Incendio Vilima

Zafarrancho de muertos

  • Los bomberos fallecidos en el incendio trabajaban de socorristas en Piscinas Sevilla l Dos días antes empezó la Velá y muchos curiosos cruzaron el puente aquel 27 de julio de 1968

A Josefina González la obligaron a abrir toda la noche el bar El Comercio

A Josefina González la obligaron a abrir toda la noche el bar El Comercio / Belén Vargas

Las llamas se veían desde el Aljarafe, desde la Velá de Triana, que había empezado con una misa flamenca en la iglesia de Santa Ana cantada por Antonio Mairena, Naranjito de Triana y Luis Caballero. Muchos curiosos cruzaron el puente, pero igual que los que salían de los cines no pudieron acercarse. La Policía acordonó las calles Lagar, Acetres, donde había nacido Cernuda (21-9-1902) y Buiza y Mensaque, donde vino al mundo Joaquín Turina (9-12-1882). Letra y música de réquiem para Joaquín Del Toro Anta (1932-1968), 35 años, vecino de Las Candelarias, y Francisco Rivero Pérez (1924-1968), 43, de Los Pajaritos, bomberos muertos en aquellas primeras horas del último día de su vida en el incendio de Almacenes Vilima.

“Mire, esto es lo que ha quedado de uno de ellos”. Y el periodista Fernando Gelán describe a un bombero “con la cara tiznada que lloraba como un crío” y que mostraba un hacha “como si fuera un crucifijo”. 27 de julio de 1968. Diez días antes, Massiel cantó en la plaza de toros de la Maesteranza, reciente su triunfo en el festival de Benidorm de Londres. Aunque ese año España no logró una sola medalla en los Juegos Olímpicos de México, la portada con la foto de Gelán de El Correo de Andalucía la compartía la tragedia de Vilima con un José Legrá eufórico en el aeropuerto de Barajas con su título mundial de los pesos plumas, aunque su victoria al británico Winstone no sirvió en el encuentro del ministro Castiella sobre Gibraltar.

Mucha gente estaba de vacaciones o a punto de empezarlas. El 16 de julio, los Príncipes Juan Carlos y Sofía llegaban a Estoril a pasar unos días con sus padres, los condes de Barcelona. Pablo VI iniciaba su descanso en Castelgandolfo antes de un viaje a Colombia. En Sevilla, para los que no tenían medios económicos, estaban los cines de verano. El Avenida de Verano, aquella noche del 27, daba en su paraíso de Pagés del Corro Zafarrancho en la Universidad. La primera palabra la convirtió Vilima en contraseña comercial. La prensa anunciaba trenes populares a las playas de Cádiz y Málaga. Los dos bomberos fallecidos trabajaban de socorristas en Piscinas Sevilla para sacar a dos familias numerosas. Del Toro Anta dejaba cinco hijos; Rivero Pérez, que el 1 de agosto tenía previsto irse con la familia a Mazagón, cuatro.

El mundo empezaba a cambiar. El mayo francés y sus ansias de libertad llegaba dos meses después a las calles de Praga. Y en Sevilla terminaba la huelga en Fasa-Renault. Y se estrenaba 2001, odisea en el espacio. El año de la novela de Clarke y la película de Kubrick fija el fin de trayecto de la segunda etapa de Vilima, que después del incendio, totalmente reformado, abrió sus puertas el 1 de diciembre de 1969. El 27 de julio de 1968 era sábado y hubo Consejo de Ministros. Se aprobó el referéndum para Guinea Ecuatorial. Sevilla y Betis bajaron a Segunda. En julio fue el sorteo. El primer rival en casa del Sevilla sería el Indauchu; del Betis, el Onteniente.

El incendio está en la retina de quienes lo vivieron. Josefina González Atienza, extremeña de Monesterio, se vino con catorce años a trabajar en la casa de un sastre y se enamoró de Ricardo Rivera, dueño del bar El Comercio, que la dejó viuda poco años antes del siniestro. “A mi madre le dio un ataque de nervios”, dice Paco Rivera, que entonces tenía cinco años y ahora, obviamente, con 55 lleva las riendas de un bar que existe desde 1904. Viuda y con un niño de cinco años y dos niñas de seis y siete, Josefina, a sus 87 años, cuenta que pasó “un miedo horrible”. Unos dicen que fue el jefe de bomberos, Manuel Álvarez Dardet, y otros que el propio Pepín Lirola, hijo del fundador de Vilima, gerente en la última etapa, recientemente fallecido, quien pidió que tuvieran el bar abierto toda la noche. “Después vino alguien de los bomberos a pagar lo consumido”.

José Miguel Pérez Ruiz tiene 74 años, nueve nietos, cuida de algunos de ellos en la playa. Con 24 años, llegó antes que los bomberos a Vilima, que se había llamado Almacenes Lirola. “Mis padres venían de la playa y por Dos Hermanas veían las llamas. El sereno me llamó a mi casa de la Cuesta del Rosario”. Los bomberos intentaron entrar por la puerta principal, pero era imposible. “El fuego se extendía por las velas para el calor, todavía se ven arriba los ganchos”, dice José Miguel, que regentaba una tienda de calzado infantil, Maribel, adyacente a los almacenes, y por cuya puerta entraron los bomberos para evitar el obstáculo infernal de la fachada. “Vi bajar a dos bomberos llorando a lágrima viva. Se derrumbaron y decían están muertos, están muertos”.

Calzados Maribel, con La Española, en Alcaicería, y La Cubana, en Lineros, eran las tiendas de una estirpe comercial iniciada por su abuelo, José Pérez Ruiz, que lo intentó en Argentina y regresó. Emilia Moscoso Ávila tenía doce años y nunca ha podido borrar esas imágenes. “Nos fuimos a la azotea de la calle Cuna y no se podía estar ni en la azotea. Te quemaba el aire con las llamas”. Emilia es nieta de Enrique Ávila Carvajal y Emilia Cereceto Bourrelier, que en 1913 abren en Cuna Marcos Venecia, que también tiene tienda en Lagar.

Vilima es acrónimo de Victoria Lirola Martínez, pequeña de los ocho hijos de José Lirola Cerezuela, fundador de un negocio que representó “la revolución mercantil del comercio sevillano” (Nicolás Salas). El incendio tiene lugar cuatro meses y medio después de que El Corte Inglés abra en la plaza del Duque. Victoria es el nombre de la hija de Juan Carlos del Toro, hijo de uno de los bomberos muertos. Tiene 11 años, dos abuelos bomberos, acompañó a su padre a la cita con este periodista en el bar El Comercio, el que abrió toda la noche de aquel fatídico día de julio.

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