Dios te dé alegría y gozo y casa con corral y pozo

Metrópolis | Barrio de Santa Cruz

Laberinto. Es fácil y recomendable perderse en un barrio turístico por antonomasia donde detrás de la postal vive el alma de su historia, de sus leyendas, foro de las cumbres del Barroco, la Mística, la Ilustración y el Romanticismo

El callejón del Agua a la altura del restaurante Corral del Agua, límite con el Alcázar.
El callejón del Agua a la altura del restaurante Corral del Agua, límite con el Alcázar. / José Ángel García

NADIE le aventajaba “en juego, en lid o en amores”. Eso dice la leyenda de don Juan Tenorio que se puede leer en la calle Justino de Neve, canónigo que fue amigo, protector y albacea de Murillo y promotor del Hospital para Venerables Sacerdotes donde se vivió un apasionante diálogo artístico entre Velázquez y Murillo, cuyos restos se supone que están en la plaza de Santa Cruz. En este barrio se unen las cumbres del Barroco, de la Mística –Teresa de Jesús llegó a Sevilla el 26 de mayo de 1575–, la Ilustración y el Romanticismo.

Un cliente alemán de la Hostería del Laurel envió a este restaurante de mediados del siglo XIX sendos retratos de José Zorrilla joven y ya mayor que forman parte del lugar donde ambientó la leyenda del Tenorio. José Luis Jiménez convoca a sus compañeros –Susana, Tino, Paco, José María– para posar bajo una leyenda, “¿La Hostería del Laurel? En ella está, caballero”. Junto al Hostal, Casa Román, de 1934.

Este Hostería es sede de la Tuna de Filosofía y Letras. ¿Cuántas veces habrán cantado la canción que compuso el maestro Carmelo Larrea? En la quinta estrofa de uno de los temas más universales de la ciudad, “Sevilla tuvo que ser, / con su lunita plateada, / testigo de nuestro amor / bajo la noche callada”, ya aparece este barrio que salvó del expolio el marqués de Vega-Inclán: “¡ay barrio de Santa Cruz! / ¡oh plaza de doña Elvira! / hoy yo voy a recordar / y me parece mentira”.

En la plaza de doña Elvira está la casa-palacio en la que un día de Feria se conocieron los actuales reyes de Holanda, Guillermo, descendiente de la casa Orange-Nassau, y la argentina Máxima Zorreguieta. En este plaza que acogió un corral de Comedias y donde Amalio pintaba sus Giraldas un par de casas separan la actual calle Vida y la antigua calle Muerte, hoy calle Susona. Vida y Muerte unidas en el callejero por el local Sabores de Antaño donde Rosi, guatemalteca, ofrece al viandante delicias tropicales.

José Clemente cambió los aviones por la bicicleta. Este antiguo piloto, hoy pintor y escritor, pedalea por el barrio de Santa Cruz. Vecino de la calle Susona, todos los días escucha bajo su ventana la leyenda de la judía. “No sé cuántas variantes de la leyenda habré escuchado y en cuántos idiomas, pero el toque trágico y tremendo no se pierde”. Vecino de Santa Cruz desde hace 35 años, dice que “aunque parezca el decorado de una película o un parque temático, esconde un vecindario de clase media alta, culta y preocupada porque Sevilla sea cada vez más una ciudad de usar y marcharse, que se convierta en una Venecia sin canales”. Un Visconti quinteriano.

En la calle Vida nació en 1929 el médico Antonio Hermosilla, que murió siendo presidente del Ateneo. Vida y Muerte, las dos caras de una misma moneda, desembocan en el callejón del Agua, ecos de Lole y Manuel. El Corral del Agua es un restaurante con una leyenda que es un anhelo: “Dios te dé alegría y gozo y casa con corral y pozo”. En la esquina con la calle Pimienta, una casa en la que tuvieron su estudio los pintores José María Labrador, Pilar Mencos, Pepi Sánchez,Lola Sánchez, José Luis Mauri,Pedro de la Serna y la diseñadora Rosario Fuentes.

La calle Mezquita la ocupa un grupo de turistas con pinganillo en fila india. Son las únicas procesiones del barrio en esta época. La cruz de guía es un paraguas, un abanico o el plano de la ciudad. En la Plaza de Santa Cruz ya no está el Consulado de Francia, allons enfants..., cerró el restaurante La Albahaca que regentaban María Luisa del Vando y Bartolomé Sánchez y promovió un certamen de reltos. Murió el más ilustre de los vecinos, Francisco Morales Padrón. Además de los méritos de la placa, “historiador de las tierras de América y de Sevilla, ciudad que amó apasionadamente”, este americanista canario fue pregonero de la Semana Santa. En la plaza sólo queda Los Gallos, tablao de 1966 que regenta Blanca Núñez de Prado. En el elenco hay artistas que ganaron el premio de las Minas, como Patricia Guerrero y Mónica Iglesias. El tablao sale en la película Ese oscuro objeto del deseo, adaptación de Buñuel de La mujer y el pelele (Ángela Molina y Fernando Rey), novela de Pierre Louÿs.

