iglesia frente a los ortodoxos. El cisma había sido en 1054. 

P.–Siguiendo con las razones: además de la religiosas (que las había y muy profundas) y la necesidad de ayudar a los cristianos bizantinos frente a los ataques de los turcos selyúcidas, también estaban las económicas. 

R.–Gran parte de los que participan son segundones de las grandes casas europeas y los estados cruzados que se crean en Palestina les dan una oportunidad no sólo de enriquecimiento, sino de tener un papel político más destacado que en Europa. 

P.–Entre los inductores intelectuales de las cruzadas hay un personaje muy querido, aún hoy, por la Cristiandad: Bernardo de Claraval. Fue un apasionado predicador de la Segunda Cruzada.

R.–Era un personaje extraordinariamente curioso, con una salud muy quebradiza. Tuvo un papel fundamental en la fundación de las órdenes militares y, especialmente, en la del Temple, a la que ayudó a redactar sus estatutos y le buscó financiación. Intelectualmente era muy respetado. Era severo y cariñoso al mismo tiempo, un tipo muy singular. No le importaba reñir a los reyes. Sufrió muchísimo por el fracaso de la Segunda Cruzada y se cargó con la culpa. Murió poco después. Sin su figura no se entendería ni la Iglesia ni las cruzadas. 

P.–Ha sacado la Orden del Temple, tema favorito de ocultistas y esotéricos.

R.–Hoy siguen siendo los malos de los videojuegos, donde se presentan como una secta que quiere acabar con el mundo. Es una orden muy malinterpretada. El Temple fue una orden importantísima y las cruzadas no se entenderían sin ellos. De hecho, cuando acabaron las cruzadas, pese a su gran poder económico y a que tenían muchas propiedades en Europa, perdieron un tanto su razón de ser. Son de los últimos que resistieron, gente con una gran disciplina e inteligencia. Fueron grandes banqueros en Europa y grandes militares en Tierra Santa.

P.–Esa condición de banqueros acabó decidiendo su suerte. Terminaron exterminados en 1307 a sangre y fuego por las apetencias del rey de Francia.

R.–El rey de Francia, Felipe IV el Hermoso, un Capeto, se dio cuenta de que solucionaría sus problemas económicos si acababa con ellos, lo que supondría el fin de sus deudas y el apoderarse de sus amplias riquezas. Había, además, viejos resquemores, porque los Templarios no ayudaron a su abuelo, el que luego fue San Luis de Francia, cuando cayó prisionero de los mamelucos en la Séptima Cruzada. Llama la atención la falta de resistencia que pusieron los templarios a su persecución y exterminio.

P.–En España también estuvieron presentes.

R.–Sobre todo en Aragón, porque al gran Jaime I lo criaron los templarios y siempre mantuvieron una relación muy especial.

P.–Y Jerez de los Caballeros se llama así por ellos.

R.–Fue la última fortaleza templaria en caer en la Península Ibérica. 

P.–Algún papel tuvieron en la reconquista de Sevilla.

R.–Sí, pero secundario, como en las Navas de Tolosa o en la conquista de Córdoba. 

P.–Más allá de todos estos asuntos, una cosa que supondrán las cruzadas es el redescubrimiento de Oriente por los europeos. Se les abre un mundo fabuloso. 

R.–Sin duda. Uno de los grandes cronistas de la Primera Cruzada, Fulquerio de Chartres, que se queda a vivir en Tierra Santa, llega a decir que los cruzados ya no son habitantes de Europa, sino que pertenecen a ese lugar. Todos esos cruzados se terminan orientalizando, se imbuyen de una mezcla de las culturas musulmana, judía, copta, armenia, bizantina, griega... Se observa una cierta convivencia entre estos mundos. En el siglo XIII hay muchos testimonios de clérigos europeos escandalizados de que los cristianos europeos parecen orientales.

P.–Antes no hablamos lo suficiente de los motivos económicos. Las cruzadas impulsaron importantes rutas comerciales. 

R.–Los grandes beneficiados fueron las repúblicas italianas de Génova y Venecia, y en menor grado Pisa. Los mercaderes italianos controlaron el comercio generado por la Ruta de la Seda, que llegaba a Tierra Santa. 

P.–Los musulmanes, como es lógico, tienen una visión diferente de la nuestra sobre las cruzadas.

