"En la Escuela de Arquitectura se odiaba la obra de Aníbal González"

Víctor Pérez Escolano. Catedrático de la Escuela de Arquitectura

Como historiador de la Arquitectura, se atrevió a estudiar el regionalismo y a Juan de Oviedo en unos años en los que sus compañeros sólo tenían ojos para Frank Lloyd Wright o Le Corbusier

El arquitecto e historiador Víctor Pérez Escolano bebe un sorbo de té en un momento de la entrevista.
El arquitecto e historiador Víctor Pérez Escolano bebe un sorbo de té en un momento de la entrevista.
Luis Sánchez-Moliní / Sevilla

27 de enero 2013 - 05:03

-Usted fue uno de esos alumnos pioneros de la Escuela de Arquitectura de Sevilla.

-La Escuela se creó tres o cuatro años antes de mi ingreso. Era la tercera que se fundaba en España después de las más antiguas de Madrid y Barcelona. Nació en el contexto del espíritu tecnócrata de los gobiernos de Franco a partir del Plan de Estabilización del 59 y de los ideales que se vivían dentro de un país sin libertades pero con una apertura cultural y técnica que casaba muy bien con el racionalismo de la arquitectura internacional moderna. Estaba en el Pabellón de Brasil del 29, un espacio muy grato que compartíamos con Aparejadores. Había un ambiente muy especial gracias a un conjunto de profesores que tenían una ilusión extraordinaria por construir una Escuela nueva y a un grupo muy reducido de alumnos que también estaban muy implicados en la tarea. Hay que tener en cuenta que en la primera promoción sólo salieron cinco arquitectos.

-¿Algún personaje que merezca la pena nombrar?

-En especial, recuerdo a Manolo Trillo, que fue el número uno de la primera promoción y marcó la línea de entusiasmo que caracterizó a aquella época. Murió muy joven. Gracias a él, que era ayudante del profesor Felipe Medina, y a Luis Fernando Gómez-Stern, entré a trabajar siendo aún alumno en el estudio Otaisa.

-Otaisa es un nombre decisivo en la modernidad arquitectónica de Sevilla y Andalucía, con obras emblemáticas como la Universidad Laboral, las torres de la Estrella o la sede de Endesa.

-Me permitió una formación práctica que me vino muy bien para complementar los estudios teóricos de la Escuela. Allí estaban los hermanos Felipe y Rodrigo Medina y Alfonso Toro Buiza. Fue un estudio importantísimo. Recuerdo con gran respeto a Felipe Medina, una persona muy exigente y apasionada que, pese a su ambiente aristocrático, sentía una gran admiración por los Estados Unidos y su sociedad avanzada. Tenía un concepto muy dinámico del trabajo y la economía, todo lo contrario al sevillano ensimismado. Era culto y yogui [practicante de yoga]. Cuando murió cumplió con el rito y su funeral se celebró en la Caridad, pero donó su cuerpo a la ciencia, lo cual es muy indicador de su personalidad.

-Usted se ha definido como un arquitecto atípico que se dedica a la historia, ¿en cuál de las dos etiquetas se siente más a gusto?

-Yo me siento profesor universitario e historiador de la arquitectura, que es la disciplina que ejerzo y enseño. Como arquitecto he tenido una escasa participación, con proyectos como el hotel Plaza de Armas, mi último y quizás definitivo trabajo en este ámbito que realicé en el 91 con Antonio González Cordón y Carlos García Vázquez. Me siento satisfecho de la restauración del Teatro Lope de Vega.

-No deja de ser extraño que investigase en su juventud la obra de Aníbal González. No es lo que le pegaba a un joven de izquierdas de los 60.

