Aniversario

La marcha 'Amarguras' protagoniza una exposición en la Fundación Cajasol

  • La composición cumplirá cien años el próximo 14 de marzo

  • La muestra recrea el ambiente que se vivía en Sevilla, en plena irrupción del regionalismo

Inauguración de la exposición por el centenario de la marcha 'Amarguras'.

Inauguración de la exposición por el centenario de la marcha 'Amarguras'. / Juan Carlos Muñoz

Amarguras es más que una marcha procesional que cumple un siglo. Mucho más que el himno oficioso de la Semana Santa hispalense (y hasta de toda Andalucía). Es la banda sonora –como lo fueron tantas otras composiciones musicales de principios del siglo XX– de una ciudad que estaba reinventándose y resurgía tras siglos de decadencia. Esa Sevilla de la Belle Epoque que la corporación del Domingo de Ramos ha recreado en la exposición que se ha inaugurado este martes en la sede de la Fundación Cajasol y que estará abierta hasta el próximo domingo. Su comisario es Aníbal Tovaruela, y su producción y diseño ha corrido a cargo de Páginas del Sur.

El primer panel de la muestra reproduce un escrito de Carlos Colón en el que queda claro la intención que han perseguido sus organizadores. Cuando en 1919 se estrena Amarguras la ciudad vive sumida en un proceso de cambio que alcanzará su cénit diez años después con la Exposición Iberoamericana. Pero es en esa época cuando se colocan los cimientos.

“A la vez que edificaban González, Traver, Talavera o Espiau componía Joaquín Turina, escribían José María Izquierdo, José Más, Cansinos Assens, Chaves Nogales o Romero Murube, pintaban Bacarisas, García Ramos, Rico Cejudo o Juan Miguel Sánchez, estrenaban sus comedias los Álvarez Quintero y Muñoz Seca o componían Font de Anta y Farfán sus marchas para una Semana Santa en gran parte reinventada por Rodríguez Ojeda”. Así lo escribe Colón en el panel que sirve de inicio de la exposición. Es, por tanto, Amarguras un claro exponente de la transformación de esa gran urbe.

Todo estaba en su génesis. Un cambio que también vivió la corporación del Domingo de Ramos, hasta entonces marcada por un carácter popular que cambió pocos años antes, en 1911, cuando el misterio estrena el paso conocido como Acorazado Potemkin y a la cofradía se le puso el sobrenombre de Silencio Blanco por la seriedad y compostura de sus nazarenos.

El patio de la antigua audiencia lo presiden los dos mantos que Rodríguez Ojeda bordó para la Amargura

Como prueba de este cambio, en el patio se exponen dos fotografías de grandes dimensiones de los dos pasos que estrenó la Virgen de la Amargura aquellas décadas. Por un lado, la del palio y manto azul bordado por el mismo Rodríguez Ojeda a principios del siglo XX y el que sale de su taller décadas más tarde y con el que actualmente la podemos ver al atardecer de cada Domingo de Ramos. Ambos representan el origen y la evolución del regionalismo. Una trayectoria que se ve plasmada en los dos mantos que se exponen. El que estrenó en 1904 y el actual. El primero de ellos lo luce ahora la Virgen del Desconsuelo de Jerez. Guarda cierta semejanza con el camaronero de la Macarena. Fue restaurado a principios de esta década por José Ramón Paleteiro. En él se observan las primeras características del bordado regionalista de Ojeda, que llegaría a su esplendor con el actual manto que luce la Dolorosa de San Juan de la Palma.

En el centro del patio se exponen algunas piezas relacionadas con la familia Font de Anta. Del padre, Antonio (quien se encargaba de la instrumentación y adaptación de las piezas musicales);y de los hijos José (violinista que estudió en Bruselas) y Manuel (pianista que se formó en París). Ambos habían recibido formación de Turina, Falla y Albéniz.

En una de las vitrinas se exponen las fotos de la Virgen que les envió el padre para que se inspirasen a la hora de componer la marcha. En otra se exhibe el retrato que de José Font de Anta hizo Miguel de Unamuno. Y, por supuesto, la partitura original de la marcha. 

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