Las gafas de mirar del pregonero Casellas

calle rioja

Trastienda. El pregonero de la Semana Santa fue el primero que conmemoró el cuarto centenario del nacimiento de Murillo con una visita al convento de Capuchinos

El pregón de la Semana Santa de Enrique Casellas, en imágenes
El público ovaciona al pregonero, con la Banda Sinfónica Municipal de Sevilla en el foso. / Juan Carlos Vázquez Osuna

La víspera del pregón, antes de apagar la televisión, puse el canal 24 horas. Terminó con la actuación de Blanca Paloma, la ganadora de la última edición del festival de Benidorm. Cuando lo ganó Enrique Casellas hace 25 años, en 1998, no suponía el billete para representar a España en Eurovisión. Él ha conseguido algo mucho más importante: llegar hasta la Sevilla del Cielo con su pregón de Semana Santa.

El palmarés del festival de Benidorm está lleno de artistas sevillanos. En 1985 lo ganó el grupo Círculo Vicioso, un representante de la movida local y nacional con músicos auténticos como José María Sagrista o Aquiles del Campo, hermano de Gautama y Salomé e hijo del pintor Santiago del Campo. En 1996 lo ganó el dúo Malizzia & Malizzia, que todavía siguen en activo. La propia Blanca Paloma, aunque nacida en Elche, le debe su tronío en el escenario a una abuela trianera. Y hace cincuenta años, en 1973, ganó el Festival Emilio José, que durante un tiempo residió en la calle Santa Ana, vecino de los hermanos Gallardo.

Todos los días pasa por delante del escaparate de Óptica Romero, junto a San Hermenegildo

Casellas lo ganó el año del Nobel de Saramago y el Mundial de Francia con los dos goles de Zidane a Brasil; el año de la séptima Copa de Europa del Madrid a la Juventus. En 1998 pronunció el pregón en el teatro de la Maestranza Juan Carlos Heras apenas dos meses después del asesinato a manos de Eta del concejal Alberto Jiménez-Becerril y su esposa, la procuradora Ascensión García Ortiz. Un pregón teñido por el dolor de quien tantas veces se había sentado en la tribuna de autoridades.

Casellas no fue a Eurovisión, pero ha hecho alpinismo hasta el Monte Carmelo por las cuestas del Rosario y del Bacalao. Quiero evocar tres imágenes del pregonero. La primera fue a comienzos de 2018. Empezaba el año Murillo, a la ciudad le cogía a trasmano la conmemoración del cuarto centenario del nacimiento del pintor. Mucho antes de las celebraciones oficiales, de las jornadas en las que se ninguneó al principal especialista, Enrique Valdivieso, de los diferentes formatos de homenaje (cómic, conciertos, exposiciones), antes también de la estupenda novela de Eva Díaz Pérez (El color de los ángeles), lo primero que se hizo en esta ciudad sobre Murillo fue por iniciativa de Enrique Casellas. Los capuchinos le abrieron las puertas del convento donde Murillo vivió varios años e hizo una de sus series más icónicas y nos contaron de qué forma estos monjes salvaron algunos de los cuadros del pintor del expolio y la rapiña del mariscal Soult. Yo creo que a la hora de hablar de Dios en su pregón, a Enrique le echaron una mano en chicotá sin igual los ángeles del pintor de la sin mácula.

La segunda visión es en un tren. 18 de noviembre de 2022. Un día antes de que comenzara el Mundial de Qatar. Yo viajaba en el AVE a Ciudad Real para ver un partido de fútbol, el Manchego-Calvo Sotelo. Enrique Casellas iba en el mismo tren y nos bajamos en la misma estación, la capital de los culipardos. Él tenía un compromiso artístico en una hacienda de Moral de Calatrava.

Volvimos a vernos en la plaza mayor, junto a la estatua de Alfonso X el Sabio y el reloj que da las horas con las figuras de Cervantes, Sancho y don Quijote. ¡El pregonero de la Semana Santa de Sevilla! No ocultaron su asombro cuando les dije quién era a mi prima Mari Tere y mi tía Tere. Mi prima tenía a su padre, mi tío Pepe, en el hospital, y murió unos días después. Mi tía volvía de ver a su marido, mi tío Manolo, en la residencia donde se encuentra. Mi único antecedente balompédico: sus tres hijos nacieron en distintas ciudades de equipos donde fue portero de fútbol.

La tercera visión es en el lugar de Sevilla donde más veces nos hemos encontrado y saludado. Enrique es vecino de la calle Jesús del Gran Poder y con frecuencia nos cruzábamos, cada uno a sus asuntos, en las esquinas de Aponte y Las Cortes, junto a san Hermenegildo. Por delante del escaparate de la óptica Romero. Esta calle predica con el ejemplo de vecinos que son cofrades de la hermandad de san Lorenzo: el músico Rodrigo de Zayas, el pintor Manuel Salinas, al que se lo llevó el covid, el tabernero Javier Castro, que aunque cambió de destino laboral su alma sigue merodeando por esta calle. Y Manolo Romero, de Ópticas Romero.

No hace falta ver para creer, pero sí hace falta mirar. La mirada es una palabra fundamental en las catequesis del Papa Juan Pablo II. Manolo Romero es catedrático de la mirada, en su oficio cerca es lejos y viceversa. Hablo (o escribo) sin saber pero no me cabe ninguna duda de que el pregonero y el óptico se han saludado muchas veces. Mientras escuchaba el final de su pregón, en esas esquinas simbólicas de la memoria evocadas en el teatro de la Maestranza, yo veía a Manolo Romero en su mostrador de lentes, dispuesto como Mateo en el mostrador de los impuestos. Transmitió la devoción a sus hijos; Sonia Romero, profesora en las Mercedarias de san Vicente, fue de la primera hornada de mujeres nazarenas del Gran Poder. El Domingo de Pregón es la cuenta atrás. La lectura de ayer fue la de la resurrección de Lázaro. Una coincidencia que es un acicate para la esperanza. La vista de la calle se ha nublado con la ausencia de Manolo Romero, que saldría a la puerta de la óptica para comentar con sus amigos la enjundia del pregón de su vecino, que felicitaría al pregonero si lo viera pasar por la esquina en la que emitía La Voz del Guadalquivir.

Tres asteriscos del pregón de Enrique Casellas, que 25 años después de ganar el festival de Benidorm levantó al público de sus asientos en el teatro de la Maestranza y fue llevado en volandas por los ángeles de Murillo con el visto bueno de los capuchinos de la Ronda.

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