Conviviendo con el coronavirus

Crónica de un sevillano en China

Un joven sevillano que vive desde 2015 en Xi’an, una gran ciudad de China, relata cómo es su día a día desde el brote del coronavirus, encerrado en casa con su novia y su suegra, saliendo sólo a comprar provisiones y a la espera de que pase la alerta sanitaria

Pablo López-Murcia y su pareja en Xi'an.
Pablo López-Murcia y su pareja en Xi'an.
Pablo López-Murcia Otero

16 de febrero 2020 - 05:30

En un día normal la ciudad de Xi'an despierta temprano y se acuesta tarde. A las seis de la mañana muchos han montado ya sus puestos de frutas, verduras y desayunos en calles y mercados locales; los jubilados ya han comenzado su ejercicio matinal en parques y plazas públicas, y pronto las calles y grandes avenidas de una ciudad de 12 millones de habitantes se llenan de gente en dirección a sus lugares de trabajo o estudio. Abunda el tráfico, los pequeños comercios y la actividad social hasta bien entrada la madrugada cuando se retiran los últimos puestos de comida.

Ahora, desde hace varias semanas, Xi'an está dormida. Parada al igual que el resto de China debido a la crisis del Coronavirus, con más de 110 casos confirmados en esta ciudad.

Estoy en Xi’an desde el año 2015, actualmente estudiando un máster en Gestión Turística, viviendo con mi pareja y su madre, lo que es una suerte y una ventaja en crisis como éstas. Ellas, al ser chinas, no sólo tienen mejor acceso a la información que yo, sino que además experimentaron el virus del SARS en el año 2003, lo que también les da experiencia sobre la mía en este tipo de casos, que es ninguna.

Hace cuatro semanas que estamos encerrados en casa. He salido únicamente tres veces para comprar provisiones. Ellas me dicen que la crisis del SARS duró unos cinco meses, lo que nos hace pensar que esto no va a ser un sprint sino más bien una maratón.

Pablo bromea con su mascarilla.
Pablo bromea con su mascarilla.

En los días antes del Año Nuevo chino, que fue el pasado 24 de enero, la noticia del brote del virus en Wuhan no era nueva, ya estaba confirmado que se había extendido a otras provincias del país. Dos días antes de la citada fecha salí con mi pareja y una amiga al centro de la ciudad a pasar el día. Compramos un paquete de máscaras de un solo uso y alcohol desinfectante en la farmacia, de camino al centro, sin saber todavía que sería nuestra última oportunidad antes de que se acabasen en toda la ciudad. En la calle se respiraba cierta preocupación, pero tranquilidad a la vez, en plenas fiestas. Para el día de fin de año ya habían saltado todas las alertas posibles a nivel nacional y también se sabía del primer caso en Xi'an.

Hoy es una ciudad prácticamente desierta. Los servicios de transporte son mínimos, los comercios, hoteles y grandes almacenes están todos cerrados. El tráfico de personas está estrictamente limitado y hay controles sanitarios desde cada una de las estaciones de transporte de la ciudad a cada una de las entradas a barrios y zonas residenciales.

Mao, mi pareja, hace días que no se encuentra bien. Creemos que sus síntomas no coinciden con los del virus, pero necesita ver a un médico. Como sabemos que el virus también puede contagiarse por los ojos, salimos a la calle con las mascarillas y las gafas de la piscina, aunque esto no ha servido para mucho porque se empañan demasiado y son muy incómodas. Primero fuimos a un hospital pequeño cerca de casa en el que sabíamos que no hay nadie en cuarentena. En la entrada del hospital hay un control con personas cubiertas de plástico de pies a cabeza. Nos toman la temperatura corporal y los datos personales antes entrar. Nunca en mis años en China he visto un hospital tan vacío. Después de un par de pruebas el doctor opina que para estar seguro de que su corazón está bien tendría que hacerse un examen del corazón de veinticuatro horas en un hospital más grande, pero ahora mismo puede ser peligroso. Es posible que simplemente sufra de estrés por miedo a ser contagiada y no merece la pena arriesgarse. Mejor quedarse en casa, tratar de relajarse y esperar a que pase todo.

Mascarillas y gafas de natación para proteger los ojos.
Mascarillas y gafas de natación para proteger los ojos.

Después del hospital nos dirigimos a hacer la compra. En la entrada del supermercado está el agente de seguridad, también midiendo la temperatura corporal. En el supermercado hay tanta gente como un día normal y corriente. Cada uno mantiene distancias con el resto todo lo que puede, y compra lo que puede, que no es mucho. Se respira bastante nerviosismo. Productos básicos como patatas o tomates no quedan o no están en buenas condiciones. Algunos estantes de productos populares como son los tallarines instantáneos están también prácticamente vacíos. Me siento como en una historia de ciencia ficción.

De vuelta a casa, en la esquina hay un señor que ha montado un puesto de verduras definitivamente más frescas las del súper, así que nos paramos. Al pagarle con el móvil nos damos cuenta de que su nombre de usuario es el del dueño de un restaurante de tallarines, por lo que deducimos que está vendiendo excedentes o bien intentando ganar algo en periodo de vacas flacas. Al entrar en casa desinfectamos todo lo que haya venido de fuera, incluidos nosotros mismos.

Los días en casa son rutinarios. Intentamos mantener la casa limpia y aireada. Cocinar con mucha harina, arroz y legumbres para racionalizar las verduras. La universidad está lista para empezar la enseñanza a distancia al igual que muchas otras escuelas y empresas del país, ya que de momentos las aulas de universidades y colegios siguen cerradas hasta nueva orden.

Seguimos los noticiarios lo justo para mantenernos bien informados. Habiendo visto algunos vídeos muy trágicos y publicaciones en las redes sociales de hospitales desbordados y gente realmente desesperada en Wuhan, pensamos que puede que los números oficiales no se correspondan con la realidad, que hay mucha gente que se queda fuera de las estadísticas. Es entonces cuando me siento agradecido de estar en Xi'an y no en Wuhan. Allí sí que lo están pasando mal. Son las mismas redes que al mismo tiempo están llenas de mensajes y acciones de solidaridad, apoyo, ayuda y empatía patriótica que caracteriza tanto a la sociedad china, seguidos incluso de algunos tímidos mensajes de descontento con la acción gubernamental.

Lo más difícil es vivir con la incertidumbre de no saber cómo de controlada está la situación, y cuánto va a durar. Cuánto va a tardar la ciudad en despertar y volver a la normalidad. De momento solo podemos quedarnos en casa, cumplir los protocolos de seguridad y sanidad establecidos lo mejor posible confiando en los órganos competentes, además de intentar mantener una actitud positiva y salud mental, hasta que todo pase.

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