Centenario de Manuel del Trigo Campos

Opinión

El autor recuerda al que fuera párroco del Salvador, canónigo, capellán universitario y director del departamento de formación religiosa de la Hispalense, nacido hace justo un siglo

Manuel del Trigo Campos, en el año 2001.
Manuel del Trigo Campos, en el año 2001. / Ruesga Bono
Manuel Álvarez Casado

07 de agosto 2021 - 17:00

Tal día como hoy, hace cien años, nació en Alcalá de Guadaíra Manuel del Trigo Campos, a quien muchos recordarán especialmente por ser el último párroco del Divino Salvador de Sevilla, desde 1980, antes de su restauración y posterior conversión en Colegial.

Licenciado en Derecho en 1944 y destinado a ser un brillante opositor, en mitad de la misma no pudo dejar de pensar en la que habría de ser su verdadera vocación, ingresando en el Seminario para ser sacerdote. No se desvinculó de la Universidad hispalense, en la que fue capellán universitario y director de su Departamento de formación religiosa, antes de la llegada del recientemente fallecido don Juan del Río, como tampoco del Derecho, ya que ejerció también como juez sinodal del Tribunal Eclesiástico de Sevilla.

Igualmente, y como fruto de su relación con la Acción Católica desde su juventud, fue presidente de la Fundación San Pablo Andalucía CEU, sembrando la semilla de lo que hoy ha llegado a ser hoy esta institución.

Nombrado canónigo y capellán real de la catedral, falleció el 30 de agosto del año 2008.

Sin embargo, estos no dejan de ser unos breves esbozos de una personalidad que trascendía mucho más que lo que muestran estos datos de su biografía, pero que no son por los que lo recuerdo, cien años después de su nacimiento.

Hoy me veo tocando la campanilla de su despacho y sentarme con él escuchando de fondo la música de Correa de Arauxo. ¡Cuánto luchó e hizo por la música de órgano en Sevilla y la restauración del órgano del Salvador en la década de los ochenta! Lo veo entrando por el callejón de la Calle Córdoba y hablando con Enrique el sacristán o Antonio Mendoza. Llegando, genio y figura, tarde a decir misa, con lo que ya sabíamos que era él quien la presidía y no don Ángel o don José Polo. Lo veo preocupado con el estado del Salvador y de la plaza, vistiendo al Señor de Pasión o admirando la visión del Cristo del Amor desde su espalda, mientras salía la Borriquita. O contando como la misa más devota que celebraba en el año era la tarde de Pentecostés, en la casa hermandad de Sevilla.

Lo veo resignado con el fallecimiento de su hermana Concha, o yendo y viniendo todos los días desde su Alcalá, para estar con sus otras hermanas Lola y Mari Carmen. Recuerdo a los seminaristas que se arremolinaron, por decirlo así, cuando supieron que le querían nombrar rector del Seminario y quería ser más estricto con ellos. O incluso teorizando con mi padre sobre si en el Cielo habría helados.

Y sobre todo, siento aún el eco de su risa franca y su sentido del humor. Gregorio Sillero, que lo asistió en sus últimos momentos, me dijo que antes de morir le contó un chiste.

¡Toma castaña, Manolo! Cien años después te seguimos recordando tantas y tantas personas en Sevilla y en Alcalá, porque es muy difícil que se borre de nuestra memoria alguien que tanto nos marcó y que tanto forjó nuestra personalidad. Mantenemos tu memoria Jesús, José María, Antonio, Onésimo, Manolo, José Luis o tu prima Rosarito o Javier, que tanto ha ayudado a tu familia en Alcalá, así como tantos sobrinos o amigos como tuviste y aún tienes.

Recuerdo como me contaste una anécdota que te impactó profundamente. Tras asistir a un acto en Madrid, intentaste adelantar el tren de vuelta y llegó detrás de ti a la cola un señor muy apurado porque tenía que hacer varias llamadas de teléfono en una cabina y te pidió que le guardaras la vez.

Un vez que pudo solucionar sus problemas y todavía en la esperando el turno para llegar al mostrador, además de darte las gracias, empezó a hablar contigo y te preguntó cuál era tu destino. Cuando le dijiste que a Sevilla, le brillaron los ojos porque había pasado allí su niñez y atesoraba sus mejores recuerdos de esa época. Concretamente, no de Sevilla, sino de un pueblo cercano, llamado Alcalá de Guadaíra, donde su mejor amigo era un niño llamado Manolo Trigo.

Me dijiste que no sabías el motivo por el que Dios quiso que te reencontrases con ese amigo de la infancia, pero que tenía que ser por algo y que no había sido por casualidad.

Anatole France escribió que casualidad es el seudónimo que utiliza Dios cuando no quiere firmar. Ahora que estás junto a Él, dale de nuestra parte las gracias porque, “casualmente”, te pusiera en el camino de nuestra vida.

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