“Lo que más me ha dolido ha sido la indiferencia”: una sevillana denuncia la falta de accesibilidad en Interestelar 2025

Teresa defiende ser de las que "abren caminos aunque, a veces sea difícil" porque "una rampa no es un favor"

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Teresa junto a su familia en Interestelar 2025
Teresa junto a su familia en Interestelar 2025

Sevilla/Para Teresa, el festival Interestelar no era solo un concierto. Era una promesa. Una jornada de música, celebración y alegría familiar, compartida con su marido y sus hijos pequeños, su regalo de Reyes más esperado. Pero lo que debía haber sido una fiesta, acabó teniendo un sabor amargo porque la cultura todavía no es plenamente accesible para todos.

Esta madre sevillana, que convive con una discapacidad, ha compartido una carta dirigida al equipo organizador del festival.

Su testimonio, profundo y honesto, no busca polemizar, sino visibilizar. Porque lo que vivió en el recinto del CAAC no fue solo una sucesión de obstáculos físicos, sino una herida emocional: “duele sentirse invisible”.

"Normas sin sentido, barreras innecesarias”

“No escribo desde el enfado, sino desde la decepción que provoca haber depositado ilusión en algo que al final terminó excluyéndonos”, comienza.

Desde el primer momento, el acceso al recinto ya supuso un problema. Aunque una de las puertas estaba señalizada como “Acceso AMR”, se les negó el paso alegando que era una salida de emergencia. Una contradicción que resume mucho: “Normas sin sentido, barreras innecesarias”, denuncia.

Publicación de Interestelar
Publicación de Interestelar

No osbtante, según cuenta Teresa, lo peor estaba dentro. Caminos imposibles para una silla de ruedas o para personas con movilidad reducida, escalones sin alternativa, zonas sin señalizar, baños inalcanzables. “Llegar de un escenario a otro era media hora. Ir al baño, un mundo. Hubo momentos en los que me quedé sola, porque mis hijos necesitaban ir al servicio y simplemente no se podía llegar”, cuenta Teresa.

"La inclusión no puede ser una promesa vacía"

Y no era solo la logística. “Lo que más dolía no era el suelo de tierra. Era la indiferencia de quienes nos rodeaban. Como si molestáramos. Como si no debiéramos estar allí”. En sus palabras hay cansancio, pero también firmeza. “Una rampa no es un favor. Un espacio accesible no es un lujo. La inclusión no puede seguir siendo una promesa vacía”.

No obstante, durante el festival, cuenta, hubo un momento hermoso. Un asistente espontáneo se acercó y les tomó una foto, “como un regalo a la valentía que estábamos demostrando”. Un gesto que contrastó con la frialdad generalizada.

Por eso ha solicitado al servicio de fotografía del festival que, si tomaron imágenes suyas y de su familia, se las hagan llegar. “Al menos conservaríamos un recuerdo visual de un día que, aunque difícil, compartimos con esperanza”.

Asimismo, la lección, nuevamente, la dan los niños. Su hija mayor, Ángela, de siete años, también reparó en que algo estaba sucediendo: “Está tan acostumbrada a que el mundo no nos vea que, cuando alguien se detiene, pregunta con total naturalidad qué tiene de especial lo que estamos haciendo. Para ella ya es normal. Y eso es justamente lo que duele: que una niña tan pequeña haya integrado esa invisibilidad”.

Su petición

A pesar de todo, Teresa no se rinde. Tiene por delante dos operaciones y un proceso médico complejo, pero no quiere que eso la frene. “Entiendo que haya gente que se rinda, que deje de ir a lugares donde siente que no pertenece. Pero a mí eso no me vale. Yo elijo ser de las que abren caminos, aunque cueste”.

Su petición final es clara y directa: que en futuras ediciones del festival, la accesibilidad deje de ser un trámite para convertirse en un compromiso real. Que se diseñe pensando en todos. “El verdadero espíritu de un festival no se mide por sus luces o sus escenarios, sino por su capacidad de abrir las puertas a todos, sin excepción”, termina el escrito.

Y termina con una cita de la canción El y ella, de Lala Love You, como si lanzara un grito sutil, pero poderoso:

“Que nada nos pare.”

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