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Honor al abogado renacentista

  • Homenaje. El ministro de Justicia presidió el acto de entrega de la medalla de Honor del Colegio de Abogados a Manuel Olivencia, que forma parte del mismo desde marzo de 1960

José Joaquín Gallardo felicita a Olivencia junto al ministro Rafael Catalá y Rosa Aguilar, consejera de Justicia.

José Joaquín Gallardo felicita a Olivencia junto al ministro Rafael Catalá y Rosa Aguilar, consejera de Justicia. / antonio pizarro

Amanuel Olivencia Ruiz (Ronda, 1929) siempre le impresionó la frase de Ortega y Gasset "El hombre trae impuesta la libertad de elegir". Una de esas elecciones fue la de ser abogado. El 20 de marzo de 1960 se inscribe en el Colegio de Abogados de Sevilla, donde siete meses más tarde viste por primera la vez la toga ante la Audiencia Provincial en un asunto que le pasó su padre, "mi maestro", desde el juzgado de primera instancia de Ceuta.

No había nacido todavía Rafael Catalá. El ministro de Justicia presidió el acto de entrega de la medalla de Honor de la institución colegial a la que pertenece desde hace casi seis décadas. "Antes de hacer las oposiciones a la cátedra de Derecho Mercantil me colegié como abogado".

Olivencia es uno de los más de siete mil abogados del Colegio de Sevilla. "Un jurista de una sola pieza", en palabras del decano, José Joaquín Gallardo. "Tengo diez minutos para hablar de usted", dijo en la laudatio Francisco Ballester, compañero de bufete desde el 30 de noviembre de 1960, festividad de San Andrés.

"¿Por qué el futuro de la abogacía pasa por usted?", preguntó en voz alta Ballester antes de hablar del abogado renacentista, el abogado de cabecera, el abogado creativo y el abogado líder, las cuatro patas del magisterio de quien todavía, en palabras del propio Olivencia, sigue "aprendiendo de mis discípulos". Además del de Sevilla, también está colegiado en los de Madrid y Jerez. El Código que regula la relación entre las sociedades mercantiles lleva su apellido.

El pasado de la abogacía también pasó por Olivencia. Analizó una trayectoria llena de triunfos y reveses, rectas y curvas, el tránsito del Aranzadi a los bancos de datos, de la máquina de escribir a internet, Olivencia reconoce haber vivido "el cambio más profundo en nuestra profesión desde Roma, del abogado personalista y generalista al despacho colectivo y la especialidad".

Una dedicación a la abogacía que sólo interrumpió durante los siete meses que fue subsecretario de Estado en el primer Gobierno de la Monarquía y los siete años que permaneció como comisario de la Expo 92, encomienda de su antiguo alumno Felipe González Márquez. Y con la que, en palabras del ministro Catalá, "convirtió la isla de la Cartuja en la plaza mayor de la aldea global".

"Me complace que mis discípulos me festejen". Cito a su maestro Ramón Carande para aceptar el homenaje, que asume como el fruto recogido después de cultivar la amistad, otra de sus elecciones. En primera fila, su hija Macarena, su nuera Rocío, sus nietos Inés y Álvaro. Orgullosos de un gigante que excede la esperanza de vida, "yo me considero fuera de toda esperanza", dispuesto a seguir en su despacho "mientras Dios me dé fuerza física y capacidad mental". Desde Roma hasta el Google Maps.

La novela La hoja roja de Delibes, el novelista que aprendió a escribir con los apuntes de Derecho Mercantil de Garrigues, fue la metáfora de su particular sala de espera. El ministro cerró el acto. Previamente, Catalá impuso a título póstumo en el Colegio Notarial la Cruz de San Raimundo de Peñafort a Joaquín Zejalbo Martín, notario fallecido en accidente de tráfico el 30 de mayo.

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