Caballos con sabor a Borriquita

La espera en la Plaza Nueva coincidió con la iluminación navideña, realzando el esplendor. Sin 'mapping' a las siete, el espectáculo era la gente con el Heraldo y sus cuatro jinetes.

Foto: M. J. López
Foto: M. J. López
Francisco Correal

04 de enero 2015 - 05:03

Si los Reyes fueran los padres, como creen algunos ignorantes muy sabihondos, la magia se habría evaporado al segundo año después de Cristo, tiempos de Tiberio. Ayer volvió a las calles de Sevilla el niño que todos llevamos dentro, el que a veces llevamos fuera y mandamos a paseo. En la aglomeración, hay padres que se portan como niños en el sentido menos cariñoso del término. Los abuelos, que saben que los Reyes no son sus hijos, están a la altura de las circunstancias y le dan a estas cosas un verismo y una emoción que las mantiene inalterables con el paso de los años.

El Heraldo de Aragón es un periódico de Zaragoza y el de Sevilla la mejor noticia. El cartero real le ganó la batalla a los correos electrónicos: niños digitales se convertían ayer en remitentes postales de una correspondencia depositada en un buzón portátil que parecía un baldaquino de Barry Lindon, aquel precursor del pequeño Nicolás que llevó al cine Stanley Kubrick. Un Heraldo dinámico, festivo, entregado, y cuatro jinetes sin apocalipsis reeditaban el ritual de la entrega de las llaves por parte del alcalde. El Santo Grial, el vellocino de oro, el yelmo de Mambrino. Con la Giralda por testigo poco después de encenderse la iluminación navideña en el centro de la ciudad.

En Orfila colocaron un cordón policial para la salida del cortejo desde el Ateneo. En un par de minutos, se llenaba el bar Spala y Manuel Loreto, saetero y mayorista de pescado, tenía que cambiar de mesa donde tomarse su copita de Terry. Padres y abuelos jugaban con los niños a los atajos. A cruzar la calle, que no pase nadie. Por Arguijo hasta Laraña. Desde el estudio del fotógrafo Luis Crux se ve la torre de César Pelli, que en el día de hoy es también del pintor Ricardo Suárez. El galerista Pablo del Barco adelantaba posiciones en la esquina con Cuna. Un burgalés vecino del Cristo de Burgos.

El Salvador era una fiesta absoluta. Suena la música de Adeste Fidelis. Latín con cornetas y tambores. La teología al modo sevillano. Decenas de niños a hombros de sus padres, que hacen de dromedarios en el imaginario desierto. Las mejores fotos de la plaza las hacen desde los balcones de las bodegas de los Soportales. El Heraldo y sus cartas pasa por librerías que ya cerraron: Repiso, Lorenzo Blanco, Antonio Machado. Ahora hay una pizzería en el Salvador, Gió Mozzarella, y una freiduría.

Una carrera oficial al pie de la letra. Vísperas de la Cabalgata y ensayo del Domingo de Ramos. Baja la gente por la cuesta del Rosario, junto a la casa hermandad del Amor. La tarde del Heraldo tiene aromas de Borriquita, de entrada triunfal. Las familias juegan a la rayuela de las calles paralelas y las perpendiculares para encontrar la mejor perspectiva. Francos y Álvarez Quintero. Chapineros y Chicarreros. "Ya se ven por allí", dice una madre. Las señales de humo son de las castañas asadas. La Plaza Nueva empieza a llenarse. Una buena ocasión para echarle una mano a sus Majestades y comprar una gorra en Patricia Buffuna o un pañuelo en Margaret de Arcos, dos de las tiendas del mercado de Artesanía que sustituyó a la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión.

Deberían expedir permisos para conducir carritos de bebé. Se recomiendan espinilleras para los tobillos como en los épicos tiempos de Andoni Goicoechea. El tranvía no pasa del Prado, pero la capilla de San Onofre sigue abierta. En la plaza de San Francisco, el mapping es la gente. Música de villancicos, canciones populares, y aires de película de Cecil B. de Mille. Se abren las puertas del Ayuntamiento. Empieza a salir la gente de Protocolo y algunos invitados. Entre ellos, el periodista Antonio Burgos, que sale del Consistorio como uno de aquellos llorados cronistas municipales: José Ángel Bonachera Pombo, Ignacio García Ferreira, Fausto Botello.

Parón junto a la Avenida. Algunos músicos y beduinos aprovechan para evacuar porque en la calle es micción imposible. Sale el abogado Miguel Cuéllar; departe con los beduinos el que fuera rey mago y concejal de la Policía Local Luis Miguel Martín Rubio, réplica de Louis de Funes en las películas de Fantomas. Desfilan familiares del alcalde y el alcalde en persona, que se estrena como abuelo en estos Reyes Magos y tiene una carta más. Precedido por el multiedil Gregorio Serrano, que se encarga de las áreas del oro (el Empleo), el incienso (las Fiestas) y la mirra (la Economía). Juntos pasan junto al belén del Arquillo, el mismo donde el gran Pepe Guzmán aparcó su 1500 la misma semana que la duquesa de Alba se casó en Madrid con Jesús Aguirre y que el Betis fue apeado de la Recopa en Tiflis, la Iberia soviética.

El Heraldo, encarnado por Ángel Rivas, integrante del grupo Siempre Así, cogió las llaves de la ciudad para entregárselas a los Reyes de Oriente, a punto de llegar a la ciudad. La incógnita es quién entregará las llaves en los Reyes de 2016. A los de 2015, al entregar las llaves, Zoido les ha pedido que abran las puertas de la solidaridad, centrando ésta en el trabajo de Andex y en la niña protagonista del vídeo La sonrisa de Carmen, cuya familia estuvo presente en la ceremonia.

La calle Méndez Núñez estaba como la cima del Tourmalet esperando a Corredor y a Valverde. En el podio de los Reyes Magos no hay segundos ni terceros. Los personajes del cortejo escoltaban al Heraldo en su recorrido, con Alberto Máximo Pérez Calero, presidente del Ateneo, a la cabeza. Con él, Fernando de Artacho, mago de la Ilusión, bisnieto de Vicente Llorens, uno de los fundadores de la Cabalgata.

El Heraldo se ha convertido en un hito más de la oferta de la ciudad. Atrae a los de siempre y a los turistas; a los tradicionales y a los modernos, aunque la disyuntiva es un invento de los mayores, los padres metafóricos que juegan a ser los reyes o a derrocarlos, en la que no entran afortunadamente los niños que hacen grande, enorme, esta celebración. Esa sonrisa, asombro sin mácula ni bibliografía, es el mejor regalo. Lo demás, sea de Oriente o de Occidente, viene por añadidura.

El cortejo anunciador completó el recorrido. Se redondeaba esta pirueta de cerrajería para que los Reyes Magos entren en la ciudad sin molestar al sereno. Por Felipe II hasta San Fernando.

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