Recuerdo

“No iban a la guerra, venían de tomar una cerveza”

Teresa Jiménez-Becerril, en un momento de su intervención.

Teresa Jiménez-Becerril, en un momento de su intervención. / M. G.

Hoy se cumplen 26 años del asesinato de Alberto Jiménez-Becerril, segundo teniente de alcalde del Ayuntamiento de Sevilla, y de su esposa, la procuradora Ascensión García Ortiz. 26 años. ¿Mucho tiempo? ¿Poco? Eran los años que Alberto tenía cuando estrenó su acta de concejal tras las elecciones municipales de 1987, segunda legislatura de Manuel del Valle Arévalo. Un año después, 10 de mayo de 1988, se casó con Ascensión en la basílica de la Macarena. No les dejaron llegar a los diez años de casados. El asesinato de su hermano y su cuñada sacó del anonimato a Teresa Jiménez-Becerril. La noticia del crimen le llegó por teléfono a Turín, ciudad italiana donde residía. Ayer impartió una lección magistral en el Instituto San Isidoro, el más antiguo de Andalucía. Se dirigió a un auditorio de alumnos nacidos en el siglo XXI para hablarles de un crimen cometido en los estertores del siglo XX.

El día que matan a su hermano se cumplían cincuenta años del asesinato de Mahatma Gandhi. Por eso, junto al cadáver de Ascensión aparecieron tres claveles que su madre llevaba para sus hijos Ascensión (8 años), Alberto (7) y Clara (4), que al día siguiente iban a celebrar en el colegio un acto en el día mundial contra la Violencia. El mismo día que despertaron huérfanos.

“No iban a la guerra, venían de tomarse una cerveza con unos amigos cuando les pegaron tres tiros”. A Teresa le duele recordarlo. Se volvió de Italia para que toda la familia asumiera el duelo y ella fuera la portavoz. Dejó de ser anónima, como Mayte Pagazaurtundúa, hermana del ertzaina asesinado, o María del Mar Blanco, hermana de Miguel Ángel Blanco, concejal de Ermua asesinado en julio de 1997. Fueron Alberto y Ascen los que acudieron al aeropuerto de San Pablo a recibir a Pablo Tororika, alcalde de esa localidad, en la gira que hizo por España recogiendo afectos. Alberto estaba de alcalde en funciones y no imaginaba que medio año después vendrían a por él. En el turno de preguntas, uno de los alumnos le preguntó a Teresa si alguna vez Alberto le expresó el temor a un atentado. “Se reía y me decía: Tere, si soy el 800 de la lista”.

Han pasado 26 años, los que tenía Alberto cuando llegó de concejal al Ayuntamiento

Esta iniciativa es consecuencia de un acuerdo del Instituto San Isidoro con la consejería de Educación, representada por su titular, y la Fundación Villacisneros, por la que acudió su presidente, Íñigo Gómez-Pineda Goizueta. Citó Teresa a Elie Wesel para decir que “lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Peor que la crueldad del agresor es la indiferencia del espectador”. Critica los homenajes que siguen recibiendo los etarras. “Yo conseguí parar dos a uno de los que mataron a mi hermano. ¿Os imagináis homenajes en París a los asesinos de Bataclan o en Nueva York a los que atentaron contra las Torres Gemelas? No pido la luna, sólo que no hagan bailes ni tiren bengalas.

El nuevo aniversario del asesinato de Alberto y Ascen coincidirá con el debate en el Congreso de la proposición de ley de Amnistía. “No hay terrorismo malo, terrorismo bueno y terrorismo light”, dice Teresa, que durante dos mandatos ha sido eurodiputada y ha llevado el legado de Alberto y Ascen a Bruselas y Estrasburgo. Los alumnos le preguntaron por la implicación de Europa y dio a entender que antes cada país tenía sus demonios (Inglaterra el Ira, España la Eta, Italia las Brigadas Rojas…), pero esa visión se globalizó con los atentados yihadistas. “En Europa se asoció a Eta con la lucha contra la dictadura, pero el noventa por ciento de sus crímenes se cometieron en democracia”.

“A Eta no le debemos nada por dejar de matar”, dijo en un abarrotado salón de actos. Dice que nadie le ha pedido perdón en estos 25 años. “Como dice mi sobrino Alberto, dentro de nada vamos a tener que pedir perdón por ser víctimas”. Teresa agradeció el interés del alumnado, el contenido de las preguntas, alumnos que fieles a los postulados de Elie Wiesel se conjuran contra la indiferencia.

Los tres niños que debían llevar los claveles de su madre al colegio ya tienen 34, 33 y 30 años. Treintañeros como lo fueron sus padres: Alberto tenía 37, Ascensión 39. Entró de concejal soltero, se casó un año después y sirvió al pueblo de Sevilla con tres alcaldes: Manuel del Valle, Alejandro Rojas-Marcos y Soledad Becerril, que también figuraba en el elenco de objetivos de los terroristas. Teresa se detuvo en algunos casos sangrantes como los de las casas-cuartel de Vic y Zaragoza, en los homenajes a Henri Parot, cerebro del atentado de Hipercor de Barcelona y cuya detención en un control rutinario en Santiponce evitó su plan de hacer saltar por los aires El Corte Inglés de la Gavidia. Amor de Dios está a dos calles de Jesús del Gran Poder, donde estaba la consulta del doctor Antonio Muñoz Cariñanos, asesinado por Eta el 16 de octubre de 2000.

El acto terminó con versos de Pablo Fidalgo y José Hierro y música de violín. El alumnado despidió con una sonora ovación a la sevillana que tuvo que venirse precipitadamente de Turín cuando descolgó el teléfono. Teresa se despidió de Ignacio Ayza, director del instituto, no sin antes hacer una foto de la plaza donde constan algunos de los más brillantes alumnos del San Isidoro: Bécquer, Manuel Machado, Severo Ochoa, los Álvarez Quintero o Alberto Lista, que fue su primer director. Una lección de historia sobre la pareja que iba a su casa después de tomar una copa en el bar Antigüedades de la calle Argote de Molina. Alberto Jiménez-Becerril da nombre a una avenida continuación de Torneo y Ascensión García Ortiz a una perpendicular que desemboca en los Perdigones. “Mis hermanos Alberto y Paco estudiaron en los Jesuitas, colegio Santo Tomás de Aquino”, dice Teresa.

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