"Mis padres se casaron de madrugada en el Gran Poder y se fueron a París"

Los invisibles

Es profesional de la Imagen y tiene despacho en la calle Imagen. Una de las dos hijas del pintor Paco Cortijo, a quien catorce años después de su muerte sigue viendo moderno y renacentista.

Ana María Cortijo, en su despacho de la calle Imagen. Al fondo, una foto de sus padres.
Ana María Cortijo, en su despacho de la calle Imagen. Al fondo, una foto de sus padres.

02 de octubre 2010 - 05:03

ES experta en pintar paredes a la francesa. Ana M. Cortijo (París, 1960), es madre de Adriano y tía de Trajano. Su padre, el pintor Paco Cortijo fue emperador de la calle Feria.

-Es la única española que se libró del servicio militar...

-Pues sí. Uno de los motivos por los que mi padre se va a París es para que sus hijos, que luego fueron niñas, no tuvieran que hacer el servicio militar ni bautizarse. Yo nací en 1960 en París. Un año después volvimos a Sevilla y mi hermana, al nacer aquí, se tuvo que bautizar.

-¿Qué recuerdos tiene de París?

-Recuerdos escuchados y una enorme facilidad para el francés. Mis padres se establecieron en el Pigalle, en el hotel de Rusia. Por el nombre pensaban que sería de alguien de izquierdas y era de un ruso zarista. Lo mismo les pasó a otros sevillanos que andaban por allí, como Luis Gordillo y Mariano Peñalver. Cuando yo nací, Gordillo era el que más tiempo estaba en casa porque mi padre trabajaba de noche y pintaba de día.

-¿En qué trabajaba?

-Empezó en carga y descarga en el mercado de Les Halles, lo que hoy es el Centro Pompidou. Después se colocó de pintor de paredes. En casa todos sabemos pintar paredes a la francesa, es decir, exquisitamente pintadas.

-¿Cómo están sus genes?

-Yo creo mucho en la genética. Mi padre viene de dos familias muy diferentes. Su madre fue una de las primeras niñas a las que recogió Sor Ángela de la Cruz. Se salió del convento para casarse con un falangista muy guapo. La familia de mi padre era de izquierdas. Mi padre nace en el 36 en la calle Feria. El primer barrio con el que se ensañaron. Ninguna de las familias aceptó al pretendiente de la otra. Se casaron de madrugada en el Gran Poder con un solo testigo. Al día siguiente cogieron un tren para París. Allí nací yo.

-¿Qué legado les dejó su padre?

-Lo administró mi madre. Mi padre muere en 1996. Nos vinimos a vivir a Sevilla. Mi madre se pasó tres años preparando esa exposición y un día antes de la inauguración se murió. Tuvimos que hacerlo mi hermana y yo con nuestros hijos. Los niños eran para mi padre los dioses sobre la tierra. Los niños de las dos nacieron en Sevilla. La noche anterior al parto de Adriano estaba en el Cine Avenida viendo Las amistades peligrosas. A mi padre le hacía ilusión que nacieran aquí. Por la relación de amor/odio con Sevilla.

-¿Cómo sublimó la nostalgia?

-Siempre volvía, viviera en París o en Madrid. Desde 1973 tenía una casa lo más inaccesible posible, donde sólo se podía llegar con plano por la policía. Una casa en Alcalá de Guadaíra.

-Como profesora, ¿qué le ha dejado su padre?

-Le interesaba mucho esa transmisión de tipo renacentista. Para él la formación era una prioridad.

-¿Ha perdonado a los que le rechazaron la plaza de profesor?

-Mi padre quería venir a Sevilla para que Adriano tuviera una infancia sevillana. La plaza ya estaba asignada para otra persona. El Rectorado le animó a venirse de Madrid y no fue capaz de enfrentarse a la Facultad, a esta institución endogámica y corporativa. Sevilla seguía siendo Sevilla. Lo que le decepcionó fue la reacción de algunos amigos y compañeros de la estructura universitaria.

-Hizo la tesis sobre Paco Molina.

-Se lo trajo a Sevilla. A un piso de Los Remedios. Cuando Juana de Aizpuru decide abrir una galería de arte, cosa que mi padre no le recomendó, le dijo que era mejor abrir una boutique, como ella no sabía nada de arte, le propone a Paco Molina como asesor.

-¿Le gustaba la Sevilla típica?

-Rechazaba ese lado oscuro, goyesco, que asociaba con sufrimiento y fealdad, con pobreza y miseria. Pero los posados en mi casa eran todos en traje de luces, traje de nazareno o traje de novia. Su padre, mi abuelo Bernabé, era barbero de toreros y se empeñó en que fuera torero. Era imposible con esa especie de ácrata salvaje.

-¿Y la pasión según Cortijo?

-Mi padre era muy apasionado. El término medio no existía. De la otra Pasión, la Semana Santa la asociaba con la endogamia, los favores, la falta de fe. Cuando veníamos de visita a Sevilla, nos decía: ¿habéis visto, niñas?, Sevilla es un escenario de opereta. Está todo perfecto, no se mueve el aire, pero en cuanto ves a los actores se te quitan las ganas de ver la obra.

-¿Es usted muy Cortijo?

-En mi trabajo con la Imagen y la Comunicación he tenido ocasión de ver Sevilla desde otra perspectiva diferente. Y mi análisis es el mismo que hacía mi padre. Que no dista mucho del que ya hacía Luis Cernuda. Una ciudad atractiva y muy difícil con un temperamento muy Siglo de Oro.

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