El mayo de hace 50 años empezó en julio

Calle Rioja

Clásico. En julio de 1969 en Berlín Este, empezó Alfonso Grosso a escribir ‘Florido Mayo’, una novela capital que acabó en Madrid y Valencina, donde el novelista falleció en 1995

Alfonso Grosso, escribiendo ante un grupo de periodistas
Alfonso Grosso, escribiendo ante un grupo de periodistas / D.S.

EN julio de 1969, el mismo mes que dos astronautas ponían los pies en la superficie de la Luna, Alfonso Grosso empezaba a escribir Florido Mayo, una de las cumbres de la literatura andaluza, española y contemporánea. Después de las últimas líneas, una traducción muy personal del derrame onírico del monólogo de Molly Bloom del Ulises de James Joyce, aparecen las fechas de inicio y final de la novela y los lugares donde la escribió: Berlín Este, Madrid, Valencina de la Concepción (por error aparece del Alcor). Julio de 1969, Agosto de 1972.

Tres veranos de una obra capital, un Berlín con el muro y un Madrid bien conocido por el escritor sevillano. La ciudad donde en 1959 ganó el premio Sésamo de Relatos y donde, como contaba Carlos Barral en sus Memorias, frecuentaba las reuniones que alentaba el editor catalán en el hotel Suecia al que también acudían Juan García Hortelano, Alfonso Sastre o Armando López Salinas, con quien Grosso remontó el Guadalquivir desde Puebla del Río, navegación que cristalizó en el libro Por el río abajo, que publicaron por primera vez en París en 1966.

No fue la única vez que Grosso vio su obra editada fuera antes que en su propio país. La novela El Capirote apareció primeramente en México. Es un retrato descarnado del submundo de la Semana Santa de Sevilla. “Es la novela más decididamente comprometida dentro de las distintas fases de la obra de Grosso”, escribe José Manuel Caballero Bonald en su prólogo a la edición conjunta que Selecciones Austral hizo de El capirote e Ines Just Coming.

“El único socialrealista que escribía bien”, dice Francisco Umbral en su Diccionario de Literatura (Planeta), con el epígrafe España 1941-1995. De la Posguerra a la Posmodernidad. “Un barroco sevillano, o sea más bien Churriguera, lleno de fuerza, brío y potencia verbal. La comercialización de todos estos valores le llevó a la autodestrucción”. Umbral se refiere a una producción caudalosa, un caso nada común de cantidad y calidad que muchas veces caminan parejas, que no siempre se vio reconocida. En dos ocasiones fue finalista del Planeta, en 1976 con La buena muerte (ese año ganó el premio convocado por el editor Lara Jesús Torbado con En el día de hoy) y en 1978 con Los invitados, su particular visión del crimen de los Galindos ocurrido en julio de 1975 (el Planeta lo ganó en esa ocasión Juan Marsé con La muchacha de las bragas de oro).

Le atraían los crímenes como material literario. En una de las entrevistas que le hice –me dijo que mi segundo apellido, Naranjo, y mi nariz denotaban ascendientes judíos– me contaba que se enteró del asesinato de los Galindos leyendo un periódico en un hotel de Varsovia, donde acudió a un encuentro de escritores.

Conservo una invitación cursada por José Manuel Lara Hernández, como presidente de Editorial Planeta, para la presentación de la novela El crimen de las estanqueras, de Alfonso Grosso. “Hará la presentación de la obra Antonio Burgos”, se lee en la invitación. El acto, al que seguiría un “cocktail” tuvo lugar a las ocho y media de la tarde del 22 de febrero de 1985 en la Tertulia del pub Abades que en la calle del mismo nombre regentaba Fernando Chamorro. Un crimen que aparece en el primer volumen de las Memorias de Alfonso Guerra y que cubrió como periodista para El Caso un jovencísimo Pablo del Barco.

La Universidad de Sevilla, en su colección de Bolsillo, publicó Florido Mayo en 1992 con una cuidada edición de un buen amigo de Alfonso Grosso, el catedrático de Literatura y de Medicina Esteban Torre. La presentación tuvo ribetes de desagravio hacia un autor a veces orillado en los cenáculos literarios que ya por entonces atravesaba un delicado estado de salud. Grosso nace el día de Reyes de 1928 y muere en la más absoluta soledad –a su entierro en Valencina no fueron más de veinte personas– el 11 de abril de 1995. El año que se cierra el viaje de la posguerra a la posmodernidad del Diccionario de Literatura de Francisco Umbral, que también fue finalista del Planeta. Como Benet, Quiñones y Fernando Fernán Gómez. Habría que editar una colección con los subcampeones. Los escritores tocados por el síndrome Pou-Pou, sobrenombre del ciclista Raymond Poulidor, que siempre quedaba segundo en el Tour de Francia.

Sobrino del pintor Alfonso Grosso, el novelista dedicó Florido Mayo a su madre y la abre con el poema de Cernuda Espejismos. Uno en Florido Mayo, el otro en Ocnos, ninguno de los dos nombra Sevilla en dos de las obras que mejor recogen el alma y la esencia de esta ciudad. También sus paradojas y cicatrices.

En la edición de La zanja (Cátedra), José Antonio Fortes empieza su introducción dando cuenta de la aparición en 1980 de El Correo de Estanbul, otra de las novelas del autor. El editor retrata a un Grosso que en 1932, segundo año de la República, entra en los maristas; y en 1938, tercer año de la guerra, en los jesuitas, para terminar en el instituto San Isidoro, cuyo alumnado daría para toda una Enciclopedia. Va cuajando en las tertulias del Rinconcillo y el Salazar, de calle García de Vinuesa.

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