Un laberinto de mil casas con latines de encíclica

Metrópolis | Barriada Juan XXIII

Compromiso. Proyectada a partir de la riada del Tamarguillo de 1961, esta barriada empieza a construirse un mes después de la muerte del Papa que le da nombre. Colectivos sociales trabajan a diario para sacar a los excluidos del pozo.

La barriada Juan XXIII vista desde una de las cuatro torretas de once plantas.
La barriada Juan XXIII vista desde una de las cuatro torretas de once plantas. / Juan Carlos Muñoz

PARA que le pusieran este nombre a la barriada fue preciso que en la fumata blanca del 28 de octubre de 1958, a la décimoprimera votación, contra todas las quinielas, saliera elegido Papa un hijo de campesinos, de mofletes acusados, Angelo Giuseppe Roncalli, Juan XXIII en los anales pontificios. La Iglesia está ahora gobernada por un buen Papa, Jorge Mario Bergoglio. Roncalli fue el Papa Bueno. Siendo nuncio en París, vino a España en 1950 y estuvo en la mezquita de Córdoba y en la catedral de Burgos. En 1954, ya como cardenal de Venecia, visitó el País Vasco, las cunas de San Francisco Javier y San Ignacio de Loyola, fue a Santiago, la Basílica del Pilar y Montserrat. Mañana se cumplen 56 años de su muerte. Murió el 3 de junio de 1963. Un mes y veinte días después empezó a construirse la barriada que lleva su nombre.

Juan XXIII está en todas partes, como Dios: en el nombre de la plaza, en la parroquia, en el barrio, en el Centro de Día Municipal de Atención e Incorporación Sociolaboral en Adicciones. La barriada surge como respuesta a las inundaciones de noviembre de 1963, la riada del Tamarguillo. Francisco Martínez Morgado nació dos meses antes. “Como era tan pequeño, mi madre no fue a esperar a la comitiva de la Operación Clavel y pudo contarlo”. A Paco todos lo conocen como Pichi. Por la mañana ha estado al volante de los autobuses de las líneas 2 y 27 de Tussam, empresa en la que entró en 2001. Por la tarde, hace de guía del periodista por la intrahistoria de este barrio que conoce como la palma de la mano. “Cuando vengo en el 24 sólo me falta saludar”.

Lo diseñaron los arquitectos Rafael Arévalo Camacho y Luis Marín de Terán, coautor este último del teatro de la Maestranza. El primero acompañó a Franco Bahamonde en la visita que hizo a la barriada el 30 de mayo de 1964. Ese año se termina el corazón del barrio, las cuatro fases de casitas unifamiliares de dos plantas. Un total de mil viviendas numeradas del 1 al 1.000. No se había inventado el GPS y el jefe del Estado debió llevar buena asistencia para no perderse por este dédalo de calles, laberinto sólo apto para lugareños.

Dos años después se completa el barrio con otras quinientas viviendas, repartidas entre cuarenta bloques de cuatro plantas y cuatro bloques de once. Éstos, colocados como puntos cardinales, se conocen como las torretas. Los de cuatro plantas carecen de ascensor, lo que medio siglo largo después es un problema para los moradores. “Cáritas está haciendo un estudio sobre las personas que no pueden salir de sus casas a la calle”, explica Pichi.

Juan XXIII está muy vivo en la barriada que lleva su nombre, y no sólo en el busto junto a una plaza en la que los niños juegan al fútbol y los adultos a la petanca. Todos los martes del año, haga sol, llueva o ventee, los miembros de la asociación Brotes se reúnen en la parroquia que desde 1964 se llama Nuestra Señora de la Anunciación y a propuesta del cardenal Amigo Vallejo añadió San Juan XXIII. En los años ochenta la droga hizo estragos en la barriada. “Muchos de mi generación fueron castigados por la heroína, perdí a unos cuantos amigos”, recuerda el conductor de Tussam.

Lola Campos, gaditana, es la más veterana de Brotes, una entidad con 35 años de historia. Nació para atender a los toxicómanos, a los que salían de la cárcel y estaban sin oficio ni beneficio. A mediados de los noventa empezaron a trabajar la prevención en un doble sentido universal y selectivo. “Trabajamos la autoestima a diario”, dice esta trabajadora social. “Los brotes son evidentes, hemos conseguido que vuelvan a la escolarizacion un cuarenta por ciento de los que la abandonaron”. Pese a los buenos resultados, dice que la crisis “dejó a mucha gente en el paro y se disparó el consumo, sobre todo el bajo consumo, el trapicheo”.

