“El fuego amigo es siempre el que más daño hace en política”

Francisco José Fernández

Nació en el Cerro, donde adolescente descubrió la política. Jefe de gabinete con Monteseirín, fue ocho años delegado de Gobernación. Dos mandatos y este loco de la política volvió a trabajar en el manicomio

“El fuego amigo es siempre el que más daño hace en política”
“El fuego amigo es siempre el que más daño hace en política” / Juan Carlos Vázquez

EN una imagen de película del neorrealismo italiano, Fran Fernández (Sevilla, 1965) dice que entró en política “con pantalones cortos”. Vivió en el Cerro hasta que se casó con María José. Hijo de camarero montañés y costurera que llegó al Cerro de Lebrija.

–¿Por qué ha elegido este sitio?

–Porque el soterramiento de Los Pajaritos es la obra de la que estoy más orgulloso como concejal. Un proyecto del alcalde Luis Uruñuela que realizó su sucesor, Manuel del Valle, convirtió la Ronda del Tamarguillo en una autopista de seis carriles, lo que significaba una Ronda dura y una gran frontera con el Cerro, Madre de Dios, Los Pajaritos, Las Candelarias. Se hizo un gran parque junto a la antigua cárcel de Ranilla, se le puso la miel en los labios para que no lo pudieran disfrutar.

–¿Cuál es su barrio?

–Soy de los niños que nacieron con patrona en su casa. En mi casa del Cerro. Hasta la Olavide todo eran campos de algodón de la fábrica de Hytasa, que Franco abrió por si se prolongaba la guerra para no tener que depender del textil catalán. Los garrochistas traían las reses bravas al Matadero.

–¿Sigue siendo del Cerro?

–Viví allí hasta que me casé. De luna de miel nos fuimos a Cancún y volvimos un día antes de que se inaugurase la Expo. Primero nos fuimos a vivir a un piso que mi mujer tenía de estudiante en Triana.

–¿Dónde nace su conciencia política?

–El Cerro se libró de la marginalidad por la fuerte conciencia de clase que imprimía la organización sindical en torno a Hytasa. Yo nací en una calle que se llamaba Comandante Castejón, el militar que asedió Sevilla, y que ahora es Diamantino García Acosta. El cura Diamantino vivía enfrente de mi casa con su madre, le decíamos la salamanquina. Cada vez que venía a su casa a comer el arzobispo era una fiesta en la calle.

–Su carrera política siempre fue unida a la de Alfredo Sánchez Monteseirín...

–Su padre, Juan Centeno, fue mi profesor de Historia en los Escolapios. Alfredo vivió un tiempo en el Cerro, en la calle Afán de Ribera. En 1993, cuando entra de vicepresidente de la Diputación, fui su jefe de gabinete. Seguí con él en el Ayuntamiento. En sus tres mandatos se urbanizaron 1.031 calles. Si llego a vivir 80 años, podré decir que una décima parte de mi vida he sido teniente de alcalde.

–Caballero veinticuatro democrático.

–Tuve la posibilidad de transformar la ciudad y la aproveché.

–¿Dónde dejó su impronta?

–La demolición de Regiones Devastadas, que nos hubiera gustado completar con Los Pajaritos. Los soterramientos de Bueno Monreal y Los Pajaritos. Permutamos los terrenos de la Cartuja para hacer la comisaría de Ranilla, el mayor edificio de instalaciones municipales. La primera calle que se peatonalizó, O’Donnell. En 2003 lo propusimos en Asunción, los comerciantes la tumbaron. La ampliación del tranvía del Prado a Viapol. El sentido único en la Ronda Histórica, Eduardo Dato, Luis Montoto. El Plan Centro.

–Que con Zoido se terminó.

–Más pronto que tarde volverá.

–Siempre en el gobierno.

–Los ocho años. Se han cumplido siete años de mi incorporación a mi puesto de trabajo de funcionario de carrera. En el manicomio.

–¿Está loco por la política?

–No entiendo cómo puede haber alguien a quien no le guste la política. Muy dura, pero apasionante. El tiempo me enseñó a recordar sólo lo bueno, olvidarlo malo, sobre todo el fuego amigo, que es el que más daño hace en política.

–¿Y su precocidad?

–Entré con 13 años, con pantalones cortos. En Juventudes Socialistas había que tener 14. Era muy alto, muy grande, y en las manifestaciones siempre me llevaban en el servicio de orden o llevando uno de los palos de las pancartas. Mi primera manifestación fue la del 1 de mayo de 1979, con trece años. Participé en la campaña del 28-F y con Alfredo en el referéndum de la Otan, en el cambio de eslogan De entrada no a Otan sí. El tiempo demostró que Felipe tenía razón.

–Siempre rodeado de mujeres...

–Mi abuelo y mi padre, que estuvo en la batalla del Ebro, murieron muy pronto. Mi madre cosía para la calle y mi abuela, que era más lista que el hambre, le alquiló una habitación de nuestra casa del Cerro a Magdalena y Rosario, hermanas de un militar de Larache. En su televisor vimos la Copa del Rey que ganó el Betis en 1977. El 14 de abril de ese año Alfonso Guerra inauguró la Agrupación Socialista de Amate.

–¿Cambió mucho el Cerro?

–Aquí hicimos el primer campo de césped artificial, un convenio con la Junta cuando Leo Chaves era director general de Deportes.

–¿Hizo la mili?

–Soy objetor de conciencia. Hice la prestación social sustitutoria en un centro de mayores.

–¿Añora el Ayuntamiento?

–En el traspaso de poderes, le di a Curro Pérez una carretilla con metro y medio de documentos. Le pedí al alcalde, a Zoido, que el tranvía llegara hasta el Prado. No te equivoques, me dijo, conmigo el tranvía ha terminado.

–¿En su casa gobierna?

–Mandan mis niñas. María José estudió Veterinaria en León, Isabel Nanotecnología en Dublín y Martina cumple 18 años el día 27.

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