Una mirada más honda del mundo de las cofradías
Reseña editorial
El autor celebra el aumento de libros que tratan el mundo de las hermandades desde una perspectiva espiritual
Contamos con una abundante bibliografía, casi toda excelente, sobre hermandades. Tratan una gran variedad de temas: arte, historia de las hermandades, los oficios relacionados con las hermandades, bordadores, orfebres, cómo las hermandades han influído en la sociedad y cómo los cambios sociales han influído en su desenvolvimiento. También algunos sobre grupos muy concretos relacionados con las hermandades: costaleros, vestidores, o bandas.
Había sin embargo un hueco que, de un tiempo acá, ha empezado a cubrirse lentamente, pero con solidez: el relacionado con la dimensión espiritual de las hermandades, su influencia en los hermanos y en la evangelización de la sociedad. Son pocos todavía, pero empiezan a aparecer en las librerías, y lo que es más importante, a venderse.
A esta sección viene a sumarse Salvados por la Cruz. El autor, Antonio Fuentes Mendiola, no es nuevo en estos temas. Profesor de Sagrada Escritura en la Universidad de Navarra, cuenta con una amplia bibliografía, más de veinte títulos sobre temas educación y formación humana y espiritual, además de su traducción de la Biblia y de la primera versión del Nuevo testamento aprobada por la Conferencia Episcopal.
Ampliamente prologada por el arzobispo de Sevilla, la obra, que incorporamos a la sección de “libros de espiritualidad cofrade”, recoge una serie de reflexiones sobre el sentido de la cruz, esa misma cruz que, cargada por Cristo, o sirviéndole de trono en su crucifixión, pasea por la ciudad. No habla de emociones estéticas, eso no es suficiente. Francisco explica que “creer que somos buenos porque sentimos cosas es un engaño”. Reducir la fe a un sentimentalismo pietista, puede llevar a que el sentimiento se convierta en criterio de verdad, invadiendo las áreas del entendimiento y la voluntad.
Las emociones “rezan” desde luego, pero la oración es algo más. También la inteligencia reza, aunque rezar tampoco es solamente una reflexión intelectual, sin alma. Es todo el hombre, corazón y cabeza, el que reza al Cristo que, siempre inseparable la cruz, nos mueve a la fe.
Este libro aspira a fundamentar nuestra devoción a los titulares, a dar sentido al estremecimiento permanente que nos provoca el Señor con su cruz por las calles; pero también a dar sentido a la cruz de cada día: paro, enfermedad, problemas de familia, o los que vengan, y llevarla con alegría, como el Señor en el paso.
La Sagrada Escritura es anuncio y presencia de la cruz: el sacrificio de Isaac, la serpiente de bronce, el justo perseguido del libro de la sabiduría…. ya en el Nuevo Testamento, el anuncio de Simeón, la huida a Egipto, la Pasión y muerte en la cruz, esa cruz que era tortura para los romanos, escándalo para los judíos y fuerza y sabiduría para los cristianos, que la convierten en objeto de veneración.
Por las páginas del libro van desfilando personajes tan aparentemente alejados de nuestra Semana Santa como el emperador Heráclito, Tomás Moro, el anciano Simeón, Edith Stein, Juan Pablo II o Teresa de Jesús. Todos tienen algo en común: su encuentro con la cruz. Una cruz que, en palabras del autor, «es fruto del amor, no del odio; signo de liberación, no de rebeldía».
En Sevilla se aprecia cómo en los pasos de Cristo, aún en los que recogen las escenas más dramáticas, el Señor siempre tiene una expresión de paz que nace del amor. Asume la Cruz como donación de amor. Tampoco las Dolorosas en Sevilla tienen una expresión de dolor desgarrado, su cara refleja un dolor hondo pero sereno, porque Dios la conforta, no suprime su dolor, pero lo dota de sentido: la Redención y la maternidad de todos.
En Salvados por la Cruz se trata de profundizar en lo inefable, dar razones de nuestra fe. Desde luego una hermandad no sale adelante con sentimientos y opiniones sino con oración y convicciones. Este libro no suprime el sentimiento, pero dota de una mirada nueva, más honda, a la contemplación de los titulares de la hermandad y anima a acompañarlos en esa estación de penitencia que es nuestra vida diaria, a veces con el cirio encendido, otras apagado; pero sin abandonar nuestro puesto en la cofradía del de la vida diaria.
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