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Tribuna de opinión

La falsa rehabilitación de las Atarazanas

  • El arquitecto José García-Tapial y León exige que se recupere la cota original, situada a unos cinco metros bajo la actual, con la que Alfonso X construyó los astilleros para que la ciudad contemple su envergadura.

LO que hoy conocemos como Reales Atarazanas no son más que una parte de las originales. Las siete naves que permanecen son las supervivientes y accesibles del total de 17 que, originariamente, mandó edificar Alfonso X, adosadas por el exterior a la muralla islámica, para armar naves con las que combatir a los musulmanes norteafricanos: "El fecho de allent mar contra la gente pagana". Los siglos XIV y XV son los de mayor actividad fabril, aunque ya en 1493 los Reyes Católicos liberan de su función de astillero a la primera nave contigua al Postigo del Aceite para ubicar allí la Pescadería Mayor. A lo largo del siglo XVI va perdiendo su carácter original y se va convirtiendo en almacén portuario, no sólo porque el río disminuye su calado sino también por la escasez de material (madera adecuada) para la construcción de navíos.

Conforme se consolida este nuevo uso se irán compartimentando sus espacios, rellenando su basamento y elevando el nivel de su pavimento. Posteriormente se cederán más naves para la instalación de la Aduana, la Casa del Azogue, la iglesia de San Jorge y el Hospital de la Caridad, hasta quedar las siete actuales. Sobre su frente fluvial se elevan en primera planta, a finales del XVIII, unas naves perpendiculares a las medievales, para alojar las actividades de la Maestranza de Artillería.

Según los arqueólogos Amores Carredano y Quirós Esteban, que excavaron el subsuelo actual, el astillero medieval "tenía una arquitectura esbelta, de 11,40 metros de alzado, para permitir la arboladura de los navíos que en ella se construían, reparaban y guardaban". Esta sugerente arquitectura no se ha perdido ni destruido sino que permanece en pie y oculta a nuestros ojos, aunque en la actualidad solamente podamos apreciar los seis metros superiores correspondientes a bóvedas y arquerías. Bajo nuestros pies ha quedado enterrado el bosque de 85 pilares de sección rectangular que lo conforman. Este magno espacio de 8.200 metros cuadrados de superficie, con naves diáfanas de 11,40 metros de altura, se nos presenta como una auténtica catedral civil, enterrada hoy hasta el arranque de sus bóvedas.

Cualquier rehabilitación que se pretenda llevar a cabo sobre este monumento debe llevar aparejada, ineludiblemente, la recuperación de sus dimensiones, de sus espacios originales y de su escala. Para ello es inexcusable recuperar la cota original de su construcción, eliminar los rellenos y bajar, aproximadamente, unos cinco metros bajo la cota actual para liberar los pilares en su totalidad. Ésta es una operación plenamente factible técnicamente, asequible económicamente y con resultados espectaculares a muy corto plazo. Que no se argumenten posibles problemas con los acuíferos: las excavaciones arqueológicas ya realizadas no encontraron con problema alguno en este sentido. Además, en otras excavaciones próximas y recientes (en el Corral de las Herrerías en la Casa de la Moneda) se llegó prácticamente a esta profundidad sin que el agua entorpeciera las excavaciones. Recuperar integralmente las Atarazanas en su escala y dimensiones históricas mediante este vaciado es, por tanto, posible técnicamente, económicamente asumible, positivo desde el punto de vista patrimonial y, por tanto, exigible.

Como consecuencia de la eliminación de estos rellenos se podría acometer además la recuperación de la muralla islámica existente al fondo del edificio, que ha aparecido incluso con su barbacana delantera. Así lo han evidenciado las sucesivas campañas arqueológicas que han identificado, además, dos torres, una de ellas de gran interés por configurar una puerta acodada junto al Postigo del Aceite y que debiera rehabilitarse.

El proyecto de centro cultural que acaba de obtener licencia de obras no plantea la recuperación, siquiera parcial, de la cota original, lo que supone la renuncia a acometer una necesaria y verdadera rehabilitación de los dos monumentos medievales (Atarazanas o muralla) a los que se está condenando a permanecer enterrados y ocultos a nuestra contemplación. La intervención prevista se limita a la remodelación de las dependencias dieciochescas de las plantas altas, con fachada a Temprado, para su acondicionamiento como salas de exposición. En planta baja se plantea, además, la eliminación del cerramiento hacia la calle Dos de Mayo, lo que históricamente no es justificable, así como la práctica anulación de su salida natural hacia el río (calle Temprado) al ubicar aquí el patio de maniobras, los montacargas, así como los almacenes y locales técnicos. Estas alteraciones del sentido natural de los cerramientos y accesos hace imposible la comprensión de la funcionalidad histórica del monumento.

Ante una intervención como ésta, que no sólo renuncia a la puesta en valor de nuestro mejor pasado sino que hipoteca su recuperación futura, es exigible la apertura de un proceso de información exhaustiva y de amplia participación ciudadana. La transparencia y la participación no deben ser sólo conceptos abstractos para la época electoral.

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