Crónicas de Roma: "¡Cómo os hacéis notar los del Cachorro!"

El Cachorro, en el interior de San Pedro
El Cachorro, en el interior de San Pedro / Juan Carlos Muñoz

Ciudad del Vaticano/Jueves 15 de mayo.

Barajas

Un frío cortante y seco se levanta por la terminal cuarta. El cielo se despedaza en jirones de malvas y de azules porque aún no ha amanecido. El reloj marca una hora indeterminada. Es festivo en Madrid y hay abrazos, encuentros, partidas. La vida sigue, en suma, para todos. Quizás quien acaba de pasar, apresurada, buscando el avión de El Cairo jamás sabrá quién es el Cachorro. Probablemente ni le importe. Asomado a uno de los inmensos ventanales, mi hermano, con una bandera que reza CACHORRO - ROMA, espera que abra la puerta de embarque. Un grupo de adolescentes entusiastas se detiene y le toman, de espaldas, una fotografía. Sonríen. Llega un piloto. Es de día.

De León a ¿Marchena?

Las azafatas repiten, un día más, el ritual de cada vuelo. Indicaciones, instrucciones. Hay quien atiende y quien no. Un numerosísimo grupo de personas ríen y comparten impresiones con un pañuelo azul anudado al cuello. Suponemos que marchamos, naturalmente, al mismo destino. Con el mismo destino. Tomados los asientos, un señor que viste elegante gabardina azul y sombrero blanco se sienta a nuestro lado. En la solapa porta, bordado, un escudo en morado. Exclama: "¡Cómo os hacéis notar los del Cachorro! Yo soy del Nazareno de León". Me presento y me extiende una especie de díptico o publicación acerca de los teatinos y la relación con la cofradía leonesa, que hunde sus raíces en el XVII. Entretanto, desgranó una historia sobre su nazareno y Marchena, pero que no atino a recuperar con nitidez. Es profesor. A mi espalda, escucho a una mujer con un pañuelo azul anudado al cuello comentar: "Somos de Campo de Criptana, pero todos los años bajamos a Sevilla. ¡No me pierdo una Madrugá! Y tampoco la magna. Nos encanta. Además, tengo familiares relacionados con la Esperanza de Triana. Y también me puede Los Gitanos. Y..." Mi hermano le explica que el Cachorro no está muriendo, sino que está resucitando. Aquella mujer guardó silencio hasta el aterrizaje.

Claudia

En torno al mediodía, el aeropuerto de Fiumicino es un verdadero crisol de culturas, lenguas y porqués. Son los aeropuertos esos lugares donde parecen querer renovarse las vidas o buscar otras diferentes. Decía el escritor Santiago Roncagliolo que la vida no debe superar los 36 kilos, el máximo permitido en una maleta. No llegaremos a tanto, pero las nuestras van a rebosar de estampitas. Supongo que es definitorio. Tras una tortuosa y laberíntica travesía subimos al tren que lleva a Termini. "Venimos a lo mismo, ¿no?". Un chaval nos escucha el acento y respira, se serena, sonríe. "Yo soy sevillano, pero estoy estudiando en Bruselas. Pero es que había que venir...". Su equipaje, una brevísima mochila, a la que le añadimos una estampa del Cachorro. Y otra del Valle. Entretanto, una revisora adolescente nos solicita los billetes en un excelente castellano. Mi madre, que mantiene invariablemente la máxima de que preguntando se llega a Roma, entabla fugaz conversación. "¿Que por qué hablo tan bien? Estuve un tiempo en Sevilla. De Erasmus. Y me encanta la Semana Santa..."

Tomó otra estampa del Cachorro. Se llamaba Claudia. Como aquella a la que, si le llegan a hacer caso en su día, probablemente nos hubiera evitado un viaje de avión. Y dos mil años de historia. Y al Cachorro. Se detiene el tren.

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