Opinión

Fragilidad y Fe

  • Como macareno, sigo al Jesús de las bienaventuranzas que ante el poder afirmó "Yo soy la Verdad"

Se es más fuerte cuanto más débil se siente uno. Esta aparente paradoja aletea en las palabras del Galileo en el monte de las bienaventuranzas. Imagino el estupor primero de quienes le escuchaban esperando una arenga y cómo sus corazones irían palpitando a medida que el Maestro desgranaba debilidades que reconocían como suyas, cada uno individualmente y también como miembros de una comunidad. Pienso en cómo, de saberse frágiles, nacería la convicción de la fortaleza en aquellos hombres y mujeres humildes, y me emociona hasta lo más hondo de mi ser imaginar cómo miraban a Jesús a medida que se sentían quebradizos pero sostenidos y acogidos. Porque las bienaventuranzas son un canto a la debilidad humana, que no es más que la grandeza del hombre que se trasciende a sí mismo para hacerse uno entre hermanos e hijo para Dios.

Lo que hoy llamamos resiliencia ya nos lo descubrió Él en las bienaventuranzas. Su sermón constituye un auténtico programa revolucionario en aquel tiempo, también en la actualidad. No existe mayor revolución que la del amor, y esa es la que sostiene sus palabras en aquel monte. Cada adjetivo que colocó tras "bienaventurados los" se consideran en nuestra sociedad deméritos del hombre o la mujer débil, sinónimos de fracaso en este sistema hipercompetitivo, atributos achacables a gente boba y cándida. Los bienaventurados del Señor hoy en día son vistos como pringaos y tontos, cuando no como desechos para este modelo utilitarista, en el que cuentas según produzcas. Las bienaventuranzas son contravalores para las recetas del éxito en este mundo hedonista que nos tasa por lo que aparentamos y no por lo que somos.

Como macareno, sigo al Jesús de las bienaventuranzas que ante el poder afirmó "Yo soy la Verdad", dejándonos así, además del lema de mi hermandad, un mensaje claro: cuanto más humilde y débil me reconozco, más fuerte soy. ¿Alguien duda de que el Sentenciado podría romper la soga que ata sus manos? Quien calmó la tempestad en el mar de Galilea ¿sería incapaz de zafarse de sus ataduras? No lo hizo, y usó una fuerza de potencia imbatible, la mansedumbre. Quien deslegitima al poder establecido y tiránico sin violencias ni aspavientos, manteniendo su dignidad e integridad, se convierte en esperanza de los oprimidos; en buena nueva para quienes son excluidos, silenciados y amenazados. Que el Manso derrote al arrogante, que el Justo prevalezca frente al injusto, que el Pacífico venza al violento, es un mensaje esperanzador para quienes viven esclavizados por el miedo. Por eso la fina intuición de los macarenos antiguos situó al Señor de la Sentencia como antesala de la Esperanza en una hermosa parábola hecha cofradía que nos anima a confiar en lo dicho en el monte de las bienaventuranzas, que nos hace tener la certeza de que las promesas de Dios siempre se cumplen.

Nuestras hermandades tienen que ser fieles a las bienaventuranzas sabiéndose unas más entre aquellas personas sentadas en el pedregal del monte. Debemos reconocernos frágiles para ser fuertes, y eso sólo se logra acogiendo, escuchando, abriéndose sin pedir credenciales ni pedigríes, perdonando y no juzgando a quienes nos llegan con las heridas humanas del mundo de hoy. Jugamos en el equipo de los quebradizos, no en el de los poderosos; acompañamos a quienes tienen las manos atadas por múltiples circunstancias, no a quien se sienta en el sillón rematado por el águila imperial. Sinceramente creo que es nuestro papel en la sociedad actual: proponer la revolución del amor sin condiciones y el escándalo de la bondad. Propuesta que cada hermandad hará con su idiosincrasia propia, con su estética y acervo particulares, sin renunciar a su esplendor ni a lo mejor de su tradición pero sabiendo interpretar el signo de los tiempos para ganar el futuro; un esfuerzo que bien merece la pena para que Aquel del monte pudiera decirnos "Bienaventuradas las hermandades de Sevilla…"

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