Síndrome de Estocolmo en Sevilla

calle rioja

Fascinación. Ignacio González, colombiano de Medellín, navarro consorte, quedó preso de Sevilla cuando vino en 1982 y al regresar a Madrid no faltaba ningún año en Semana Santa.

Un ciclista pasa por el Consulado de Colombia, pabellón de la Exposición Iberoamericana del 29. / Juan Carlos Vázquez
Un ciclista pasa por el Consulado de Colombia, pabellón de la Exposición Iberoamericana del 29. / Juan Carlos Vázquez
Francisco Correal

07 de mayo 2013 - 01:00

LA ciudad colombiana de Medellín organiza el festival internacional de poesía más grande del mundo; el Independiente de Medellín, equipo de fútbol con sonoridad de periódico, venció por la mínima al Itagüí en la jornada 14ª de la Liga colombiana en la que ocupa el puesto decimoquinto, por delante de los equipos Alianza Petrolera y Patriotas. El Millonarios en el que jugó Alfredo DiStéfano y donde fue objeto de un secuestro antes de fichar por el Real Madrid ocupa la octava posición en el campeonato.

Son las dos noticias de Medellín que ayer venían en los teletipos. Es la ciudad donde nació Ignacio González. Un colombiano que sufrió en Sevilla otro tipo de secuestro que los especialistas llaman síndrome de Estocolmo. Toda la vida sevillana de Ignacio pasó como una ráfaga cuando me llamaron para decirme que había muerto en la sobremesa del domingo, el día de la Madre.

1982 fue un buen año para las Letras colombianas. A Gabriel García Márquez le dieron el Nobel de Literatura e Ignacio González llegó aquel verano que precedió al triunfo de Felipe y la visita del Papa para hacerse cargo de la sección de diseño de Diario 16 Andalucía. En la Semana Santa de 1983 ya se hizo incondicional de esta primavera y siempre volvía por esas fechas a una ciudad en la que se asentó laboralmente en el Polígono Calonge.

Este último Martes Santo no salió ninguna cofradía y a Ignacio lo intervinieron en un hospital madrileño. El martes santo era el nombre del licor con el que agasajaba a sus visitas en su casa de José Luis de Caso, junto al estadio de Nervión. Era vecino de Enrique Magdaleno, un delantero racial que tiene el mérito de aparecer en la biografía de DiStéfano. Ignacio no era futbolero, aunque habrá disfrutado con los goles de Falcao. El día de su muerte, el colombiano Pabón abrió el marcador del Betis en el Camp Nou. El canto del cisne.

En aquellas cenas de Nervión, sus hijos eran dos niños. Amaya es arquitecta y vive en Londres. Miguel trabaja como músico en Salamanca. Parece una película de Peter Greenaway con banda sonora de Michael Nyman. El verano que llegó fuimos a comer al Lar Gallego en la calle Itálica, y compartimos mantel y tertulia con Eusebio, un filósofo doméstico de la plaza de la Gavidia.

Le gustaba ver salir San Gonzalo el Lunes Santo y entrar la Bofetá el Martes Santo. La última vez que lo vi, como teníamos tanto que contarnos, se nos fue la noche de plática en el kebab de la calle Trajano. Ha muerto el año del Cervantes de Caballero Bonald, jerezano que escribió en Colombia Dos días de septiembre, la novela con la que ganó el premio Biblioteca Breve. Le hablé a Ignacio de mi fascinación de lector con Álvaro Mutis, un premio Cervantes colombiano de ancestros gaditanos. En su trilogía Empresas y tribulaciones de Maqrol el Naviero hay un relato, Un bel morir, himno narrativo de esta pesadumbre. Este año cambió de planes tres veces. Decidió no bajar a Sevilla porque cogieron una casa rural en Navarra, la tierra de Aurora, su mujer; rehén de la enfermedad, descartó el viaje al norte. El día de la Madre sus hijos se quedaron sin padre. Muchos años fuimos vecinos sin conocernos, clientes de un café de Madrid, el Samm, que frecuentaban el actor Chris Mitchum y el escritor Rafael Sánchez Ferlosio. Muy cerca de la fábrica de pantalones Rok. Con los que se fueron antes que él hará un periódico en algún polígono sideral: Mozo, Atín, Tapia, Navarro, Edurne...

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