La Santa Caridad, el gran legado de Miguel de Mañara
La hermandad lleva cerca de 400 años dando consuelo en la vida y en la muerte a los más necesitados.
Dar consuelo en la vida y en la muerte. Con esos fines, el Hospital de la Santa Caridad lleva casi 400 años siendo la última morada de los que no tienen nada. Ancianidad, soledad y pobreza son los tres requisitos necesarios para residir en esta casa que, aunque se tiene constancia de la existencia de la hermandad ya en 1456, fue tras el ingreso del venerable Miguel de Mañara, en 1662, cuando recibe el impulso que todavía hoy mantiene. Para poder atender a todas estas personas la Santa Caridad necesita de la colaboración de muchos, como sus cerca de 500 hermanos o los voluntarios que acuden de manera regular a aportar su granito de arena. Junto a esta impagable labor asistencial, la Santa Caridad, sobre todo su iglesia del Señor San Jorge, es uno de los mejores y más importantes exponentes del barroco sevillano, con las destacadísimas obras que Murillo, Valdés Leal o Roldán crearon siguiendo el discurso iconográfico dictado por Mañara.
"Ser hermano de la Caridad conlleva grandes responsabilidades", asegura José Luis Olivares, el hermano mayor número 56 de la institución. La encomiable labor que realiza la hermandad recae en exclusiva sobre sus miembros y voluntarios. Como sustento económico disponen de las rentas de algunas fincas, la aportación de los propios hermanos, las exiguas pagas que dejan algunos acogidos y lo generado por las visitas turísticas. Sin estos donativos no podrían funcionar, ya que no cuentan con ningún tipo de ayuda pública.
Los ochenta ancianos acogidos actualmente -dispone de 82 plazas- disfrutan de modernas habitaciones individuales con baño y aire acondicionado. Son atendidos por una plantilla de más de 20 personas, todos profesionales, además de los muchos médicos voluntarios, algunos hermanos, que les hacen un seguimiento. "Normalmente los acogidos llegan aquí derivados de los servicios sociales, otros hermanos, hermandades... algunos incluso llama a la puerta. El que llega hasta aquí, se muere aquí", sostiene Olivares. El coste de los gastos de alimentación de cada acogido es de 2.820 euros al año, una cantidad que en muchos casos es asumida por alguna institución o hermandad de la ciudad. Los hermanos se turnan cada mes para que los ancianos estén siempre acompañados: "Acuden al servicio de comida, los llevan a pasear, o asisten a los entierros. La idea es que nunca estén solos".
El alma máter de la Caridad sigue siendo hoy día el venerable Miguel de Mañara. La sala de cabildos está presidida por un cuadro realizado por Valdés Leal en el que aparece leyendo la regla de la hermandad. "Se encarga después de su muerte para que siempre presida como hermano mayor eterno". Mañara consiguió en el siglo XVII que la Corona le cediera seis naves de las Atarazanas como condonación de una deuda que tenía con su familia; de hecho, la placa fundacional del astillero medieval se encuentra en la sala de cabildos baja de la Caridad. Sobre el espacio cedido, levanta el actual hospital, sustituyendo los pilares originales por arquerías italianas y rellenando el suelo. La antigua estructura de las Atarazanas es muy visible todavía. Por ejemplo, en las dos grandes salas paralelas, conocidas como Sala de la Virgen y Sala del Cristo. La primera se ha reconvertido en una gran zona de exposiciones y la segunda acoge una capilla y una sala de estar. En tiempos, en estas dos estancias se encontraban las camas de los enfermos. La hermandad también dispone de un economato social en la calle Padre Marchena 22 en el que reparte, a coste cero, unas 350 bolsas de comisa al mes.
En sus orígenes, la hermandad se ocupaba de darle cristiana sepultura a los condenados y a los que morían ahogados en el río. Con la llegada de Mañara se transforma en una institución para ayudar y cuidar a los más necesitados, alimentándolos y dándoles un techo, dotado de un hospital para enfermos terminales. Mañara desarrolla en el hospital las obras de misericordia, tanto espirituales como corporales, y así está reflejado en el discurso iconográfico de la iglesia, cuya construcción dirige Murillo.
Para perpetuar su mensaje, Mañara encargó cuadros de inestimable valor a los grandes autores de la época, como el propio Murillo, que era amigo de la infancia, Valdés Leal y Roldán. Además de por acoger a los más necesitados, la Caridad se caracteriza por el vasto patrimonio artístico que conserva. En la iglesia del Señor San Jorge se reúnen las pinturas de las postrimerías de Valdés Leal, los cuadros de Murillo sobre las obras de caridad, cuatro de los cuales fueron robados por los franceses, siendo sustituidos hace unos años por copias idénticas; o el gran retablo de Bernardo Simón de Pineda, con tallas de Roldán y bajo relieve de Valdés Leal. La hermandad hace un gran esfuerzo para conservar este patrimonio, aunque necesita ayuda para restaurar dos pinturas de Murillo: La Encarnación y San Juanito. "Son obras pequeñas cuya restauración no es muy costosa", señala Marisa Caballero-Infante, responsable de gestión cultural y artística de la casa.
También están pendiente de restaurar las pinturas murales y yeserías de la iglesia, que también fueron ideadas por Murillo: "El sistema es prácticamente calcado al de Santa María la Blanca. Están prácticamente sin tocar, salvo unos repintes muy groseros en la cúpula. Cuando se intervengan, se va a descubrir una iglesia totalmente diferente en volumetría, luz y color", sostiene.
Se calcula que cerca de cien mil acogidos han pasado por la casa en sus cerca de 400 años. Un legado de caridad y arte para la ciudad todavía desconocido para muchos.
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