El espíritu del Pontífice pervive en gestos cotidianos de entrega. En la ayuda a drogodependientes que intentan salir del infierno colaboran un grupo de curas que se secularizaron. Se salieron de Juan XXIII, seguían con Roncalli. Los buenos curas son como los toreros: nunca se retiran. En una de las cuatro torretas reside una comunidad de religiosas del Sagrado Corazón. “La más joven tiene ochenta años”, dice Martínez Morgado, “pero los fines de semana acogen a chavalas que salen con permiso de la cárcel. Estas monjas forman parte del paisaje del barrio. Las ves con su bastoncito por la calle”.

Antonio Franco vino de Carmona. Bautizado en Triana, con dos años ya estaba en esta zona. Vecino del Trébol, los vecinos de Juan XXIII eran la principal clientela de su ferretería. “Esto era una mina”, dice de una plaza que inicialmente nació como centro comercial. La apertura de comercios en los barrios aledaños desnaturalizó esa arteria del barrio.

Casa Manuela es el desavío de Juan XXIII. “Un Corte Inglés sin escalera”, bromea Juana Salazar, que nació en 1977, siendo Papa Pablo VI. Pese a su juventud ya es abuela. “Le puse a la tienda el nombre de Manuela por mi nieta”. Su hijo Ángel estudia primero de la ESO. “Tengo oferta de bocadillos”. El chófer de autobuses saluda a una señora. “Es la alcaldesa del barrio”. No hace declaraciones. “Tengo la lengua muy larga. Vaya a ver a la farmacéutica, que es muy educada”. La farmacia de Ana María Rodriguez Gavira está junto a Casa Manuela. La ganga de los bocadillos.

La parroquia tiene una guardería para hijos de trabajadores que se llama Concilio. La plaza más próxima se llama Plaza del Encuentro. Allí celebraron la fiesta de Manos Unidas. La Velá suele coincidir con el aniversario de la muerte de Juan XXIII, el padrino del barrio, “pero la verdadera fiesta es el 11 de octubre, por el día de 1962 en que se inauguró el Concilio vaticano II que este Papa impulsó”.

Hay un taller de carpintería para la reinserción laboral de los que salieron de la cárcel, de la droga o de los dos sitios. “Sacan los muebles a la calle, los pintan, los encalan”. Eva, hija del barrio, aplaude esta iniciativa. “La verdad es que funciona muy bien”. Nació en 1971. Salió del barrio por razones de estudio, primero en la Doctrina Cristina, después en el instituto Luis Cernuda de Rochelambert. Siempre dudó entre estudiar Periodismo o Enfermería. Eligió la segunda. “Me levanto todos los días a las siete de la mañana y están de fiesta en la plaza los que no se han acostado”. Va con un hermoso perro negro. “Le puse Tyson por eso, porque era negro. Hay muchos perros Tyson y yo le digo Tay”. Sólo le llama por el nombre del boxeador cuando se acerca demasiado a la carretera.

Junto al bar Cá’ Er Fali, ofertas de Chuletón a la Brasa, un bajo con Prensa, Revistas y Chucherías. “Este local lleva vendiendo prensa con diferentes dueños desde hace 55 años”, dice Francisco, el último que la vende. Lo que se encuentra en el barrio Juan XXIII no lo tiene el centro comercial Sevilla Center.

Cada fase de las mil viviendas tiene su transformador. Sacaron los coches. Calles y plazas delimitan espacios ideales para el juego y el esparcimiento. Algunos vecinos se han hecho jardincitos y trasteros en los límites de la legalidad. Urbanismo vintage para convertir lo que nació como casita baja en sucedáneo de chalet.

Nació como barrio obrero y como tal continúa. En la zona de las novecientas (las mil viviendas las identifican por centenas) abundan los que trabajan de camareros. Pichi estudió Electromecánica del Automóvil en Altair, colegio por donde pasaron muchos niños del barrio. Después hizo un grado medio en el Polígono Sur, trabajó en los camiones. La generación de la riada del Tamarguillo fue también la del baby boom. “Hubo mucho excedente de cupo y yo me libré de la mili”. Su conciencia sindical fue a la par de sus convicciones de fe. En la JOC (Juventud Obrera Cristiana) y en la HOAC (Hermandades Obreras de Acción Católica). Cuando las manifestaciones sindicales estaban prohibidas en el centro, se venían hasta esta zona, “de ahí viene la Glorieta 1 de Mayo”. Muy cerca hay una glorieta con el nombre de Marcelino Camacho.

El asociacionismo está muy arraigado en Juan XXIII. La más antigua es la Asociación de Cabezas de Familia, con un bar acogedor. Con posterioridad se fundaron la Asociación de Vecinos Blas Infante y la Asociación de Mujeres Rosa Chacel. Desde una de las torretas se ve la Carretera de Su Eminencia, el barrio donde se crió el chófer que hace de guía. “En la calle Central, hoy Azorín”.

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