Fábula del león y la rana junto al monte Gurugú

Calle Rioja

Vergel. El monumento a Forestier está en obras junto a la máxima altura del parque; los turistas se fotografían con la cascada de fondo y se sorprenden de la suciedad y abandono

Turistas junto a la cascada de agua del monte Gurugú del parque de María Luisa.
Turistas junto a la cascada de agua del monte Gurugú del parque de María Luisa. / Juan Carlos Muñoz

EN la selva del Parque de María Luisa la rana le gana la partida al león. Parece una fábula de Esopo o de Samaniego, pero aquí no hay rey león que valga. El rumor del agua que cae por la cascada del Monte Gurugú, que atrae a los turistas y hechiza a los niños con su nombre, que suena a ogro bueno, contrasta con la sequedad de la Fuente de los Leones. “La mayor y más vistosa de todas las fuentes del Parque”, dice la placa anexa. Pero sólo sale agua por el león de la foto, uno de los cuatro que esculpió Manuel Delgado Blackenbury cuando se inauguró el Parque en 1914. En 1956 los cuatro leones, ahora tristes y secos, fueron sustituidos por otros de Juan Abascal.

La Fuente de las Ranas también es de 1914. Está justo detrás de la Isleta de los Pájaros, donde comparten las dádivas culinarias de los turistas cisnes, patos y palomas aprovechateguis. Las ocho ranas sí echan agua. Anfibios poéticos porque ahora las protege una verja del mismo modelo que la que está en la ahora cerrada glorieta de Bécquer.

Ranas y leones comparten de sus orígenes la mejor cerámica que hizo la Sevilla del 29: Mensaque, Ramos Rejano, Santa Ana. Entre la fuente de los Leones y el monte Gurugú se conserva la pérgola y los bancos que diseñó el propio Jean-Claude Nicolas Forestier (1863-1930), artífice del parque. La ciudad siempre estará en deuda con este arquitecto paisajista, trotamundos de los jardines. La empezó a saldar con un monumento, obra de la escultora Lupe Arévalo. Lo remata el busto de Forestier. Una obra que se inauguró en mayo y que como tantas cosas en el parque está siendo objeto de obras de mejora. A la columna que sostiene su privilegiada cabeza la protege una tela. A su lado, sacos de materiales de la empresa Ruiz López, de Bollullos de la Mitación.

El Monte Gurugú del parque de María Luisa lo remata un templete-mirador, sucio y abandonado, que antiguamente contaba con lápidas y recuerdos del duque de Montpensier, compatriota del arquitecto de jardines. La suciedad llama la atención del que lo visita, contraste con la idílica estampa de la caída del agua, ese Niágara minimalista.

El cochero de caballos que se dirige hacia la plaza de América explica que el Gurugú se llama igual que el monte desde el que se domina Melilla, “murieron muchos españoles cuando la guerra de África”. Se enfrentaban a las topas de Abd-el Krim. Este volcán extinto desde donde en días claros se divisan Argelia, las Chafarinas e incluso Sierra Nevada es ahora punto de encuentro de los africanos que quieren entrar en Melilla. Desde este otro Gurugú en días claros y oscuros se divisa a las ranas con agua y a los leones secos. Tiene una interesante flora autóctona.

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