¿Y qué más da si llueve o hace sol?

Soñando despierto

Domingo de Ramos. Arranca una Semana Santa que se ha hecho virtual a causa de la pandemia del coronavirus y que sólo nos permite soñar con que la burra ya baja la rampa

Las imágenes de La Borriquita
Sensaciones encontradas viendo esta imagen del Salvador abarrotado esperando el pistoletazo de salida para la gran celebración. / Joaquín Corchero
Luis Carlos Peris

05 de abril 2020 - 11:16

AMANECE un Domingo de Ramos insólito y dolorosamente inédito, tanto que nos importa una higa lo que el celaje quiera mandarnos. Por primera vez en nuestra larga vida, la incógnita de si lloverá o hará sol no será nada inquietante, ya que el coronavirus ha hecho el resto y desde aquel infausto y republicano 1933 no hay pasos en las calles de lo que anualmente siempre fue, ¿y será alguna vez?, Jerusalén por siete días. Y ya que ha salido a colación 1933 hay que incidir en qué pena da que este año en que la Estrella volvió al convento de San Jacinto se haya frustrado todo.

La pregunta básica en todo Domingo de Ramos es la de ¿nos vamos con la Estrella o nos quedamos con la Amargura? Es la disyuntiva más complicada para el cierre de un día memorable en el calendario festivo de la ciudad. Domingo de Ramos en Sevilla, casi nada, ni un pero al primer acto de la mayor ópera urbana de Occidente y el pase de la firma siempre es elegir entre el Puente y la Alameda sin prisas, pero sin pausas, como en la inolvidable canción de Chabuca Granda que tan primorosamente bordaba María Dolores Pradera. Y resulta que la elección no es fácil, ni mucho menos, cómo va a ser fácil con el peso específico que poseen ambos cortejos.

El día arranca con la del Porvenir surcando la floresta del viejo parque de los Montpensier tras abandonar el abigarramiento de su barrio para que el personal pase a hacer guardia en la garita de la Alicantina a fin de ver el cortejo infantil que precede a la bajada de la burra que conduce Jesús por la rampa del Salvador.

En esa franja horaria soñamos con la forma en que la Virgen de la Paz supera el fielato del Postigo con el sol estallándole en la cara no más supera el Arco. Y en el intimismo de su barrio está la Hiniesta en su particular apoteosis por San Julián y Moravia, deberían tintinear muy a compás las bambalinas del palio de Gracia y Esperanza recién superada la muralla coincidiendo en cómo muere de amor el impresionante Cristo del Amor por Cuna camino de la Campana.

Por Gerona surge la nostalgia por aquellas saetas, recias, poderosas, que Pepe Peregil le rezaba a la Virgen del Subterráneo desde un balcón del Rinconcillo Éste hubiera sido el noveno Domingo de Ramos en que la voz rotunda del tabernero no sonaría. La Cena por Gerona es un espectáculo de sevillanía y buenas maneras, como lo es ver a la Hiniesta andar por Anchalaferia. Como azulea la cofradía de San Julián por el mercado es sólo un presagio de cómo cuando el manto de la noche se cierna sobre nosotros lucirá en su vuelta a casa, de costero a costero por Doña María Coronel, San Marcos o por el laberinto de callejones que arranca en Hiniesta.

Volviendo al punto de partida, soñemos con esa duda de si el Puente o la Alameda tras una montaña de sensaciones que convergen en cascada. Es un día en que ganan por mayoría absoluta las cofradías de barrio, de barrios intramuros y de aluvión, también con alguna cofradía del centro que sigue rezumando barrio, esa Judería que asilaba a Jesús Despojado hasta que emigró al Molviedro, hace ahora casi cuarenta años. Pero ganan los barrios de forma rotunda en este primer acto de la Pasión según Sevilla, en esta Sevilla que se hace Jerusalén por siete días y alguna que otra noche. Barrios del Porvenir, de San Julián, de San Roque, de la Feria, de Triana… Del centro, sólo esa cofradía que ahora vive en Doña Guiomar junto a la muy intimista plaza de Molviedro y, por supuesto, el Cristo del Amor en su morada tan de privilegio como es el segundo templo de Sevilla, la Colegial del Salvador.

Y en ese cabildeo de si Triana o San Juan de la Palma, Puente y Alameda al cabo, cuando ya es casi lunes se ha dejado atrás muchas emociones, demasiadas para ser el primer día de la mayor celebración de Sevilla. Se ha dejado atrás cómo Sevilla la Roja se va de cabeza detrás del paso de la Hiniesta mientras se gusta la obra cumbre de Castillo por el dédalo de San Julián bajo el alto sol de la salida y con un techo de estrellas así que el palio emboca Doña María Coronel sin prisas pero anhelando reencontrarse con su gente. Es hora en que alguna saeta se oirá por San Pedro como piropo a la del Subterráneo, otra disyuntiva difícil a esta hora en que la floresta del Gran Parque acoge la vuelta de la Virgen de la Paz mientras Gracia y Esperanza frisa la muralla asaeteada por el cante que a estas horas de la noche suena como a algo sobrehumano.

Morirá definitivamente el Cristo del Amor por Placentines y ya no habrá vuelta atrás, ¿nos vamos a Triana o nos quedamos a esta orilla del río, por esta Sevilla de siempre que tiene en Sor Ángela su principal arteria? Lo de Triana con la Estrella resulta anualmente inenarrable, que es la primera fiesta del arrabal en la honra de sus devociones más queridas; Amargura camino de San Juan de la Palma no tiene comparación con casi nada y sea cual sea la elección, la decisión será la adecuada. Tanto si sale Puente como si Alameda, la moneda siempre caerá de cara, como si nos diesen a escoger entre una soleá y una bulería, qué más da con tal de que se cante por derecho. Todo eso, y mucho más, nos perdemos en este desventurado bisiesto.

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