Sonia Díaz Rois, experta en gestión de la ira, da las claves para el bienestar emocional: "No se trata de estar bien siempre. Se trata de saber qué necesitas cuando no lo estás"

Investigación y Tecnología

Bienestar
Bienestar / Freepik

Vivimos en una sociedad en la que tenemos idealizada la felicidad constante. Nos creemos que el bienestar personal es no tener malestar, que necesitamos vivir sin miedo, sin tristeza y sin enfado para sentirnos bien porque tenemos interiorizada la idea de que el equilibrio emocional se alcanza cuando no sentimos nada incómodo. Pero este pensamiento, aunque es muy normal, es totalmenente erróneo. Según la experta en gestión de la ira, Sonia Díaz Rois, la vida emocional humana es compleja, dinámica y cambiante. "El objetivo no es evitar lo que duele ni perseguir solo lo placentero, sino aprender a transitar cada etapa desde lo que sentimos, lo mejor posible. Y para eso, comprender nuestras emociones básicas puede marcar una gran diferencia".

La clave no está en mantener un estado emocional plano o siempre positivo, sino en desarrollar la capacidad de sostenernos a nosotros mismos cuando llegan los momentos difíciles. Todas las emociones que sentimos tienen una función. Nos informan, nos protegen, nos empujan al cambio o nos invitan a parar. Por eso, el verdadero bienestar emocional no es la ausencia de malestar, sino la habilidad de acompañarnos con respeto y claridad incluso cuando no estamos bien. "No se trata de estar bien siempre. Se trata de saber qué necesitas cuando no lo estás", manifiesta Díaz Rois.

Las emociones incómodas también nos cuidan

Uno de los grandes errores que cometemos al hablar de salud emocional es creer que las emociones desagradables deben ser eliminadas o ignoradas. Miedo, tristeza, rabia o asco son vistas muchas veces como señales de que algo va mal dentro de nosotros, cuando en realidad suelen ser respuestas naturales ante situaciones que requieren atención, reflexión o autocuidado. No sentir nunca incomodidad no es bienestar, sino insensibilidad o desconexión.

El miedo, por ejemplo, nos protege. Nos avisa de un posible peligro, ya sea externo o interno. Sin embargo, no es lo mismo cuando sentimos miedo porque estamos al borde de un precipicio, que tener miedo por no confiar en nuestras propias capacidades. La tristeza, por su parte, no es una debilidad, sino una forma del cuerpo y la mente de decirnos que necesitamos recogernos, hacer una pausa, sanar una pérdida o revisar lo que valoramos. El asco puede alejarnos de lo que nos hace daño. "El enfado no siempre es un problema. A veces es la energía que nos permite poner orden", aclara la experta, así que todas estas emociones tienen sus funciones esenciales en nuestra supervivencia y en nuestra salud mental.

El verdadero problema no es sentir estas emociones, sino cómo las interpretamos y gestionamos. A menudo las alimentamos con pensamientos que las intensifican con catastrofismos, juicios severos o culpas innecesarias. En lugar de permitir que nos informen y nos ayuden a regularnos, las resistimos o las amplificamos. Pero cuando somos capaces de observar lo que sentimos sin juzgarnos, con una actitud curiosa y compasiva, las emociones se transforman en aliadas. "Ni tanto drama, ni anestesia para evitar sentir. El equilibrio está en reconocer la emoción, hacerse preguntas útiles y conectar con lo que necesitamos: '¿Qué me está mostrando esta emoción?' '¿Está conectada con algo real o con una historia que me estoy contando?' '¿Qué necesito en este momento: parar, moverme, expresarme o simplemente sostenerme con paciencia?', explica Sonia Díaz Rois.

El valor del enfado y la importancia de la alegría consciente

Entre las emociones incómodas, el enfado es probablemente una de las más rechazadas. Se asocia con agresividad, descontrol o conflicto. Pero bien entendido, el enfado puede ser una fuerza constructiva que aparece cuando sentimos que algo nos duele, que se ha cruzado un límite o que una expectativa ha sido traicionada. Nos impulsa a poner orden en nuestras vidas, a decir "hasta aquí", a defendernos o a reclamar algo que necesitamos. El problema no es sentir enfado, sino no saber canalizarlo con claridad y respeto.

Reprimir el enfado puede llevar al resentimiento, mientras que expresarlo sin conciencia puede causar daño. Encontrar el equilibrio, es decir, reconocerlo, validarlo y expresarlo de manera adecuada, puede ser una herramienta poderosa para el crecimiento personal y las relaciones sanas. Además, el enfado puede mostrarnos que necesitamos ser más flexibles o compasivos con nosotros mismos. A veces, lo que parece una reacción desmedida es en realidad una señal de agotamiento emocional o de necesidades no atendidas.

Por otro lado, tampoco deberíamos dar por sentado que las emociones agradables están garantizadas o que son menos importantes. La alegría, la gratitud, la calma o el entusiasmo también merecen atención consciente. Vivimos en una cultura centrada en el rendimiento, en lo que falta, en lo que aún no se ha logrado. Esto nos lleva a minimizar o ignorar los momentos de bienestar cuando sí ocurren. Darnos permiso para saborear lo que va bien, para agradecer lo que tenemos, para registrar los pequeños momentos de belleza o conexión, es una forma real y poderosa de autocuidado. Entrenar nuestra atención para identificar lo que nos hace bien no es evasión, sino una práctica que fortalece nuestra resiliencia emocional.

El bienestar emocional no consiste en estar bien todo el tiempo, sino en saber estar presentes también cuando no lo estamos. No se trata de evitar las emociones incómodas, sino de aprender a acompañarlas y comprenderlas. Sentir es inevitable, pero nuestra relación con lo que sentimos sí puede transformarse. Cultivar esa relación desde la curiosidad, el respeto y la amabilidad con nosotros mismos es uno de los caminos más sólidos hacia una vida emocional más saludable.

Porque el bienestar no se construye a base de perfección emocional, sino de conexión honesta con lo que vivimos. No necesitamos anestesiarnos ni dramatizar: necesitamos presencia, comprensión y un compromiso genuino con nuestro propio cuidado, en todas nuestras fases emocionales.

stats