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Un mantón de Manila en el Alcázar

  • Genio. Un pavo real en el paseo Antonio el Bailarín junto al Alcázar y la presentación de un libro revisado sobre Enrique el Cojo reavivan la memoria de dos genios universales del baile

Cruce de caminos entre dos genios del baile que han quedado para la posteridad con sus sobrenombres artísticos y universales, Antonio el Bailarín y Enrique el Cojo. Antonio Ruiz Soler (Sevilla, 1921-Madrid, 1996) no daría crédito a la imagen que sorprendió a numerosos viandantes que caminaban por el paseo Antonio el Bailarín, situado entre el barrio de Santa Cruz y los Jardines Murillo, justo donde termina el Callejón del Agua. La primera alerta fue sonora, la onomatopeya del pavo real. Uno de los que forman parte del microcosmos del Alcázar se encaramó a una torre que separa el callejón del paseo Catalina de Ribera. No hay ave con atrezo más hermoso, mantón de Manila redivivo, Antonio el Bailarín lo habría contratado con los ojos cerrados para cualquiera de las coreografías con las que hipnotizó al mundo entero.

Paso todos los días camino del colegio de mi hijo por la calle Álvaro de Bazán, perpendicular a Santa Clara. Allí está la casa donde vivió entre 1923 y 1934 Antonio el Bailarín. Vivió en ella hasta los 11 años. Con 8, después de iniciarse en la academia de Realito, ya actuó ante los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia cuando vinieron a la Exposición Iberoamericana de 1929. Hace uno cálculos con las fechas e imagina que en esa esquina de Álvaro de Bazán con Santa Clara debieron cruzarse muchas veces dos niños tocado con la vara del genio. Uno se llamaba Antonio, el otro Rafael Montesinos.

En 1937, con 16 años, Antonio el Bailarín abandona España en plena guerra civil. Cogió un barco en Barcelona con destino a Argentina. Debutó en Buenos Aires. Permaneció en América durante doce años, recorriendo toda la América de habla hispana y Brasil. Lo contrató la sala de fiestas del hotel Waldorf-Astoria de Nueva York, allí conocieron los prodigios del alumno de Realito, Otero y Pellicer, acompañado de Rosario. Los Chavalillos Sevillanos, versión castiza de Fred Astaire y Ginger Rogers. No tuvo a un Fellini ni a un Stanley Donen, pero dio el salto a Hollywood para intervenir en varias películas.

Antonio el Bailarín regresa a España en 1949. El país está todavía saliendo de los estragos de la posguerra. Regresa a su ciudad natal para actuar en la Semana Santa de ese año en el teatro San Fernando. Llevó a los escenarios la música de Turina, Granados, Falla y Albéniz, el teatro de Lorca. Un año después de su vuelta a España, el escultor Juan de Ávalos (1911-2006) gana el concurso para realizar el Valle de los Caídos. Antes, fue objeto de intentos de depuración política porque había sido militante del PSOE y de convicciones republicanas. Nació una década antes que Antonio el Bailarín y murió una década después. Sellaron una larga amistad que certificó la estatua que Ávalos realizó a la muerte de Antonio el Bailarín y que se encuentra nada más entrar en el cementerio de San Fernando, junto al túmulo funerario de Mariano Benlliure que representa el entierro de Joselito, al que acompañan los restos de Ignacio Sánchez Mejías y de Rafael el Gallo.

Antonio Zoido, director de la Bienal de Flamenco, paseaba ayer por la Alameda con Arsenio Moreno, ex alcalde de Úbeda, novelista y licenciado en Historia del Arte. Antonio el Bailarín participó en la Bienal de 1988. Noche memorable en el Hotel Triana, dominios de Matilde Coral, acompañado entre otros de Chano Lobato y Mariana Cornejo.

En 1988 todavía dirigía la Bienal José Luis Ortiz Nuevo, que mañana presenta en el Espacio Rompemoldes (San Luis, 70) una revisión de su libro De las danzas y andanzas de Enrique el Cojo (Athenaica). Le acompañarán Cristina Hoyos, autora del prólogo, Pedro G. Romero, director de la colección Flamenco de dicha editorial, Ángeles Cruzado, autora de una revisión hemerográfica sobre el bailaor extremeño afincado en Sevilla. Enrique el Cojo (Cáceres, 1912-Sevilla, 1985) fue un maestro heterodoxo.

Como complemento de esta obra, hay un testimonio impagable, la fotografía que Jesús Martín Cartaya hizo en Dueñas de Enrique el Cojo bailando sevillanas con la duquesa de Alba. Está en la exposición del fotógrafo sevillano en Cicus, que cumplió la palabra dada a Cayetana de Alba de que no haría pública la fotografía mientras vivieran sus protagonistas. La duquesa sobrevivió casi tres décadas a su maestro, vecino de Dueñas en la casa de la actual Barreduela Enrique el Cojo, junto a Espíritu Santo.

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