Los hermosos vencidos

calle rioja

En esa casa de la calle Betis se oía a Leonard Cohen junto a Paco de Lucía, Camarón y Duke Ellington, cuya estatua en Nueva York figura en el libro de Javier Reverte

Francisco Correal

14 de noviembre 2016 - 02:34

Había muchas músicas en esa casa. La que se escuchaba era la de Duke Ellington, cuya estatua en Nueva York he visto en el último libro de viajes de Javier Reverte. En el apartamento de Máximo Moreno en la calle Betis se escuchan muchas músicas. Las de todos los artistas a los que este fotógrafo y pintor ha retratado en soportes muy distintos: fotografía, pintura o las portadas de tantos discos, una faceta en la que se puede oír, si nos ajustamos a su primer trabajo, la música de Miguel Ríos. Vuelven a tocar juntos desde la galaxia donde se encuentren Camarón y Paco de Lucía, con sus papeles cambiados, pues Máximo, que los conoció bien, dice que a José Monge le gustaba la guitarra y Paco de Lucía era un cantaor frustrado. Salen ecos de Triana y Alameda, nombres de barrio unidos a sendos grupos fundamentales de la música sevillana. Estremece el retrato godspelliano de Jesús de la Rosa, el trianero de la calle Feria, de la misma forma que Máximo es un trianero de San Luis.

El rock andaluz, las sevillanas de autor, la música de Lole y Manuel que escuchaba en el Callejón del Agua antes de hacerles las portadas de aquellos discos. De familia de artistas, el pasado Jueves su hermano Benito, el autor de la sintonía de El transistor, me recitó mientras paseábamos por el mercadillo una canción dedicada a los turistas que compusieron al alimón Benito y Josele, los dos hermanos varones de Máximo. Meli, la hembra, es la mayor, la única que nació en Madrid, donde a sus padres les cogió la guerra.

Cuando terminé de ver el impresionante trabajo que ha hecho Máximo Moreno con la música andaluza de los setenta y los ochenta, la que tuvieron que legalizar como los partidos, me encontré con una inesperada propina musical. Me despedí del benjamín de los Moreno. En la entrada de la casa hay un pequeño mueble con libros. Fue en septiembre del año pasado. Los miré al azar y encontré dos novelas de Leonard Cohen. Me llamó la atención una de ellas, titulada Los hermosos vencidos. Le pregunté a Máximo que si me la prestaba. Me dijo que sí, pero con un pequeño detalle: el libro no era suyo, sino de su vecino. Razón de más para devolverlo incumpliendo la famosa sentencia de que hay dos tipos de tontos, los que prestan los libros y los que los devuelven.

Salí con la novela de Leonard Cohen a la calle Betis, la leí con ganas y fue el primer libro que terminé de leer el año 2016. Creo que fue el 4 de enero, víspera de los Reyes Magos. Después de la Epifanía lo devolví a la estantería para que el vecino de Máximo no lo echara en falta. Es una novela itinerante, extraña, introspectiva. Con una fuerte carga mística, escatológica e incluso pornográfica. Recuerdo casi un año después que hay una referencia a los Rolling Stones, alguna mención episódica a la Guerra Civil española. El hilo conductor es una india iroquesa que fue la primera indígena que subió a los altares.

Como coincidió con Enrique Morente en el festival de Benicasim, ocasión histórica de la que fue testigo mi hermano Quique, que todavía conserva la emoción de aquel momento, como además se quedó subyugado con la poesía de García Lorca, no le costará mucho trabajo reencontrar esos referentes con las músicas que se esconden en la misma casa donde encontré su novela: Camarón, Paco de Lucía, Manuel Molina, Jesús de la Rosa. Cuatro evangelistas de la música andaluza para acompañar al canadiense que vino a Oviedo a recoger el premio Príncipe de Asturias. Me acordé de su novela cuando le dieron el Nobel a Dylan. Y me acordé de David Bowie. Cada año se lleva un icono de los altares laicos de la música inmortal.

Una novela de Cohen por la calle Betis. Un préstamo indirecto del bético Máximo Moreno. Del manque pierda a la mejor de sus equivalencias poéticas: los hermosos perdidos. La derrota triunfal de Leonard Cohen, el trovador al que engatusó el editor Pedro Tabernero en una bellísima colaboración.

stats