Un barrio con el nombre de la iglesia y de la hermandad. El barrio de Santa Cruz es un Toledo sevillano. Aquí estuvo parte de la Judería, presente en el drama de Susona, una de las calles se llama Mesón del Moro y el callejón de Las Moradas evoca la obra que Santa Teresa de Jesús escribió en su atormentada etapa sevillana. Una santa que ya es inseparable de la serie televisiva que dirigió Josefina Molina, flamante premio Nacional de Cinematografía. La huella de Teresa de Cepeda y Ahumada es indeleble en todo el barrio: su retrato, la fundación del Carmelo, el bar Las Teresas, que en su primera etapa se fundo en 1870. Llega a la calle Lope de Rueda, que hasta 1840 tuvo el nombre de calle Barrabás. Las Teresas era el café Gijón de los tiempos gloriosos de la Menéndez Pelayo. Esplendor que está en numerosas fotografías en las que aparecen escritores como Cela o Vargas Llosa que ganarían el Nobel. Está enmarcada una página de Diario 16 Andalucía con una entrevista a Fernando Sánchez Dragó que firma Edurne Mendiluce, la misma periodista que en esa página da cuenta del Manifiesto de las Teresas que firmaron escritores de España y América, con una divertida viñeta de Emilio Rioja.

Dice el piloto y pintor Pepe Clemente que el barrio de Santa Cruz, cuna del ex munícipe Torrijos, es como el Trastévere de Roma. Hubo un tiempo en que fue Greenwich Village. Testigo de una Sevilla divertida e ilustrada donde brillaban Santiago Roldán, rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, Magdalena más montañesa que proustiana, Perico Romero de Solís, su hombre en Sevilla, o Meie Mayer, cuya tienda de diseño es hoy Be Happy Sevilla. En la esquina de Pasaje de Andreu con Jamerdana, la calle en la que nació Blanco White, el heterodoxo sevillano que murió en Liverpool, autor de unas Cartas de España imprescindibles con las que se ganó la reputación de ser después del polaco Joseph Conrad el segundo autor ajeno a las islas que mejor escribía en inglés.

Es tan fácil como recomendable perderse por el laberinto de calles del barrio de Santa Cruz. De lo estrecho a lo ancho bajo un arco, el que da al Patio Banderas, después de leer la dedicatoria de Cernuda en Ocnos al magnolio que sigue en pie. A Santa Cruz se puede entrar por la calle Joaquín Romero Murube, que delimita con el Alcázar del que fue conservador; por Rodrigo Caro, epístola moral a Sevilla en tiempos de los turistas –los bártulos de los que hablaba Sender en La tesis de Nancy–, o por el Mesón del Moro donde tuvo su estudio el pintor Ahmed ben Yessef. Fueron vecinos del barrio Jesús Quintero y Juan Lebrón, dos visionarios de la comunicación, uno en la radio, el otro en el cine.

El productor cinematográfico Gervasio Iglesias recuerda cuando de niño con otros alumnos de la Escuela Francesa jugaban al fútbol en la plaza de la Alianza. El hotel Palacio Alcázar conserva el rótulo del estudio de John Fulton, aquel pintor de Filadelfia que paseaba a caballo con Belmonte y vio cumplido el sueño que tanto anhelaban sus compatriotas Orson Welles y Hemingway: hacer el paseíllo en la plaza de toros de la Maestranza. Don Juan sigue ganando en juego, lides y amores junto al hospital de los Venerables donde estaba el órgano de Ayarra y en el que en septiembre de 1984 Borges impartió una lección magistral. Por Mateos Gago caminaban ayer aficionados del Leganés, junto a las coplas manriqueñas y vinateras de Álvaro Peregil a su padre.

El marqués castellano que salvó un barrio

José Zorrilla no es el único vallisoletano vinculado al barrio de Santa Cruz. Fue primordial la labor de su paisano Benigno de la Vega Inclán, marqués del título homónimo, para que esta barriada conserve su encanto, el que atrae cada día a cientos de turistas de todo el mundo. El marqués de Vega-Inclán (valladolid, 1858-Madrid, 1942) fue un tipo polivalente: militar, político, poeta, historiador, arqueólogo, pintor, viajero. En el Gobierno de Canalejas, frenó el cierre del hotel Ritz de Madrid y abrió el Palace. Creó la Casa-Museo de El Greco en Toledo y desde la Comisaría Regia de Turismo puso en marcha el Patronato de la Alhambra. Fue vecino del barrio de Santa Cruz, en el número 10 de la calle Justino de Neve. Promovió los jardines del Alcázar, la creación de los jardines Murillo y el saneamiento del barrio de Santa Cruz, que hace algo más de un siglo estaba sin pavimento ni alumbrado. Frenó un proyecto municipal de ensanche de la ciudad a costa de cargarse este barrio. Promovió el turismo hasta en Estados Unidos, país con el que tres lustros antes España había estado en guerra. Incorporó este barrio a las guías de los viajeros pos-románticos. Uno de sus visitantes, como consta en una placa en el callejón del agua, fue Washington Irving. Cuentos de la Alhambra y el Alcázar.

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