Empajillar un cirio de cera virgen para candelería o altar de cultos con un trozo de tul -y así sacarle todo el brillo posible- puede llegar a ser un acto reiterativo entre onanista y reflejo sólo al alcance de los muy iniciados en los más secretos registros de las priostías hispalenses. Y de eso, de priostías, sabía mucho el recientemente fallecido Manuel Palomino (Sevilla, 1952-2023), casi tanto como el que lo inventó.

Manuel Palomino, en una de las labores de priostía.
Muchas mañanas de charla en El Portón, muchos mediodías de cerveza, muchas tertulias en el atrio de San Antonio Abad y muchas tardes de preparación de incienso con una fórmula tan secreta como la del refresco que vino de Norteamérica. Muchas noches de montaje de altares o de cambio de indumentaria en las dolorosas y muchas madrugadas de fundición. Sólo los muy grandes en lo suyo crean verdadera escuela y su estela se acrecienta con el paso del tiempo. Y eso a pesar de Sevilla y de muchos de los sevillanos.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios