El académico que no leyó su discurso

50 años de la muerte de Joaquín Romero Murube

Su defensa del patrimonio, el principal legado de su recuerdo

Emotivas semblanzas de sus amigos y discípulos en el Alcázar

Joaquín Romero Murube, segundo por la derecha, en Oromana, 1935, con García Lorca (primero a la izquierda) Guillén y otros amigos.
Joaquín Romero Murube, segundo por la derecha, en Oromana, 1935, con García Lorca (primero a la izquierda) Guillén y otros amigos. / Fundación José Manuel Lara

Pasó más de media vida en el Alcázar y murió de la otra media, parafraseando a Larra, de las heridas y la indolencia de una ciudad en permanente estado de autodestrucción. ¿Cincuenta años de Soledad? Los que hoy se cumplen de la muerte de Joaquín Romero Murube (1904-1969), intelectual atípico, hermano de la Soledad, esposo de Soledad, que nació en Los Palacios y Villafranca y murió en su despacho del Alcázar, del que fue conservador de 1934 a 1969. Cumplía años el 18 de julio y se casó en 1936. Boda en Madrid, 24 de enero, con su prima Soledad Murube. Pasaron toda la guerra separados.

Por nacimiento Joaquín Romero Murube pertenecía cronológicamente a la generación del 27. Era dos años más joven que Alberti y que Cernuda. Como hace Antonioni en Blow Up, la película que adaptó un relato de Cortázar, casi se puede recomponer la foto del 27 a partir del álbum gráfico del conservador del Alcázar. Un documento muy revelador, alegato contundente contra los clichés de autor local o, lo que es peor, localista. Imágenes que están en la antología En el aire de Sevilla que la Fundación José Manuel Lara publicó en tres volúmenes con edición de Jacobo Cortines y Juan Lamillar.

En ese álbum donde aparecen en sus visitas al Alcázar el doctor Fleming, Jean Cocteau, Maurice Ravel o su amigo Paul Morand, está Miguel Romero Martínez, hermano del médico que aparece en la foto del Ateneo. Con Cernuda y Alberti se le ve junto a la columna de Al Mutamid en el Alcázar. Fue alumno de Pedro Salinas, el traductor de Proust. Participa en una cena surrealista en honor a Jorge Guillén; en la colocación de una placa en el aniversario de la muerte de Villalón. Federico García Lorca fue su huésped en 1935, alojado en el Alcázar mientras disfrutaba de la Semana Santa y de la Feria. En los jardines leyó a sus amigos versos del todavía inédito Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías. Profecía de la suya.

Si recibió en el Alcázar a Franco, antes fue anfitrión de Diego Martínez Barrio, el sevillano que presidió la República y que visitó el palacio sevillano en compañía de Lluis Companys, presidente de la Generalitat. En la fotografía aparece Manuel Blasco Garzón, entonces ministro de la República, en 1927 presente en la foto de los poetas como presidente del Ateneo que reunió a los poetas.

Romero Murube aparece en charla distendida con Dámaso Alonso en el Patio de los Venerables. Con Vicente Aleixandre coincidió en 1950 en un ciclo de poetas en el Club La Rábida con Gerardo Diego y Rafael Laffón. 27 años después recibiría el poeta de Yanduri el Nobel de Literatura. Vuelve a encontrarse con Aleixandre en 1952, en el congreso Internacional de Poesía celebrado en Segovia. Allí se fotografía con Caballero Bonald y Carlos Edmundo de Ory y la dueña de la pensión donde se había alojado Antonio Machado. Ory es el puente afectivo entre dos escritores que murieron el mismo día: Joaquín Romero Murube e Ignacio Aldecoa.

Joaquín vino del pueblo a la capital. Viaje no sólo geográfico; un viaje social. “Niñez campesina y lugareña; en tiempos de mis abuelos tuvimos cortijos, fincas y dehesas. Don Antonio Chacón cantaba malagueñas mientras yo leía el Catón. Todo eso se perdió como Cuba y las Islas Filipinas”.

