Cuando salió este emparejamiento del bombo de Las Rozas lo calificamos como de propina envenenada dentro de un curso que puede calificarse de sobresaliente en ambas orillas del fútbol según Sevilla. Es una pena que para el que caiga esta noche suponga un borrón tan tempranero, en plena cuesta, además, y cuando tanto queda por librar dentro de nuestras fronteras y allende de ellas, pero si parió abuela qué se le va a hacer.

Y llega el gran día, ese día único en que la madrugada habrá sido de insomnio para cuantos manejan las barcas como para los que profesan cualquiera de esas religiones verdaderas, que son la bética y la sevillista. Día de derbi que llega inesperadamente y ojalá que el destino nos depare otros dos más. Y como curiosidad en todo derbi es que ni siquiera los diez puntos que el Sevilla le saca al Betis sea motivo suficiente como para apostar a ciegas por ninguno de los dos.

Son dos estilos, dos filosofías de juego que tienen mucho que ver con los inquilinos de los banquillos. Tenemos a un Betis de muy buen concepto futbolístico y que tiene su talón de Aquiles en su sistema defensivo, mientras que llega a Heliópolis el rey de ese rentable 1-0 que sólo es posible mediante la dificultad de hacerle gol. La efectividad del Betis en ataque se contrapone con la eficacia de ese muro que levantan ante Bono con Fernando como primer obstáculo.

Hace mucho que Heliópolis es territorio mollar para el Sevilla, pero cada derbi es una historia, el pasado en fútbol es papel mojado y lo de hoy es otra moneda al aire. Y este partido de partidos llega con un ambiente enrarecido por la faena que el Betis sufrió en Vallecas, pero hay que apostar por el buen rollo para que sea un derbi, no como tantos, sin daños colaterales. Es la fiesta del fútbol según Sevilla y a ella se llega con ambos en la cresta de la tabla para esperar un gran partido.