Stanislavski y la Contabilidad

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Vocación. De Lorca a los Quintero, de Darío Fo a Calderón de la Barca, las memorias de Luisa Valles reflejan la apasionada relación con el teatro de una tendera del Cerro

Luisa Valles, derecha, con Pilar Bardem y Gloria de Jesús en un encuentro en Sevilla.
Luisa Valles, derecha, con Pilar Bardem y Gloria de Jesús en un encuentro en Sevilla.
Francisco Correal

25 de abril 2017 - 02:35

Luisa Valles (1946-2017) es uno de los grandes nombres del teatro sevillano, pasión que transmitió a colectivos tan diferentes como los soldados, el alumnado de un colegio marista, los mayores vinculados a los centros de Día o las mujeres del distrito Casco Antiguo.

Su relación con el teatro y con la vida aparecen recogidas en el libro Mi vida, mi vocación, número 63 de la colección Memoria de la Escena Española, una iniciativa de la Fundación Aisge (Artistas Intérpretes Sociedad de Gestión). Con los prologuistas de esta colección se podría haber hecho una superproducción: José Sazatornil, Juan Diego, José María Pou, Nuria Espert, Emilio Gutiérrez Caba, Pilar Bardem, amén de un prólogo de Luis Alberto de Cuencia y epílogo de Quentin Tarantino para las Memorias de Paul Naschy.

En la misma colección, los números precedente y siguiente son de dos compañeros del Taller de la Memoria al que perteneció Luisa Valles, Justo Ruiz (número 62) y Pepe Salas (64). El primero, profesor de teatro de Antonio Banderas en sus comienzos, lleva por título No se muevan o disparo y lleva un prólogo de Amparo Rubiales. Un Taller del que también formaban parte Idilio Cardoso, Juan Carlos Sánchez y Miguel Caiceo (las memorias de éste llevan la firma de Carlos Herrera).

Todo en la vida de Luisa Valles la fue llevando a su vocación: nacida y bautizada en San Julián, con 3 años se muda con su familia al Cerro del Águila. Su padre había sido tramoyista en sus años mozos, pero pretendía que su hija se incorporase al negocio familiar, una tienda en la variante de librería y papelería. El tendero la matriculó en una academia para que diera Contabilidad, Taquigrafía y Mecanografía, pero el tramoyista le había inoculado la pasión por la zarzuela.

En 1965 encontró la mejor escuela de teatro: todos los miércoles Televisión Española empezó a emitir Estudio 1, de vida mucho más efímera que Estudio Estadio. Hace justamente medio siglo, en 1967, muere su padre y se echa novio. Hasta el noviazgo le sirvió para sedimentar su afición a las tablas. Pepe Gómez, vecino del Cerro, estaba haciendo la mili, pero quería reengancharse en el Ejército: era músico y tocaba el bajo en un grupo de rock. Fue uno de los grandes especialistas en la música de Silvio y es el principal protagonista del testamento artístico de su mujer.

Los miércoles Luisa veía Estudio 1 y los jueves Pepe Gómez acudía a las reuniones de Noches del Baratillo, que nace en la chatarrería que el poeta Florencio Quintero tenía frente a la hermandad del Baratillo y después en la casa del imaginero Antonio Illanes en la calle Antonio Susillo y en un local que les cedió el Ayuntamiento en la calle Escuelas Pías, en justas poéticas que solían terminar en la taberna Quitapesares con Perejil de maestro de ceremonias.

Un día Juan Rodrígez Recio, director del grupo Giraldillo de Comedias, la llama porque hay que suplir a una actriz para un entremés de los Álvarez Quintero. La suplencia, que preveía puntual, se prolongó a lo largo de dos años. Vivió de forma apasionada una época apasionante: hace cincuenta años, en 1967, es testigo de la antología de la zarzuela que fue cierre definitivo del teatro San Fernando. En el Coliseo España vio el estreno de la primera comedia musical que llegó a Sevilla, Irma la Dulce, adaptación teatral de la película de Billy Wilder, con Nuria Torray de protagonista, actriz que compartió reparto con un jovencísimo Juan Diego en la adaptación televisiva de El niño de la bola, de Pedro Antonio de Alarcón.

En 1986 funda su propia compañía, especializada en entremeses de Cervantes y Lope de Rueda y con Pepe Gómez, el músico soldado, como técnico multiusos: se multiplicaba como iluminador, carpintero, decorador, atrezista y regidor. Se matriculó en la Escuela de Arte Dramático. La antigua alumna de Contabilidad y Taquigrafía se compró el libro La construcción del personaje, de Konstantin Stanislavski. Querían empezar a lo grande, con el auto sacramental El gran teatro del mundo, de Calderón de la Barca, que estrenaron el 4 de octubre de 1986 en una iglesia desacralizada de la calle Santiago.

La Fundación El Monte los contrató para llevar la obra por los pueblos de la provincia. En 25 años aumentaron el repertorio con obras de García Lorca, Darío Fo, Edgar Neville, Alfonso Paso, los Álvarez Quintero -sólo estrenaron once obras en Sevilla, 217 fuera de la ciudad con la que se les asocia- o Julio Martínez Velasco. Teatro para niños, con ensayos en los institutos Velázquez y San Isidoro o el colegio La Salle, y para mayores; para soldados, 54 actuaciones para el Servicio de Recreo Educativo del Soldado de la II Región Militar, y para los sindicatos. Consiguieron reabrir el Teatro Duque, que previo acuerdo con el director de la sección cultural y social de Comisiones Obreras podían usar salvo los días de mitin o reunión sindical. Antonio Bustos le encargó que impartiera un taller de teatro para los socios del Curso de Temas Sevillanos.

Escribió dos libros de poesía, dos de relatos y cuatro obras de teatro. El funeral por Luisa Valles tuvo lugar en la iglesia de San Pedro, concelebrado entre otros por el arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, y por Patricio Gómez Valles, el hijo sacerdote de la actriz y de Pepe Gómez, el bajista del Ejército.

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