Hay una foto en el Alcázar con Manuel Chaves Nogales. Los 75 años de la muerte del autor de A sangre y fuego se unen a los cincuenta sin Romero Murube. Uno se fue y otro se quedó. Cortines y Lamillar cuentan que recurrió a Guillén y Salinas para que le consiguieran un destino de lector en el extranjero, con preferencia por Oslo o Praga, que no cuajó.

La Casa de los Poetas y las Letras le dedica tres jornadas, dos en el Espacio Santa Clara y la tercera en los Pinelo. Ayer coincidían dos actos sobre Romero Murube casi a la misma hora. Manolo Grosso moderaba a Carlos Colón, Mercedes de Pablos, Álvaro Pastor y Paco Robles.

El Alcázar, su casa, y la Soledad, su hermandad. Cuatro amigos del conservador del Alcázar se dieron cita convocados por la hermandad en la que ingresó con 12 años. Por iniciativa suya, flores de los jardines del Alcázar adornaban el altar de la Soledad. Con Ignacio Valduérteles, hermano mayor, como maestro de ceremonias, José Joaquín León presentó al cuarteto.

Enrique Vila, padre de Enriqueta Vila , propuso a su amigo Romero Murube para conservador del Alcázar en 1934. Rafael Manzano lo sustituyó en el cargo, pero se llevó el “testamento espiritual” de un espíritu indómito, demoledor en sus retratos. Aquilino Duque conoció la noticia de su muerte en Roma. Joaquín Caro Romero también fue pregonero, como su tocayo. Iba mucho a su despacho. “Ahora voy poquísimo al Alcázar, desde que destronaron al sultán”. Los cuatro son académicos de Buenas Letras, institución que nombró a Romero Murube, aunque nunca leyó su discurso ni ocupó el sillón.

Nunca dejó Sevilla; Sevilla a veces sí lo dejó. Fue concejal, rey mago en la Cabalgata de 1937, pregonero de la Semana Santa de 1944. Autor de siete libros de poesía, ocho de ensayo. Un genio en la elegía andaluza, género en el que Cortines lo emparenta con Platero y yo de Juan Ramón y con Ocnos de Cernuda, con el que compartió la admiración por José María Izquierdo.

A todos concierne Romero Murube. Manuel Rosal, hijo de Los Palacios, ha editado en Athenaica Pueblo Lejano y está a punto de salir Lejos y en la mano, con el bellísimo perfil de Paul Morand. Eva Díaz Pérez lo recrea en su novela Hijos del Mediodía. Romero Murube era sobrino del abuelo de Jacobo Cortines y primo de su padre. El poeta José María Jurado llega a él porque era amigo de su abuelo y mentor literario de su tío, el crítico taurino Miguel García-Posada. Juan Lamillar no es familia, fue detective de su prosa y notario de sus versos. Aquilino destaca encarecidamente su obra La luz y el horizonte.

“Aquí ya no hay calle sin pecado”. Lo cita el casi paisano Cortines y no se refería a las casas de lenocinio, sino al pecado imperdonable de borrar la faz de una ciudad y degradar su patrimonio. Caro Romero lo dice con otras palabras. “El gran negocio era conservar Sevilla, no destruirla, pero no le hicieron caso porque la Sevilla de Romero Murube se fue con él para siempre”.

Los que a diario pasan por el número 17 de la calle Cardenal Spínola encuentran su rúbrica soleana. “Y que Sevilla sea siempre el ámbito inigualable donde viven reunidos los ángeles, las musas y los duendes, rectores dulces y abismos claros de la Eterna Andalucía”.

Su recuerdo es la punta del iceberg de una Sevilla que emerge del olvido. En diciembre El Paseo edita la obra completa de Juan Sierra y el año que viene Sevilla celebra el siglo de Montesinos.

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