-Toca usted en la llaga. Fue un trabajo que comencé muy joven porque me producía una extraordinaria curiosidad. Todo el espacio del 29 me resultaba muy sorprendente y atractivo, algo realmente diferente de la ciudad tradicional. Sin embargo, pese a que estudiábamos en una Escuela que estaba rodeada de edificios de Aníbal González, era como si conceptualmente no existiera. Estábamos tan entusiasmados con la arquitectura moderna (Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, Walter Gropius, Mies van der Rohe) que ignorábamos completamente el entorno arquitectónico en el que estábamos. En la Escuela se odiaba la arquitectura de Aníbal González, que pertenecía al más remoto pasado cuando, en realidad, sólo habían transcurrido 30 años. A mí me impresionaba la intensidad del espacio de la Exposición del 29, la magnitud, la escala de su arquitectura, el cambio urbano que supuso el desarrollo del Parque de María Luisa y, sobre todo, la enorme transformación que la arquitectura regionalista había realizado en el interior de la propia ciudad. Se demolió mucha arquitectura popular y tradicional para construir edificios de tres y cuatro plantas según este estilo. Sólo hay que pasear por la Cuesta del Rosario, Tetuán, la Avenida... Te das cuenta que esa arquitectura conservadora formaba parte de una operación de transformación urbanística extraordinaria.

-¿Se ganó la incomprensión de sus compañeros?

-Algunos no lo entendieron, incluso algunos lo siguen sin entender. Trabajé mucho en los archivos de la Exposición, que estaba recién recuperado en la Hemeroteca, por entonces ubicada en el Pabellón Mudéjar. También en el archivo municipal y en los fondos de su hijo arquitecto, incluso en la casa de la Palmera que le regaló la ciudad a la viuda y que estaba diseñada por Juan Talavera, el otro gran arquitecto regionalista. Allí vivía esta señora con dos hijas que me enseñaron los materiales más queridos de su padre: proyectos de la Plaza de España, de la Plaza de América, recortes de prensa... Fue un trabajo que realicé siendo estudiante y para mí fue un ejercicio de desvelamiento de las contradicciones. Estábamos recibiendo una gran formación, pero muy lineal. Me gustó introducir una contradicción.

-Lo curioso es que en ese momento se está realizando en Europa una arquitectura totalmente diferente.

-También aquí en Sevilla, donde José Luis Sert, el arquitecto más moderno de la España de entonces, proyectó en 1930 la Casa Duclós en Nervión como regalo de boda para sus primos... También están los ejemplos del primer Delgado Roig o el Mercado de la Puerta de la Carne de Lupiáñez, por citar sólo algunos.

-En su tesis doctoral se va incluso más lejos en el tiempo e investiga la vida y obra de un arquitecto muy desconocido para la gran mayoría, Juan de Oviedo.

-Es una figura apasionante que vivió en la Sevilla de finales del XVI y principios del XVII. Destacó por un proyecto que sólo queda en el recuerdo gráfico y literario: el catafalco que se levantó para las honras fúnebres de Felipe II en la Catedral, aquel al que Cervantes le dedicó aquellos versos: Voto a Dios que me espanta esta grandeza/ y que diera un doblón por describilla,/ porque ¿a quién no sorprende y maravilla/ esta máquina insigne, esta riqueza? Fue maestro mayor de la ciudad y jurado, algo así como concejal. Inició su carrera como escultor y arquitecto de retablos, labor gracias a la cual colaboró con Martínez Montañés. También diseñó la iglesia y el convento de la Merced, hoy museo de Bellas Artes, antes de la intervención de Leonardo de Figueroa. Tuvo una etapa final como ingeniero militar tras los ataques angloholandeses a Cádiz y murió en el combate entablado por la flota española para reconquistar de manos holandesas Salvador de Bahía (Brasil). Un cañonazo le arrancó una pierna y se desangró. Es para hacer una película.

-No todo ha sido arquitectura de antaño. También ha dedicado sus investigaciones a los poblados de colonización del franquismo ¿Estamos de nuevo ante el espíritu del estudiante a contracorriente?

-Me gusta meterme en los charcos complejos y contradictorios. Estos poblados de colonización fueron una constante en un régimen que, sin embargo, fue muy cambiante. Al franquismo le interesa en un principio el territorio rural como espacio conservador frente al peligro de las ciudades, donde la clase trabajadora se proletariza, se ideologiza y, por tanto, puede ser revolucionaria. Se potencia y reeduca el medio rural a través de la puesta en riego y la transferencia de población mediante el uso de la figura del colono, que es lo que de algún modo ya había hecho Carlos III y Olavide con los pueblos de Sierra Morena. Es una operación de alto aliento que significó trabajar sobre los grandes ríos de España, entre ellos el Guadalquivir. En ese nuevo diseño de grandes zonas rurales trabajaron muchos arquitectos jóvenes, algunos de los cuales han sido de los mejores de España, como Alejandro de la Sota, que fue quien proyectó el poblado de Esquivel, en el término municipal de Alcalá del Río. Los proyectos se hicieron codo con codo con los ingenieros agrónomos, un concepto puramente moderno, aunque ideológicamente respondiesen a una ideología católica y conservadora, donde nunca va a faltar los edificios de la iglesia y la escuela. Aun así representa un cambio de paradigma frente al latifundismo.

