tribuna de opinión

Ante el cierre del Museo Arqueológico

  • El autor advierte del daño que pueden sufrir algunas de las piezas más importantes si se trasladan para la reforma del espacio y explica que se podría acometer sin cerrar

Ante el cierre del Museo Arqueológico

Ante el cierre del Museo Arqueológico

Después de muchos años de espera, parece que se acerca la hora anhelada del comienzo de las obras de remodelación del Museo Arqueológico. Hace pocos días veíamos como dos señoritas, sonriendo, cerraban de manera solemne los dos grandes batientes de las monumentales puertas de madera del museo.

A nosotros nos dio pena. Y si hubiéramos tenido que cerrar las puertas como hacían aquellas señoritas, no lo hubiéramos hecho sonriendo, sino llorando, conscientes de que con el cierre del museo se cierra algo importante en la vida de la ciudad. Sobre todo porque, como hemos dicho en otras ocasiones, no es imprescindible. Porque se pueden compaginar las obras con el mantenimiento del museo abierto. Que será más incómodo para el arquitecto y la contrata, por supuesto. Porque no podrán disponer a su antojo de todo el espacio. Pero no será más caro.

Uno de los problemas de las obras del museo es que no sabemos, porque no se ha dicho, lo que se quiere hacer con él. Sólo sabemos que, de momento, los responsables se toman un año para embalar y trasladar piezas. Se habla de un millón de piezas. Pero es una manera de hablar, porque en ese millón entra lo mismo un fragmento de cerámica del tamaño de una moneda que el más grande de los mosaicos. Nos parece muy bien que se piense en trasladar toda la gran cantidad de fragmentos de cerámica recogidos en multitud de excavaciones sin mayor interés arqueológico. A La Rinconada o donde se crea conveniente, pues difícilmente nadie va a preguntar por ellos nunca.

Pero ¿qué se va a hacer con los mosaicos que están colocados en las salas? ¿También se van a trasladar? Y pensamos: ¿para qué? ¿Para colocarlos en otro sitio? Pero ¿en cuál? Si tenemos en cuenta que el museo no se puede modificar estructuralmente, las dimensiones de los mosaicos no permiten que se coloquen en muchos sitios distintos de los que ocupan actualmente, aunque es cierto que en algunos casos se pueden intercambiar. Pero ¿con qué objetivo? ¿Justifica ese cambio los riesgos y los daños inevitables que los mosaicos van a sufrir? Porque no es lo mismo sacar un mosaico de la villa romana en la que se hallaba originalmente, sobre una simple capa de argamasa, que arrancarlo ahora del muro al que se halla sujeto con gruesas garras de hierro para asegurar su estabilidad, y consolidado sobre una capa de cemento. Los mosaicos habrá que trocearlos para poderlos arrancar, embalar y sacar por las puertas de las salas. Para ello, habrá que buscar dónde están las garras ocultas y habrá que cortarlas. Pensar que todos estos trabajos pueden llevarse a cabo sin causar daños a las piezas es soñar. Por supuesto que puede hacerse. Puede hacerse todo. Y habiendo dinero, más. ¿Pero es necesario?

Y si pensamos en la gran estatuaria, nos encontramos con problemas similares. A todos nos admira, por ejemplo, ver al Mercurio, tan elegante, como emprendiendo el vuelo con sus pies alados, en el centro de la sala que él solo ocupa y llena. ¿Lo arrancaremos de ahí? ¿Somos conscientes de que tan pronto como lo elevemos de su pedestal se quedará al menos sin una de sus piernas, modelada en yeso por uno de los mejores escultores del pasado siglo? ¿Y la Diana, también con elementos restaurados que desaconsejaron su traslado hace pocos años a una exposición temporal de importancia? ¿Y la Venus? ¿Y el Trajano? Todas las grandes esculturas, que tan esbeltas contemplamos, se hallan dotadas de elementos ocultos que aseguren su estabilidad, pensando sobre todo en el público que las contempla. ¿Qué se va a hacer con todas estas obras monumentales? ¿Dónde se van a colocar después? ¿Y con qué finalidad se las va a cambiar de emplazamiento haciéndolas correr esos riesgos? ¿Va a ganar mucho el museo con ese cambio? ¿Compensa la posible mejora los daños, los gastos y los perjuicios de tener el museo cerrado durante una serie de años?

Nos parece muy bien que se cambien las vitrinas y sus contenidos, las luces, los carteles, las cubiertas, las cresterías, lo que haga falta. Pero mover las grandes piezas ¿para qué? ¿No iremos a arrancar un mosaico o mover una estatua del sitio que ocupa actualmente para volverlo a colocar en el mismo sitio dentro de un par de años?

Una última pregunta queremos hacernos. ¿Sabemos lo que queremos que sea el museo en el futuro? Porque mucho nos tememos que vamos a cerrar un museo para abrir un centro de ocio más. Un museo arqueológico es un museo básicamente sujeto a unos imperativos cronológicos, no sólo estéticos, pues se trata de mostrar lo que ha sido la vida del hombre. ¿Queremos seguir teniendo un museo didáctico que sea reflejo de nuestra historia o eso ya no se estila?

Y así otras cosas de las que nada sabemos porque nada se nos dice. Y ante ese silencio, un ruego: no cierren, por favor, el museo para destruirlo, para hacer de él algo que mañana ya no tendrá sentido. Y habremos perdido una oportunidad de oro. Por eso, no sonrían porque se cierra el museo. Lloren, mejor, conmigo.

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