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Exposición

'Magna Hispalensis': El redescubrimiento de la Catedral

  • El modelo de gestión del principal monumento de Sevilla perdura hoy con éxito, pues permite financiar la conservación del templo.

La Catedral de hoy es hija del 92. La Magna Hispalensis revolucionó el modelo de gestión del monumento más importante de la ciudad. Y los sevillanos descubrieron la Catedral gracias a esta muestra que perdura en el imaginario colectivo. Con el 92 llegaron al templo metropolitano los tornos, el escáner y el personal cualificado, así como se revalorizaron muchísimos enseres del vasto patrimonio del Cabildo.  Basten dos ejemplos: la Catedral pasó de una iluminación convencional a un juego de luces artísticas que instaló la Fundación Sevillana.Y de tener un carrito de venta de recuerdos al pie de la Giralda a toda una tienda profesionalizada. La Catedral se autofinancia con los ingresos del turismo. En la vida contemporánea de la Catedral de Sevilla ha de hablarse de un antes y un después de la Magna Hispalensis. Lo dice Francisco Navarro, actual delegado ejecutivo del templo y comisario de aquella muestra: “Fue esta exposición la semilla de renovación y revitalización de la Catedral y punto de partida de una gestión moderna y funcional de la misma”.

La Iglesia Católica vivió su particular 1992 como una conmemoración del V centenario del descubrimiento y evangelización de América. La Santa Sede montó como un Estado más su propio pabellón en la Isla de la Cartuja, con capilla propia y con un equipo de responsables formado por sacerdotes afincados en Se villa: Antonio Hiraldo como comisario y Juan del Río como responsable de comunicación. Las cofradías organizaron con notable éxito por medio del Consejo de Hermandades una procesión del Santo Entierro Grande y, posteriormente, la muestra Los esplendores de Sevilla, que se desarrolló en tres sedes: la iglesia del Salvador, el convento de San Juan de Dios y la sede cultural de la Caja San Fernando.

Monseñor Amigo, que llevaba desde 1982 como arzobispo de Sevilla, nombró a Francisco Navarro Ruiz como delegado episcopal para la organización de los fastos que organizó directamente una Iglesia de Sevilla cuyo secretario general era por aquel entonces Manuel Benigno García Vázquez, especialmente afín a grandes figuras de la política como el presidente Felipe González.

Navarro estaba entonces al frente de la cuentas de la Catedral como mayordomo del Cabildo y era canónigo desde 1984. La encomienda especial que recibió fue la de convertir la Catedral en una de las sedes del Pabellón de Sevilla, dentro de ese pabellón disperso que obedecía al modelo concebido por Jesús Aguirre, duque de Alba, que actuó inicialmente como comisario del pabellón de la ciudad anfitriona, que contemplaba varias sedes, entre las que, además del primer templo de la ciudad, figuraban el Alcázar, la Basílica de la Macarena o los conventos de San Clemente y Santa Inés. Todo giró en la Catedral en torno a la exposición Magna Hispalensis, abierta al público del 5 de mayo al 31 de octubre. Navarro la puso en marcha con la ayuda de tres personas: Alfonso Jiménez, hoy arquitecto conservador del templo metropolitano; Teodoro Falcón, catedrático de Arte, y el arquitecto Francisco Pinto.

La transformación de la Catedral fue total, a excepción de la Capilla Real, que se reservó como lugar de culto durante los meses que duró la muestra. Incluso Pinto ideó una pasarela desde la que los visitantes podían admirar el plateresco de esta capilla, pero sin perturbar la actividad litúrgica. Tanto se centró todo en la Magna Hispalensis que las dos grandes procesiones del año, el Corpus y la Virgen de los Reyes, se organizaron en la anexa Parroquia del Sagrario. El Patio de los Naranjos se convirtió, no sin polémica, en lugar de descanso para los visitantes con una cafetería que se adjudicó al Horno de San Buenaventura.

La exposición se inauguró el 5 de mayo a las 20:30. No pudo arrancar el mismo 20 de abril en que lo hizo la Expo porque lo impedían las procesiones de Semana Santa. Aquel año todas las cofradías recorrieron una Catedral sumida en un zafarrancho de preparativos.

El título escogido, Magna Hispalensis, fue el resultado de una encuesta que el profesor Falcón hizo entre sus alumnos universitarios.  Venció la histórica referencia que se hace al templo sevillano como una de las cuatro maravillas del gótico español: Pulchra Leonina, Nobilis Burguensis, Dives Toletana, Magna Hispalensis. Y se le añadió una coletilla en referencia a la diócesis sevillana: El universo de una Iglesia. Todo estaba enfocado a la historia de la Iglesia hispalense con una serie de piezas ordenadas cronológicamente (las más antiguas fueron cedidas por el Museo Arqueológico) que en su inmensa mayoría eran propiedad del Cabildo Catedral, aunque resultaban desconocidas para muchos de los canónigos. Una de las piezas más celebrada fueron los títulos de Fernando III concediendo en 1251 al obispo Don Remondo el terreno para la construcción de las casas arzobispales, lugar donde hoy se levanta el Palacio Arzobispal. De la misma ciudad se expusieron la Virgen del Buen Aire (San Telmo) y el San Ignacio de Loyola, obra de Montañés (Anunciación). El Pabellón de la Santa Sede solicitó en préstamo el Cristo de la Clemencia, venerado hasta entonces en la sacristía de los Cálices. Por este motivo, en el lugar del crucificado se colocó Santas Justa y Rufina, de Goya, para lo cual se acondicionó un nicho en el muro de piedra con las medidas exactas. Tal fue el éxito del resultado, que el cuadro de Goya sigue hoy en este emplazamiento. Y el Cristo de la Clemencia se colocó al final de la Expo en la capilla de San Andrés.

El Ayuntamiento asumió todos los gastos de la Magna Hispalensis al ser la Catedral una de las sedes del pabellón de Sevilla. Los ingresos por las entradas se los quedaba el Consistorio, mientras que el Cabildo recibió una compensación. La Catedral también ganó que todas las piezas que fueron expuestas se restauraron previamente con cargo a la organización.

Otra de las grandes novedades es que habilitó un acceso directo al altar mayor mediante una plataforma especial para que el público pudiera contemplar el inmenso retablo sin el obstáculo visual de la rejería. La Virgen de la Santa Sede, a la que la Catedral debe su nombre, se colocó en el presbiterio bajo. Y el sagrario de plata se expuso en una vitrina. Estas dos últimas piezas siempre quedaban perdidas en el altar mayor, pero a partir de entonces recuperaron realce.

Dos pasos formaron parte de la muestra como símbolos de la religiosidad popular que marca la historia de la Iglesia de Sevilla: el Cristo de las Misericordias de Santa Cruz, colocado detrás de la Puerta de San Miguel, y la Virgen de la Candelaria, ubicada detrás del Baptisterio.

Todo el trascoro del templo se dedicó a la construcción de un auditorio efímero con amplio programa musical. La Custodia de Arfe presidía la Nave del Crucero.

La Magna Hispalensis alcanzó el millón de visitantes. Entre ellos, varios ilustres: los Reyes de España, el 25 de julio, y Felipe González, el 13 de octubre. Los Príncipes de Gales también acudieron.

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