Francisco Piñero

Por la calle Baños en fila india

  • Nació en Carmona, fue griego y romano, le hubiera gustado ser Romeo. Da clases de Interpretación en el antiguo cuartel del Carmen donde se libró de la mili.

EL actor que se libró de la mili en este mismo edificio cuando era cuartel del Carmen les habla a sus alumnos de tercero de Interpretación de orden, de disciplina y, por exigencia del guión, exhibe una pistola. Francisco Piñero (Carmona, 1952) es teatro en estado puro. Por los genes. "Mi padre perdió un tren por terminar de ver una obra de teatro en Madrid". Y Carmen Valverde, la esposa del notario Vicente Piñero, admiraba a Katharine Hepburn.

Piñero es el sexto de los nueve hijos de ese matrimonio. Descubrió el regusto de los aplausos cuando representó con once años El león dormido, de Graham Greene en los Salesianos. Un año después, salió por única vez en su vida de nazareno con los Estudiantes, cofradía de la que es hermano mayor un primo suyo.

Sus alumnos entran por Pascual de Gayangos. Lo fueron el año pasado Patricia Salgado, sevillana, y Paulina, francesa de la Bretaña, a la que dirigió en una práctica de Panorama desde el puente. Se ha jubilado Concha, la conserje. Arte Dramático comparte edificio con Música. Una convivencia difícil. "Un piano no llora", repite a sus alumnos. "Nosotros trabajamos con sentimientos. Los artistas somos bastante individualistas, y los actores cimarrones, hoy estamos con el Rey y mañana contra la guerra".

Creció en el Porvenir, pero le marcó Nervión, donde hizo el bachillerato. Allí se hizo palangana sin militancia. Piñero milita en el teatro. "No hay un arte más maravilloso si te gusta; si no, es un martirio. Somos asesinos, somos héroes, somos rácanos". Orden y disciplina para ácratas. "Los actores somos muy flojos, pero trabajamos como bestias. Las estrellas, léase Antonio Banderas, son bestias trabajando. Y si tienen éxito, más. El marketing, las entrevistas. ¿Vacaciones un actor? Un actor tiene vacaciones cuando está parado. Para mí las vacaciones es ir a ver teatro a Madrid o a Berlín. Si quieren vacaciones, que estudien Derecho. Se van con la resaca a la última fila y se duermen".

El primer trimestre toca tragedia; el segundo, comedia. La vida misma. En el aula son trece alumnos, pero el profesor no es supersticioso. Coge sus apuntes y se sienta en el banquillo como Van Gaal. Jalea a su elenco como si estuvieran en una fiesta flamenca. "¡Venga!", "¡Vamos!", "¡Eso es!". Están con Shakespeare, al que no ha representado nunca. "Me gustaría hacer de Romeo, pero por edad tendría que hacer de su padre". Ofelia se quita la bufanda y Hamlet se ajusta los calzoncillos. Ofelia es Natalia Ortiz, colombiana de Cali; Hamlet, Carlos Cepa, extremeño de Mérida. Les va a caber el privilegio de repetir algunas de las frases más redondas de la historia de la literatura.

"El arte es repetición", les dice el profesor y dramaturgo Piñero. "Decía Juan Ramón Jiménez que la perfección nunca se perfecciona. Nunca la encontraremos, pero vamos a buscarla". Es un profesor exigente, aunque nunca suspende. "¿Catear a un actor? Ya lo cateará la vida".

En su familia, le precede un profesor de Filosofía y le sigue un catedrático de Literatura. Ha sido griego con Távora, Tiresias en Las Bacantes, y romano con José Luis Alonso de Santos, el esposo de su prima Marga Piñero. Fue Palestrión en Miles Gloriosus y un buen día le dijo adiós a Madrid. Sacó una plaza de profesor en Córdoba, donde conserva su compañía teatral El Mercado. "Como no hay dinero, hay que echarle ideas, el camión y el viaje a ninguna parte. El teatro nunca se hundirá, porque es de amplias minorías. Los pobres son los que menos notan la crisis".

Un piano no llora, pero Natalia, la Ofelia colombiana sí. "Ahora llora, se apaga la luz y la gente aplaude. La música no puede hacer llorar ni reír a carcajadas. ¿Tú has visto a alguien desgañitarse de risa en un concierto de los Rolling". En la siguiente clase, las dos Electras. Un café en la calle Baños, por la que hay que ir en fila india, como en la mili.

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