Matrimonios tardíos y con pocos hijos

La edad media de la población sevillana se sitúa en 42 años, dos más que en 2010

D. J. G.

09 de julio 2017 - 05:50

Uno de los datos que también refleja el informe de Indicadores Urbanos del INE se refiere a la edad media de la población sevillana, que ha pasado de ser de 39,86 años en 2010 a 42,61 en 2016, lo que evidencia también el envejecimiento referido antes. Este fenómeno lleva aparejada varias consecuencias, entre ellas, que los sevillanos contraigan matrimonio cada vez más tarde. El catedrático Manuel Marchena refiere que si hace una década la mayoría de los habitantes de Sevilla se casaban con menos de 30 años, ahora lo hacen cuando se ha entrado ya en esa década, hasta tal punto que la capital andaluza registra una de las medias de edad más avanzadas para casarse.

Detrás de esta situación hay razones biológicas y también económicas. La esperanza de vida, al ser más larga, provoca que la población postergue su matrimonio. Una decisión en la que también influyen los recursos con los que se cuenten para dar el "sí, quiero". La crisis, el paro y la dificultad para acceder a un préstamo bancario han determinado que una pareja se lo piense dos veces antes de casarse.

El hecho de que dos personas contraigan matrimonio con más de 30 años tiene un efecto aparejado en la descendencia, ya que el reloj biológico de la mujer sigue siendo el mismo. La media actual de hijos por parejas en Sevilla es de 2,7. Es decir, cada vez son menos las familias con tres hijos, de ahí que el Gobierno se plantee que el calificativo de "numerosa" lo ostenten ya aquéllas con dos hijos. En esto se percibe, claramente, el control de la natalidad al que antes se aludía y que, según el catedrático Manuel Marchena, comenzó en la capital andaluza a partir de 1992. "Desde entonces se produjo un cambio brusco en los nacimientos", asevera este experto.

Una situación que nada tiene que ver con la que se vivió en España en la década de los 70. Aquella época se denominó la del baby boom por el alto índice de natalidad. Y no porque las condiciones de entonces fueran mucho más boyantes que las de ahora, sino porque no existía la actual cultura de control de la fertilidad. La píldora anticonceptiva, de hecho, estaba prohibida. También en esta moderación de la natalidad ha influido mucho la entrada de la mujer en el mercado laboral. Hasta hace pocas décadas los puestos de trabajo los ocupaban, sobre todo, los hombres, encargado de llevar el dinero a casa. El papel de la mujer se reducía al manteminiento del hogar y la crianza de los hijos. Con el cambio de roles, estas responsabilidades han recaído en ambos. La mujer y el hombre trabaja. A ambos les compete criar a los hijos y acometer las tareas domésticas. Un factor que, unido a los vaivenes económicos, dificulta que se pueda conseguir una gran descendencia, de ahí que desde distintos ámbitos se pidan más facilidades laborales para las madres, ya que la conciliación laboral es posible gracias a la ayuda de los abuelos, convertidos en auténticos padres.

En cuanto a la esperanza de vida, está claro que el avance de la medicina y la mejora de las condiciones higiénicas han permitido que la población muera, cada vez, con una edad más avanzada. Hasta la centuria decimonónica la gente fallecía joven, de ahí que las familias tuvieran muchos hijos, porque de lo contrario corrían el riesgo de quedar sin descendencia.

En este cambio demográfico no deben dejarse al margen dos factores importantes. Por un lado, la inmigración, que alcanzó su momento álgido la década pasada, con el sector inmobiliario en auge y empleos que los nativos descartaban para ser desempeñados por los extranjeros. Este flujo se ha reducido drásticamente con la crisis. Por otro lado, los nuevos modelos de familia monoparentales y los constituidos por personas del mismo sexo.

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