Un pueblo (oculto) de la sierra

Calle Rioja

Clásico. En el centenario de Pitt-Rivers, británico autor del estudio pionero de antropología en Grazalema, se recupera un episodio del toro de cuerda de esa localidad de hace 25 años

Vista de Grazalema, en la serranía de Cádiz.
Vista de Grazalema, en la serranía de Cádiz. / D.S.

EL 18 de julio de 1936 era san Federico, igual que el 18 de julio de 2019. Las fechas no se pueden demonizar. Tengo amigos y una compañera que celebran cada 18 de julio el aniversario del nacimiento de sus hijos. La forma que yo elegí para exorcizar los efectos de esa fecha fue, lo reconozco, demasiado traumática. El 18 de julio de 1994, hoy hace 25 años, me arrolló el toro de cuerda de Grazalema, mi cuerpo fue su alfombra. No intuí su giro cuando intentaba saludar al hispanista británico Julian Pitt-Rivers, que contemplaba la fiesta asomado al balcón de un antiguo alcalde de la capital de los pinsapos. Un día antes, el 17 de julio, Brasil había ganado a Italia en los penaltis el Mundial de Estados Unidos.

La historia empezó un año antes. Por Torneo paseaban un hombre más bien enclenque, la cabeza cubierta por una gorra de gorrilla, y un gigante. El más bajo, José María Pérez Orozco, el Gorrilla para sus amigos, catedrático de Literatura, me presentó a su acompañante, el hispanista británico Julian Pitt-Rivers.

Lo convencimos para viajar a Grazalema. El pueblo de la serranía de Cádiz en el que residió entre 1949 y 1952 mientras preparaba su libro The people of the sierra, edición en inglés con título de película de Sam Peckinpah que se convirtió en el primer estudio antropológico sobre un pueblo español. La obra se convertiría en libro de texto en muchas Universidades norteamericanas. Un pueblo en la sierra.

Era en plena España de Franco y para burlar los rigores de la censura, Pitt-Rivers se refiere a Grazalema como Alcalá de la Sierra. En una de sus reediciones, cuenta que “tan pronto estuvo el libro en la calle, recibí un airado telegrama de mi amigo John Marks, entonces corresponsal de Times en Madrid, que decía: ‘Conozco cada pueblo de Andalucía, pero ¿dónde demonios está Alcalá de la Sierra?”.

En la edición de Alianza en castellano (versión de Honorio M. Velasco Maillo) viene con el nombre de Grazalema en la portada. En la dedicatoria que me hace consta la fecha de aquel viaje, 26 de marzo de 1993, cuando nos contó a Paco Cazalla, el fotógrafo, y a mí mismo, que el tiempo que estuvo en Grazalema algunos lo tomaron por espía.

Explicaba con mucho sentido del humor que “elegí esta población en primer lugar, entre otras consideraciones, porque me invitaron al casino y me dieron de beber con más diligencia que en cualquier otro lugar en el que estuve”. El libro se lo dedica “con admiración y agradecimiento” a Julio Caro Baroja. El sobrino de Pío Baroja dirigía el Museo del Pueblo Español cuando Pitt-Rivers viaja a Grazalema.

Antes de partir rumbo a la sierra, en el invierno de 1948-49 el hispanista británico pasó tres meses en Sevilla. Este año se ha cumplido el centenario del nacimiento de Pitt-Rivers (Londres, 1919-París, 2001). La revista Demófilo, de la Fundación Machado, le dedicó un número monográfico. Durante su estancia en Sevilla, le presentaron a Ramón Carande, que le prestó un ejemplar del libro del notario Juan Díaz del Moral Historia de las agitaciones campesinas andaluzas. El historiador palentino y ex rector de la Universidad de Sevilla le sugirió que dado su interés por el fenómeno del anarquismo, debería buscar un modelo en la sierra de Cádiz para contrastarlo con el de Díaz del Moral, cuyo estudio lo había centrado en Córdoba.

En el libro hay un epílogo que escribió en 1988, cuatro décadas después de que iniciara su viaje. Ya ha muerto Franco, España ha entrado en la Unión Europea y se ha producido el recíproco enriquecimiento de emigrantes hacia fuera y turistas hacia dentro. “La población ha quedado reducida”, escribe, “a unas pocas familias tradicionales y a otros tantos extranjeros peripatéticos. En los últimos 35 años las cosas han cambiado más que en todo el siglo anterior. El pueblo de la sierra ya no es el mismo pueblo”.

Alcalá de la Sierra quedó eclipsada por el modelo original. Ese nombre falso le da una connotación literaria, ficticia. En uno de sus regresos al pueblo, contaba que un paisano le dijo: “Parece donJulián que usted ha escrito una novela sobre nosotros”.

Si fuera una novela, algunos de sus personajes aparecen fotografiados en el álbum con el que se cierra el libro. La última imagen, como una metáfora de aquel 18 de julio ahora recordado, es una foto que titula El día del toro. En aquella ocasión, viajé con el fotógrafo José Antonio Delamadrid. Los moratones fueron de tal calibre que tuvimos que suspender un viaje hasta Olvera. Me curó las heridas un enfermero antitaurino. Con la camiseta ensangrentada –la sangre era del toro– subí a saludar a “don Julián”, como le llamaban en el pueblo, donde se convirtió en todo un personaje.

Bisnieto e hijo de militares antropólogos, como cuenta en el prólogo su colega Evans-Pritchard, había sido preceptor del joven rey de Iraq en una de sus primeras misiones. Su trabajo sobre Grazalema lo consagró en la antropología, se incorporó al departamento de la Universidad de Chicago y dirigió el proyecto sobre Chiapas.

La novedad del estudio de Pitt-Rivers es que la mayoría de los discípulos de Malinovski, uno de los padres de esa disciplina científica, hicieron sus trabajos en comunidades de África, sobre todo, Asia y Oceanía. Él se fue a ese pueblo andaluz donde llueve más que en Santiago de Compostela.

Además de los fructíferos paseos por Sevilla conRamón Carande, llegó a Grazalema con sendos salvoconductos de dos compatriotas muy vinculados con Andalucía: Gerald Brenan, que se instaló en las Alpujarras y escribió El laberinto español, que no pierde actualidad, y Raymond Carr, el gran estudioso de la guerra civil española, que se enamoró de este país cuando llegó de luna de miel a un pueblecito de pescadores, Torremolinos, entonces una pedanía de Málaga.

Fue un mes de julio frenético. Dos días antes, festividad del día del Carmen, cuando Suecia y Bulgaria se jugaban el honor del tercer y cuarto puesto del Mundial, con el fotógrafo Javier Díaz fuimos a la Basílica del Palmar de Troya, donde los palmarianos celebraban una misa interminable y sacaban sus imágenes con cuadrillas de costaleros. El cámara tuvo que ir al pueblo –hoy municipio segregado de Utrera– a comprarse una camisa acorde con el protocolo en Don Rebajón.

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