“Es un orgullo tutelar a 650 científicos en el Pasteur”

Fernando Arenzana Seisdedos. Jefe en el Departamento de Virología del Instituto Pasteur en París

Su vida ya se divide en dos partes iguales: los primeros 27 años al calor del hogar de su familia sevillana, y los 27 que lleva en París dedicado a la inmunología en centros de investigación médica de primer nivel mundial. Obsesionado por atajar los efectos del virus del sida, tranquiliza sobre la evolución de la nueva gripe.

Juan Luis Pavón

21 de junio 2009 - 08:30

SE resiste al elogio sobre su trayectoria, ha incardinado tanto el espíritu del legendario Instituto Pasteur que tiene más clara aún la necesidad de la modestia. “Es poco sensato dejarse tentar por orgullos en base a las hazañas de uno mismo. El recuerdo de los Pasteur, Metchnikoff, Yersin, Monod y otros monumentos de la ciencia bien vivos, no invitan a tamaña osadía. Como pocos son los privilegiados que acceden a trabajar en este Instituto, de lo que me siento orgulloso es de estar aquí. Sí quiero resaltar mi investigacion que llevó a identificar uno de los mecanismos naturales que bloquea, interfiriendo con uno de sus receptores, la entrada del virus del sida en sus celulas huéspedes”.

Nació en Sevilla en 1954. Casado con una francesa, también médico, tienen dos hijos varones nacidos en Francia y con doble nacionalidad, estudian ahora ingenieria mécanica y bachillerato. Fernando Arenzana vivió su primera infancia entre El Madroño y Huévar, y de los 5 a los 13 años estuvo en Salamanca, para volver a Sevilla. Mudanzas a rebufo de su padre, médico, casado con una estudiante de enfermería que se dedicó a la crianza de cuatro hijos. Fernando estudió en los Maristas en Salamanca y en Sevilla.

–¿Qué le llevó a la medicina?

–Fue una pasión temprana. Quizás al principio el ejemplo de mi padre, que destilaba amor por su profesión y lo practicaba con tanto brío como abnegación. Luego , sin duda, la ciencia médica, la curiosidad por aprehender el funcionamiento normal y patológico del organismo. Me decanté pronto por la medicina molecular.

–Recuerdos de infancia y adolescencia que pesen en su memoria.

–Conservo un recuerdo imborrable de mi estancia en el colegio de Salamanca. Aún me parece mentira haber conocido un colegio donde todo era excepcional para la época: el profesorado, las instalaciones educativas y deportivas e incluso un ambiente de discusión y de tolerancia entre profesores y alumnos que no volví a ver en mucho tiempo. Y ahora que llevo la mitad de mi vida fuera de Sevilla, la memoria me trae a menudo el recuerdo de aquellos días de verano en Huévar, en los que disfrutaba pasear en bicicleta aspirando el olor de las chumberas y de las higueras, en el silencio sepulcral que imponía a todo y a todos el sol y el solano de estas tierras.

–¿Por qué no se quedó a trabajar en los hospitales de Sevilla que le propusieron un trabajo?

–Tenía la idea de adquirir una formación en el extranjero. Me interesaba la immunología y había hecho pediatría. El mejor lugar del mundo para combinar las dos estaba en el Hospital Necker-Enfants Malades, de París. Fueron los pioneros en el tratamiento de las deficiencias congénitas del sistema immunitario (los niños burbuja). Hacia allí me dirigí, mi amigo Antonio Núñez me ayudó a concretar la decisión, en enero de 1981, el año de Tejero y su pucherazo, y el de la llegada al poder de los socialistas en Francia con Mitterrand.

–¿Cómo surgió la oportunidad de vincularse al Instituto Pasteur?

–En 1986 me ofrecieron quedarme en el Hospital des Enfants Malades pero preferí jugar la carta, un tanto aventurera, de irme al sancta sanctorum de la investigacion biológica en Francia.

–¿En qué se diferencia profesionalmente de lo que vivió en Sevilla?

–Ya era un centro de excelencia Enfants Malades, donde por momentos había una docena de médicos extranjeros compitiendo por becas y decisiones favorables que nos permitieran quedarnos en el seno de aquel equipo que fue y sigue siendo el mejor del planeta en su especialidad. Lo que fue nuevo en el Instituto Pasteur es descubrir la diversidad immensa de la biología y de la microbiología coexistiendo en un recinto reducido en el que se acumulan tesoros de experiencia. Añada la cohabitación con individuos de 60 nacionalidades para completar mi ensimismamiento por esta especie de planeta aparte que es el instituto.

En Sevilla tuve excelentes maestros y en el Hospital Infantil de Virgen del Rocío había excelentes profesionales. Empezaba sin embargo a palparse frustración en el ejercicio de una medicina que se masificaba sin remedio y dejaba sin estímulos al profesional. Lo que me llamó la atención al llegar a París fue lo contrario, la entrega de los jóvenes doctores residentes y jefes de clínica, el ardor en el trabajo con jornadas interminables, sin recuperación después de las guardias, las discusiones extensas y profundas del staff médico, la autoridad científica de los jefes. No había lugar para la queja y todo el mundo estaba poseído por el mismo entusiasmo. Luego me di cuenta que estaba en un lugar muy especial que hoy aún mantiene el mismo nivel en un mundo hospitalario francés deprimido y cercado por los criterios de costo y de rentabilidad. Se vive actualmente en los hospitales franceses aquel desencanto que conocí cuando dejé España.

–¿Cómo participa en la organización científica del Pasteur?

–Tengo la responsabilidad, otorgada por el voto de mis colegas, de supervisar las carreras de 650 científicos asalariados del Instituto, presidiendo una actividad que designa los profesores y las promociones, y recluta a los jóvenes investigadores que se incorporan a la plantilla de numerarios.

–¿Qué le diría a la persona que contraiga el virus de la gripe A?

–Si ya conoce el diagnóstico, no le diría nada más que “tranquilo, está en buenas manos”.

–¿Tan peligroso puede llegar a ser este virus de la gripe A?

–No hay razón para pensar que este virus llegue a ser más peligroso de lo que son otros virus de la gripe de ese mismo tipo. Después de esta fase de propagación atentamente seguida por las autoridadees sanitarias, ahora corresponde tranquilizar a la población sobre las consecuencias relativamente benignas de esta infección.

–¿Cómo detectan nuevos virus en cualquier zona del planeta?

–Existen redes de control locales e internacionales que alertan rápidamente de la aparición de casos y trazan la propagación. Ese sistema de alerta está siendo ahora más que nunca desarrollado en zonas como África, China, India o América Latina, antes desprotegidas de vigilancia o impedidas de comunicación. Las epidemias atraviesan el planeta siguiendo todos los rumbos. Hubo un tiempo, recuérdelo, que viajaron con nuestros conquistadores hacia el Nuevo Mundo.

–¿Cómo es su vida parisina fuera de los laboratorios?

–Vivo en las afueras de París, en una zona muy boscosa. Aprovecho para hacer tanto deporte como puedo, en bicicleta ahora, entre robles y castaños, y desde luego intento disfrutar de la oferta cultural de esta ciudad.

–¿Tiene cura en los suburbios de París el virus de la segregación a los jóvenes hijos de inmigrantes?

–Es un tema muy complejo. El problema, que viene de lejos, no es propio de París, aunque aquí se magnifica por la concentración excesiva y masiva de esas comunidades en algunos desastres urbanísticos que fabricaron en los sesenta.

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