La Bocamanga

Cofrades

  • Perdemos la tradición oral de nuestros mayores que es la principal fuente de que las cofradías hayan llegado a nosotros como son

Qué difícil se está poniendo hablar de cofradías. Ya, ahora estará pensando que se habla de cofradías más que nunca y no entenderá lo que acabo de decir ¿Por qué lo digo? Pues porque pienso que es así, primeramente, y porque lo entenderá tras leerme y dejar que me explique. En una de esas pequeñas tertulias alumbradas por el café de la mañana que genera coincidencias con cofrades y parroquianos de la Magdalena surgió el tema. Vuelve uno la vista atrás a los años del germen verdadero del desarrollismo cofradiero que vivimos, los setenta y los ochenta, y surgen inmediatamente nombres ligados a ellos: Juan Delgado Alba, Pepín Sánchez Dubé, Luis Rodríguez-Caso, Paco de los Santos, Antonio Soto Cartaya, Antonio Hermosilla, el profesor Bernales, Pepe Garduño, Ricardo Mena-Bernal, Manolo Toro, Juan Moya… Uno, que tuvo la suerte de criarse cofrademente hablando con muchos de ellos y con sus obras, no puede dejar de pensar en la falta de referentes que nos va quedando al mundo de las cofradías de ahora.

En estos tiempos en los que la información prima sobre la formación y se vive todo aceleradamente creo que es más necesario que nunca hablar de cofradías. Perdemos la tradición oral de nuestros mayores que es la principal fuente de que las cofradías hayan llegado a nosotros como son, con sus personalidades tan definidas y diferentes. Hoy en día se publican más noticias de cofradías que nunca porque se hace noticia de cualquier asunto por nimio que sea y se centran las más de las veces en los protagonistas antes que en los hechos. Esa saturación desvirtuada nos dirige a un nihilismo cofrade por el vacío de contenido que aporta a nuestra Semana Santa al despojarla de su esencia. Fijamos la atención en todo lo medible, plazos de ejecución de las obras artesanales, tiempos de paso de los cortejos, duración de las marchas, número de nazarenos, coste de los encargos, importes de las papeletas y cuotas, número de hermandades que forman parte de cada día,… ¡Cantidad!

Y así nos vamos olvidando de la calidad que hace auténticas a las cosas. Una calidad que basaba su desarrollo en el sentido trascendental de la responsabilidad sobre lo heredado y lo heredable, del carácter sobre la materialidad, de lo material como fruto de lo inmaterial, de lo espiritual sobre lo tangible. Esa calidad se acrisolaba con el ejemplo y el compromiso de los que nos antecedían y se dejaba sembrada de generación en generación. Pero hoy creo que andamos perdidos entre tanta agenda cofrade y tantas ganas de dejar un patrimonio mayor. Las grandes obras de antaño requerían años para su culminación en una suma que abarcaba varias juntas de gobiernos con distintos hermanos mayores y oficiales que vivían sus vicisitudes correspondientes e inherentes al tiempo que les tocara desde la seguridad de una línea trazada a lo largo de los años por todos los que los precedieron y una visión de la hermandad por encima de las personas. Perdonen lo injusto de la generalización, pero creo necesario llamar la atención sobre esta cuestión.

La calidad que hace únicas y auténticas a las hermandades se basa en la ejemplaridad de los cofrades que las conforman y dirigen, que las apoyan y sustentan, que las viven y por las que se desviven. Busquen unos sembrar la semilla del futuro con el compromiso y responsabilidad de poner a la hermandad por encima de todo y de todos y otros traten de aprender de los que les dejaron lo que tienen, sean buenos cofrades y tendremos buenas cofradías. El secreto está en compartir para que el futuro esté lleno de la verdad que tenemos, hablemos de cofradías para que el legado siga vivo.

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