R.–Los radicales siguen considerándonos cruzados. Lo curioso es que, ahora, el gran estado cruzado es el Estado de Israel. Nosotros también seguimos usando la palabra cruzada. Cuando cayeron las Torres Gemelas, Bush habló de una cruzada y eso caló en el mundo musulmán. Osama ben Laden se reclamó como Saladino. Esa memoria histórica la tienen ellos muy arraigada. En general, todos tenemos que quitarle un poco de presentismo al tema de las cruzadas. En el siglo XIX el colonialismo también se justificó con las cruzadas. Pero los historiadores de hoy las están retratando en toda su complejidad, fue un fenómeno en el que hubo de todo, también alianzas entre musulmanes y cristianos, a veces contra otros cristianos.

P.–¿Quedan muchos vestigios materiales?

R.–El más famoso vestigio es el gran castillo conocido como el Crac de los Caballeros, que se consideraba inexpugnable. Si cayó fue por un engaño. Ahora, el gobierno sirio tiene un proyecto para restaurarlo. 

P.–Lawrence de Arabia hizo su tesis doctoral sobre los castillos cruzados, creo recordar.

R.–Es muy criticada por los historiadores de hoy. Dicen que es muy flojita. 

P.–Una de las figuras más populares de las cruzadas fue Ricardo I de Inglaterra, más conocido por Ricardo Corazón de León. Ahora hay algunos que dicen que era homosexual.

R.–Eso no se sabe. Tenía una relación muy estrecha de amistad con su primo Felipe de Francia, pero eso no significa nada. Lo más curioso es que, pese a ser un elemento fundamental del nacionalismo británico posterior, no sabía hablar inglés. Sus idiomas eran el francés y el occitano, como buen hijo de Leonor de Aquitania. Pese a lo que se dice y sale en las novelas de Walter Scott, nunca se reunió con Saladino, pero sí con su hermano, al que Ricardo propuso casarse con su hermana para crear un reino cristiano-musulmán en Palestina.

P.–Una alianza de civilizaciones...

R.–Su hermana le dijo que, por supuesto, no se pensaba casar con un musulmán. El proyecto quedó en nada. 

P.–El antagonista de Ricardo, Saladino, también es un personaje.

R.–Los musulmanes siguen reivindicándolo. Empezando por Sadam Huseín, que nació en la misma localidad que él, Tikrit. Los dos eran kurdos. Saladino empezó siendo un niño destinado a ser clérigo, pero acabó siendo un gran político y militar. Sin él, la Tercera Cruzada, la más importante de todas, hubiese terminado de otra manera. Ricardo venció muchas veces en el campo de batalla, pero Saladino siempre le sacaba ventaja diplomática. Saladino era un hombre muy cruel y humano a la vez. Era capaz de mandarle a Ricardo sus médicos cuando enfermaba, pero nunca quiso verse con él. Corazón de León también era un tipo muy cruel. Para conseguir dinero para la Tercera Cruzada cometió auténticas tropelías con los judíos ingleses. Murió peleando en un castillo francés, a muy poca distancia de las costas de Inglaterra, después de un accidentado y violento regreso de Oriente Medio.

P.–Aún hoy se le sigue venerando en Inglaterra.

R.–Fíjese en esa estatua que tiene delante del Parlamento inglés, en Londres, realizada en el siglo XIX. Se le considera el gran caudillo británico de la Edad Media. Hay una película sobre este asunto: El león en invierno, dirigida por Anthony Harvey y protagonizada por Peter O’Toole (Enrique II),  Katherine Hepburn (Leonor de Aquitania) y Anthony Hopkins (Ricardo Corazón de León). El guión, de James Goldman, es alucinante. Enrique II, padre de Ricardo, era un ser muy cruel. Mató a su amigo Tomas Becket y luego se fue a llorar a su tumba.

P.–Leonor de Aquitania también fue un pesone importante. 

R.–Por supuesto, a los ochenta años viajó a España con Blanca de Castilla para casarla. En su corte de Aquitania se practicó con especial brillantez el amor cortés. No le tembló el pulso en acompañar a su primer marido, Luis VII de Francia, a la Segunda Cruzada, pese a la oposición de éste. Tampoco dudó en divorciarse de él (se habló mucho de su relación con su tío Raimundo de Poitiers) y, posteriormente, en casarse con Enrique II de Inglaterra (el rival de su primer cónyuge), con el que también acabó fatal. Además de ella, de las mujeres que tuvieron que ver algo con las cruzadas me quedo con la princesa bizantina Ana Comneno, hija del emperador Alejo, de la Primera Cruzada. Era una mujer extraordinaria, gran conocedora de la filosofía, las matemáticas, la historia; gestionaba hospitales. También está Melisenda, que es la que reconstruye Jerusalén a mitad del siglo XII. 

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