Metáfora de pregoneros inéditos

Calle rioja

Regreso. Los Aves pasan por detrás de la tribuna del marcador del campo de fútbol. De uno de ellos se bajó en Ciudad Real Enrique Casellas, pregonero del 23

Estatua de Alfonso X, que nació enToledo, fundó Ciudad Real y murió en Sevilla.
Estatua de Alfonso X, que nació enToledo, fundó Ciudad Real y murió en Sevilla.

Has venido a ver el rally, me dijo mi prima Mari Tere cuando le dije que acababa de llegar a Ciudad Real en el AVE para ver el Manchego-Calvo Sotelo, duelo en la cumbre en el grupo 18 de la Tercera División. Al derbi le llamaba rally. No está mal, porque el tiempo corre con una velocidad endiablada. De hecho, ese partido de fútbol era un enfrentamiento simbólico entre mi cuna y mi adolescencia. Entre la capital de provincia donde nací, que me hizo culipardo, Ciudad Real, tan irreal para mí por el poco tiempo que pasé en ella, y el pueblo que durante varias décadas le disputó la hegemonía demográfica, de prestigio y balompédica, Puertollano.

En el AVE también viajaba Enrique Casellas, que el próximo 26 de marzo se subirá al atril del teatro de la Maestranza para pronunciar el pregón de la Semana Santa de Sevilla. En ese terreno, mi cuna le gana a mi adolescencia, porque Ciudad Real siempre fue mucho más cofrade que Puertollano. Mi buen amigo y vecino el imaginero Manuel Ramos Corona recibe muchos encargos de clientes manchegos en su taller de la Alameda de Hércules. Casellas se bajó en la misma estación que yo, en Ciudad Real, nos cruzamos paseando por la Plaza Mayor, con un Ayuntamiento que parece la casa de Hansel y Gretel, con la estatua de Alfonso X el Sabio, el rey de cuna toledana y tumba sevillana que fundó mi ciudad natal, y un reloj que da las horas con música y un tiovivo en el que participan Cervantes, Sancho y don Quijote. ¡Shakespeare a mí!

La presencia de Casellas en Ciudad Real me remitió a otro pregonero, que desgraciadamente quedó inédito. Sus pregones están en sus libros. Cada vez que voy al cementerio de San Fernando, me gusta pasarme por el lugar donde reposan los restos de Rafael Montesinos. Aparece su nombre, dos números entre paréntesis (1920-2005) y unos versos: "He vivido cuatro días, / tres no fueron sevillanos, / llevadme a la tierra mía". Yo llevo casi medio siglo lejos de aquellos lares, pero mi vínculo con las raíces, con el niño, el adolescente, el chaval, ese viaje de Ciudad Real a Puertollano con un paréntesis gallego en el que vinieron dos hermanos a la tribu y un dominio incipiente de la muñeira, lo vivo muy a la manera de Montesinos. Y eso que doy a Sevilla trato de tierra mía, como el poema, por serlo de mi esposa y de mis hijos, de mi labranza profesional y el cimiento de los sueños, muchos de ellos no cumplidos, todos soñados, que es lo importante.

Llegué muy pronto al estadio después de un café con las Teresas, mi prima Mari Tere y mi tía Tere, esposa y madre de porteros de fútbol, cancerbera consorte. Vi aparecer el autobús del Calvo Sotelo, que parecía con su azul imperial el de la selección italiana. Como no van al Mundial, allí estaba su clon cromático, la scuadra azzurra de la Mancha. La entrada al estadio es por la calle Vicente Aleixandre, el poeta sevillano que el año de mi llegada a Sevilla recibió el Nobel de Literatura. El campo es el Polideportivo Juan Carlos I, titular de la primera Copa del Rey que ganó el Betis el mismo año que el jurado de Estocolmo premió al poeta del 27. En ese estadio vi hace casi cuarenta años al Betis juvenil, que entrenaba José Ángel Moreno, empleado de Abengoa, derrotar en la final de la Copa del Rey a un Real Madrid donde jugaba media quinta del Buitre: Sanchis, Martín Vázquez y Pardeza.

El Manchego vestía de azul y el Calvo Sotelo de verde. A mi lado se sentó una charanga completa que jaleaban al equipo local. Como un Everton-Liverpool o un River-Boca. Mi cuna y mi bachiller, mi bautizo y mi comunión, duelo de sacramentos, mi alma culiparda y mi estela minera. Canal Sur ha menguado la fiereza orográfica de Despeñaperros y ha hecho esa tierra mía permeable a los usos y costumbres, a la Semana Santa o los Carnavales, que en Miguelturra son históricamente una fiesta de gran valor antropológico. El AVE que inauguraron los Reyes eméritos en el 92 tiene paradas en Puertollano y en Ciudad Real. El único minero que queda es el del monumento de Pepe Noja, allí arriba haciendo guardia bajo la Chimenea Cuadrá.

El partido estuvo muy competido. En la hora y media larga que duró, con reparto de puntos para contentar a las dos aficiones, pasaron una docena de trenes de alta velocidad en ambos sentidos. El medio de transporte favorito de Antonio Machado y de Marcel Proust. Esos trenes que pasaban por detrás de la tribuna del marcador en busca del tiempo empatado me recordaban que el pasado es una bomba si no se sabe gestionar y un regalo si lo integras en tu presente. En la Plaza Mayor, Cervantes, don Quijote y Sancho seguirían dando las horas con los carrillones. Cuando el árbitro dio el pitido final, yo lo escuché como el silbato del guardaagujas de la estación de Manzanares, omega biográfico de Ignacio Sánchez Mejías, donde antes de la Alta Velocidad había que esperar varias horas para coger el tren que te dejaría en Sevilla.

Mi Mancha es la Sevilla de Montesinos. Y ver a Enrique Casellas en el mismo tren y en la misma estación es como una metáfora de los años irreparables. En Tercera no hay Var. Un día después de ese rally empezó el Mundial de Qatar. Y dos días después del partido moría mi tío Pepe, el padre de mi prima Mari Tere, valenciano de Miguelturra, manchego de Carcagente. Justo un año y tres días después que mi tía Manoli, su esposa, que lo espera en un cielo de naranjas y berenjenas de Almagro.

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