-¿En qué estado de conservación se encuentra actualmente ese patrimonio?

-Muy desigual. Muchos poblados están cerca de capitales y tienen una tensión de crecimiento muy grande. No ha habido una conciencia de su valor patrimonial, por lo que se han producido cambios en las construcciones, como los alicatados y otras agresiones que también ocurren en los cascos históricos de los pueblos. No obstante, la estructura de estos poblados sigue diciendo "aquí estoy yo" y mostrando su momento, su época.

-¿Algún poblado cercano a Sevilla que aconseje visitar?

-El que dije antes, Esquivel. Si se fija en las casas se dará cuenta de que hay muchos elementos inspirados en la arquitectura popular: el modo de rematar un paramento, los huecos, las cerrajerías. Pero la planta del poblado es como un arco de calles con separación funcional para personas y bestias (más tarde tractores). La plaza está delante del pueblo en un prado abierto donde se ubican la Iglesia y la delegación municipal de la pedanía. No hay una plaza tradicional, estamos ante un trazado completamente nuevo y contemporáneo.

-Otro patrimonio arquitectónico contemporáneo, como es el industrial, está también en peligro en la ciudad pese a intervenciones interesantes como la del Matadero, la Consejería de Agricultura o Catalana de Gas.

-En este campo me guío por mi querido compañero el profesor Julián Sobrino, al que le doy toda la autoridad en la materia. Es un patrimonio de extraordinaria riqueza, pero no hay que verlo como la colección de unas determinadas piezas procedentes de una red industrial obsoleta, sino como testimonios de la cultura del trabajo. El problema del patrimonio es que podemos caer en la tentación de valorar sólo los grandes momentos de la historia de Sevilla, como el siglo XVI, algo inaceptable. El valor de una ciudad está en sus luces y sus sombras y Sevilla tiene ejemplos de excelencia incluso en sus momentos más oscuros, como el denostado siglo XIX, una época que necesita más atención y estudio. Hoy no se puede ser moderno sin estudiar la complejidad de la herencia del espacio, sin saber leer el pasado del mismo. Actualmente sería impensable construir los edificios de la calle Oriente que asfixian al humilladero de la Cruz del Campo, una construcción bajomedieval que anunciaba la llegada y salida de la ciudad y que debería estar asociada a un paisaje más abierto.

-España ha sufrido dos grandes oleadas destructoras: el desarrollismo, en el franquismo, que dañó gravemente las ciudades, y el boom inmobiliario de la democracia, que culminó la agresión al litoral. ¿Qué responsabilidad tienen los arquitectos?

-Evidentemente, los arquitectos han tenido mucha responsabilidad, pero es subalterna. La principal responsabilidad de los desmanes de la construcción es de los promotores, tanto públicos como privados. Ahora bien, es verdad que muchos arquitectos se han adaptado a las exigencias de los empresarios como un chicle a una muela.

-Otro aspecto que llama la atención es la mediocridad de la arquitectura actual. En Sevilla, sólo los edificios institucionales tienen una cierta ambición, mientras que la arquitectura de las viviendas carece de cualquier calidad.

-En la vivienda hay ejemplos de gran calidad, pero es verdad que el tono que ha prevalecido es de gran mediocridad. Una explicación sería que la promoción de vivienda se ha llevado a cabo por un sector en el que ha prevalecido el pequeño empresario sin formación que, gracias a su esfuerzo, se convierte en promotor inmobiliario. Eso es imposible en otros sectores, como la automoción o la exportación de agricultura de nivel tecnológico. No se ha exigido calidad ni ha habido control de calidad, y a eso se han plegado los arquitectos.

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