A Sevilla a un 'bautizo' y una boda

calle rioja

Encuentro. Es una de las revelaciones literarias. Pablo Martín Sánchez vino a Sevilla a hablar de su primera novela en El Jueves y a la boda de su amigo el escritor Jesús Carrasco.

A Sevilla a un 'bautizo' y una boda
A Sevilla a un 'bautizo' y una boda
Francisco Correal

23 de septiembre 2013 - 01:00

HA sido un viaje provechoso el de Pablo Martín Sánchez (cerca de Reus, 1977). Este joven valor de la literatura española vino a Sevilla para hablar de su primera novela, El anarquista que se llamaba como yo, en el restaurante El Jueves, iniciativa literaria de El Gusanito Lector, y asistir en El Rocío a la boda de su amigo Jesús Carrasco, autor también de una primera e impactante novela, Intemperie.

Se puede hablar de una narrativa de Baracaldo, la patria chica del protagonista de la novela de Martín Sánchez, y de Juan Manuel de Prada, autor de Me hallará la muerte, más precoz si cabe en sus comienzos porque ganó el Planeta con 26 años.

Hay curiosos paralelismos entre ambas novelas. De Prada la terminó en septiembre de 2012 y Martín Sánchez en octubre de ese año. Dos historias de trenes que conducen a la muerte: el protagonista de la primera fallece al final en Hendaya y el trágico final del de la segunda lo sella cuando llega a Vera de Bidasoa el 6 de noviembre de 1924.

Dos expediciones suicidas en sentido contrario. La revolución roja de quienes venían desde París para derrocar la dictadura de Primo de Rivera; la División Azul de quienes salieron de Madrid hasta Volgogrado y Siberia con escala en Logroño. En ambas novelas sale la calle Leganitos y huele a sardinas. En la de Martín Sánchez aparece Raquel Meller y en la de Juan Manuel de Prada es estrella de rigodón Ava Gardner. En las dos hay alguien que trabaja en la Renault. En Me hallará la muerte (Destino) es Nina, la francesa que trabaja al servicio de Stalin, que se quedó con las ganas de ver la Semana Santa de Sevilla; en El anarquista... el que trabaja en la firma francesa de coches es Buenaventura Durruti, autor de una frase al tren de los revolucionarios válida para los divisionarios: "Se puede ganar la lucha sin héroes, pero no se puede ganar sin mártires".

Historias de dos hombres con el mismo nombre. Pablo Martín Sánchez decide escribir su novela cuando descubre que uno de los anarquistas que morirán a garrote vil se llamaba como él. Juan Manuel de Prada narra la impostura de Antonio Expósito, que vuelve de Rusia con la identidad de Gabriel Mendoza, compañero muerto, y se mete en su vida. Y finalmente en su muerte.

Dos empresas literarias prometeicas. Las 614 páginas de Martín Sánchez que escribió con el préstamo para un master después de haber tardado cuatro años en encontrar el editor que le publicara su libro de relatos. Las 589 de Juan Manuel de Prada, que agradece la colaboración de su padre por haberle mecanografiado el manuscrito. Dos historias de sendas expediciones suicidas, como el Alosanfan de los Taviani.

La cercanía a Reus de la cuna de Pablo Martín Sánchez le garantizaba estar próximo a las fuentes del anarquismo. De esa localidad tarraconense era Federico Urales, sobrenombre de Juan Montseny, padre de Federica, a la que los más veteranos recuerdan de un mitin de la transición en el Casino de la Exposición y que fue la última mujer ministra antes de que Suárez nombrara a Soledad Becerril. De Reus era también Juan García Oliver, que también formó parte del Gobierno de la República, integrante, como recuerda Pablo Martín Sánchez, del "trío la, la, la del anarquismo" que completaban Ascaso y Durruti, los que despedían el tren.

En El anarquista que se llamaba como yo salen los Juegos Olímpicos de París cuyo centenario ha hecho desplegar las alas a Madrid de la candidatura de 2024. También el primer Tour de Francia y el primer intento de cruzar a nado el canal de la Mancha. Juan Manuel de Prada cumplirá 50 años el mismo 2020 de los Juegos de Tokio. Dos autores jóvenes que cuentan dos historias con veinte años de diferencia.

Martín Sánchez viene de la traducción y del teatro. En éste, en La paradoja del comediante de Diderot, aprendió que "el que se tiene que emocionar no es el autor, sino el espectador". En su caso, el lector. Y a fe que lo consigue.

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