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Episodios sevillanos del siglo XX

Tablada: Pilotos de leyenda (I)

  • ENTREGAS PUBLICADAS: 7, 14, 21 y 28 de marzo; 4, 11, 18 y 25 de abril; 2. 9 y 16 de mayo de 2010.Dieciocho fueron los pilotos civiles que perdieron la vida. En total fueron veinticinco aviadores de la Base Aérea de Tablada los que murieron entre 1936 y 1939 en actos de servicios

TABLADA, 14 de agosto de 1936. Tres de la tarde. El Junker número 61 despega con dirección a Badajoz en misión de bombardeo y apoyo a las tropas legionarias del teniente coronel Yagüe y el comandante Castejón. Pilota el avión uno de los más destacados aviadores nacionales, el capitán Francisco Díaz-Trechuelo Benjumea.

Una vez sobre el objetivo, Díaz-Trechuelo decide no bombardear sin antes precisar bien la posición de las tropas legionarias, al mismo tiempo que hace descender el aparato hasta unos doscientos metros de altitud, para ametrallar al enemigo que hostiga a las tropas nacionales desde los tejados. A esa altura, el Junker hace repetidas pasadas y consigue poner en desbandada, hacia la cercana frontera portuguesa, a grupos de milicianos. Desde terreno neutral, la situación del Junker es seguida con admiración por el capitán Carlos Soler Madrid, que valora el comportamiento del piloto.

También desde una cercana loma observan las pasadas del Junker varios carabineros. Y en una de ellas, con rabia, disparan sobre la panza del avión. Nunca conocerían que una de las balas mató instantáneamente al capitán Díaz-Trechuelo. Le atravesó el corazón.

A bordo hubo momentos de consternación. Los Junker eran aviones recién incorporados, que muy pocos pilotos se atrevían a manejar. Como copiloto iba el cabo Fernández Matamoro, formado en Tablada, sin experiencia práctica. Sus compañeros de vuelo, Quintano, Valverde, Robledo y un falangista que ejercía de bombardero, se miraron entre sí. La primera reacción fue decidir el bombardeo previsto, y después, el regreso a Tablada, transmitiendo por radio la clave H-17, equivalente al mensaje de "llevo herido muy grave".

En la base de Tablada, desde las cinco y media de la tarde, todo estaba dispuesto para un aterrizaje de emergencia. El capitán médico Manuel Méndez de León preparó el servicio de ambulancias y puso al personal del botiquín en alerta. Igual estaba el servicio de bomberos.

Sobre las seis de la tarde, los vecinos de La Pañoleta observaron un avión que venía desde el Oeste, volando más bajo de lo normal. El Junker número 61 iba muy despacio. En su interior, tendido sobre el suelo del fuselaje, el capitán Díaz-Trechuelo se desangraba. El avión fue acercándose poco a poco al puente de hierro de San Juan de Aznalfarache, atravesando la vega de Triana. Desde La Pañoleta, por efecto óptico, parecía que el aparato se estrellaría contra la estructura superior del citado puente. La gente miraba en expectante silencio. De pronto, el avión desapareció de la vista, como si hubiera caído a tierra. No se escucha ninguna explosión. ¡Había aterrizado! En Tablada se vuelve a respirar.

Serían las ocho y media de la noche cuando Ana Benjumea Pareja, marquesa viuda de Villavelviestre, cruza la Puerta Real y se adentra en la calle de Antonio Salado. Viene de la novena de la Virgen de los Reyes. Delante de la puerta de su casa, en el número 12, ve un grupo de personas. Minutos antes que ella, ha llegado su hija Ana de recoger del colegio a su hijito Antonio, de siete años, que se había quedado después de clase en una fiesta infantil.

Ana Benjumea Pareja no pregunta. Le basta ver las caras de quienes la esperan en la puerta: su hermano de padre, Joaquín Benjumea Burín; su prima Gracia Murube Turmo... Los dos hermanos se abrazan. Los dos lloran en silencio, mansamente. Ana y Gracia la abrazan luego y la besan con ternura. Todos llevan luto en el corazón; todos han perdido a un hijo, a un sobrino, a un hermano.

Tablada, 15 de agosto de 1936. Nueve de la mañana. La banda de cornetas y tambores del aeródromo ha tocado silencio y después oración. Del hangar de bombarderos sale lentamente, a hombros de sus amigos, familiares y compañeros el féretro de Francisco Díaz-Trechuelo Benjumea, 36 años, casado, cinco hijos; su mujer, Regla León Sanz, espera el sexto. Detrás del féretro van Francisco Franco Bahamonde, Alfredo Kindelán, Millán Astray, Lorente, Manuel Otero, Antonio Serra Pickman, Díaz Várela, Franco Salgado-Araujo...

Alfonso Carrillo y Luis Bengoechea son los primeros en colocar el féretro en un improvisado túmulo. El general Franco lee la orden del día: "...hecho tan destacado, en soldado de tan grandes virtudes, le hace merecedor de que, usando las atribuciones que los Reglamentos me confieren, le otorgue la Medalla Militar, como recompensa a su heroísmo, que deberá ser colocada sobre su cadáver, antes de darle sepultura..."

El capitán Carlos Rute Villanova da un paso al frente. Toma de su pecho la Medalla Militar que ganara en Asturias en 1934 y la entrega al general Franco para que la deposite sobre la bandera de España, la bicolor, que cubre el féretro...

Dos horas después, esa misma bandera sería izada por primera vez en el balcón del ayuntamiento de Sevilla, reemplazando definitivamente a la insignia republicana. [De la novela Morir en Sevilla, de Nicolás Salas, Premio Ateneo 1986]

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