No hay recetas para la banalidad del mal
Calle Rioja
Ópera prima. El farmacéutico Manuel Machuca se estrena como novelista con una historia de la Guerra Civil que acabó en Colombia y presenta hoy en Argentina.
Se apagan las luces y canta Estrellita Castro. Es la banda sonora de Aquel viernes de julio. Primera novela de Manuel Machuca, primera novela de la firma editorial Anantes Gestoría Cultural. Un doble bautismo literario que tuvo lugar en el palacio de los Marqueses de La Algaba.
El autor es farmacéutico y colaborador del Grupo Joly. "La literatura está llena de boticas", dice Concha Caballero, que presentó este libro cuya trepidante acción se inicia en Sevilla la noche del 17 de julio de 1936. La profesora de Literatura y antigua diputada en las Cinco Llagas citó La Celestina y obras de Chejov y Galdós, amén de la farmacia de monsieur Homais tan relevante en la trama de Madame Bovary. Se podría añadir la farmacia conspirativa que Manuel Jurado López recrea en su novela Los meteoros o, a dos pasos de este palacio del barrio de la Feria, la farmacia de Armando Vega Olave, boticario de la calle Peris Mencheta que está a punto de sacar su primera novela.
Aquel viernes de julio es una novela de farmacia. Otro farmacéutico, Rafael Matas, le habló de la obra de su colega al editor Ismael Rojas Pozo. La historia se la brindaron dos clientes. "Un día coincidieron en la farmacia Eduardo y Lourdes, que por razones de edad no han podido venir a la presentación. Hacía años que no se veían y empezaron a recordar cosas de la República y de la guerra".
Así surgió uno de los escenarios de la novela. El chalé Villa Rocío, que de organizar juergas flamencas para señoritos o recibir a Alfonso XIII para que jugara a las cartas se convirtió en gólgota donde murieron fusilados los mineros de Riotinto en los primeros días de la Guerra Civil. El farmacéutico ha escrito su novela con el mismo rigor que le ha dado reputación internacional en la investigación clínica. Además de leer libros de Juan Ortiz Villalba, que estuvo en la presentación, Manuel Chaves Nogales o Nicolás Salas, que la víspera presentó su obra sobre Queipo de Llano, organizó meriendas "con personas de más de 80 años y les pedí permiso para grabarlas".
Con esos cimientos, el novelista da vida a Borja Quincoces, un señorito de la burguesía rural sevillana que después del 18 de julio se pone a buscar a Rosario, una trianera a la que acababa de conocer. De Borja dice Concha Caballero que es "un desclasado ingenuo", paradigma del extrañamiento que preside la novela, "que vuestra ciudad no es vuestra ciudad, que vuestros amigos no son vuestros amigos". A Rosario la compara Machuca por su fugaz presencia y su relevancia dramática con el Kurtz de la novela de Conrad y la película de Coppola. Con su bonhomía de boticario en Nervión y en las Tres Mil Viviendas, Machuca se adentra en el corazón de las tinieblas.
Una historia sevillana que con su trasiego profesional acabó de escribir en Medellín, Colombia, y presenta hoy mismo en Argentina. La idea nació como relato, pero Eduardo Jordá le animó para convertirla en novela. Un producto del taller de literatura en el que prepara su segunda entrega.
Es una novela que se lee sin receta y sin resuello. No es una novela histórica, recalca Concha Caballero, híbrido de anfibios que no son ni historia ni novela. Acompañada de otros ex diputados autonómicos como Pilar González o Francisco Garrido, Concha destaca del autor que haya sabido retratar "el tono moral de esa época", la banalidad del mal y como virtud poética "la transfiguración de personas y lugares". Cines convertidos en centros de detención y pasillos de la muerte, muralla de la Macarena como paredón. La tétrica metamorfosis que llegó al hotel Inglaterra o al Sport, local de la calle Tetuán con el dibujo del Studebaker de Enrique Orce que sale en la portada.
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