Triunfo de la cruz junto a la muralla del Alcázar

La cruz tiene su alfa y su omega en la tarde del Martes Santo · En la plaza del Triunfo, recién llegada la noche, tras el Cristo de las Misericordias, volvió la Buena Muerte para proclamar el triunfo de la Vida

El Cristo de la Buena Muerte, recortado sobre el cielo.
El Cristo de la Buena Muerte, recortado sobre el cielo.

19 de marzo 2008 - 01:00

FIN y principio de la vida, alfa y omega del Martes Santo, la cruz estaba presente. Suele decirse que el Viernes Santo es el día de la cruz, porque aparece en todos los primeros pasos de las cofradías, aunque en dos (La O y San Isidoro) vaya a hombros del Señor. Suele decirse también que el Miércoles Santo es jornada de crucificados, porque esta iconografía se sucede en los pasos de Cristo de La Sed, San Bernardo, Buen Fin, La Lanzada, Cristo de Burgos y Siete Palabras, además de aparecer la cruz en la Piedad del Baratillo. Pero el Martes Santo es una jornada esencial de Crucificados, que arranca desde sus dos primeras cofradías (El Cerro del Águila y Los Javieres), continúa con Los Estudiantes y el Cristo de la Sangre, de San Benito, y culmina en Santa Cruz.

La cruz estuvo ayer desde el principio hasta el fin. La vimos desde por la mañana, cuando salió el Cristo del Desamparo y Abandono a las calles delCerro del Águila. Otro Martes Santo alrededor de su cofradía, con algunas nubes negras que traían malos recuerdos del año pasado. Pero esta vez el repertorio cofrade de este día tercero de la Semana Santa se iniciaba según es costumbre: con una caminata hacia la Campana.

Las cruces de los Crucificados se cruzaron en la tarde. Como si fuera una alegoría, hay Crucificados que se encuentran y coinciden, que cruzan sus caminos, quizá porque es uno solo. En la calle San Fernando, a la hora del almuerzo, el Cristo del Desamparo pasaba ante las cerradas puertas del Rectorado, donde el Cristo de la Buena Muerte aguardaba su salida. Todavía no se divisaba el ajetreo de los nazarenos universitarios, con sus túnicas de ruán negro, en este extraño escenario de catenarias anacrónicas.

Aún faltaban horas para el gran triunfo de los crucificados del Martes Santo, que llegó horas después, en esta Semana Santa presurosa de mitad de marzo. En la Plaza del Triunfo, en menos de dos horas, a partir de las ocho de la tarde, se repitió la metáfora perfecta, ese evangelio apócrifo de la Semana Santa según Sevilla, que tiene el orden sucesivo de la Pasión trastocado, que apela a la antigüedad para fijar el orden de paso por la carrera oficial, y que en ese carácter aleatorio de lo que vemos a veces encuentra momentos inolvidables.

Recién pasado El Cerro, llegó el Cristo de las Misericordias a la plaza del Triunfo, junto a las murallas del Alcázar con las que se había encontrado desde la Alcazaba. En los instantes últimos del atardecer, con la luna llena asomándose al cielo, en la abarrotada plaza de la Alianza apenas se oyeron las notas fúnebres de la música de capilla. Ni siquiera había ya vencejos. Pasaba el Cristo repartiendo las infinitas Misericordias que trae desde Santa Cruz, y al salir de su barrio, en el Triunfo, se encontró ya con la noche a cuestas. Cristo a oscuras, con todos los guardabrisas apagados, y en sus ojos vidriosos el reflejo de una muerte cercana.

Esa Buena Muerte de Cristo es la que llegó, con apenas una hora y media de intervalo, a ese mismo lugar. Junto a las murallas del Alcázar, que reflejaron las sombras agobiadas del Cristo casi a punto de expirar que venía de Santa Cruz, se veía después la silueta del Crucificado muerto en la cruz. Había pasado junto a esas mismas murallas con el sol de la tarde. Había estrenado un itinerario con sabor a Semana Santa antigua, al llegar a la Plaza Nueva y dirigirse a la calle Méndez Núñez para salir a la Magdalena. A las siete de la tarde, en esa plaza, donde el Cachorro expirará con fuerza en la tarde del Viernes Santo, habíamos visto al Cristo muerto de la Universidad. Y en otra plaza, en la del Triunfo, se entendía esa historia de amor en un breve intervalo. Tras el Cristo de las Misericordias, la cruz de la Buena Muerte proclamó al cielo nocturno de Sevilla la lección suprema que nos enseña: ese es el verdadero Triunfo de la Vida.

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