Sevilla

Marcos Pacheco Morales-Padrón

Un suceso de la Sevilla del siglo XVII: el incendio del teatro El Coliseo

El autor repasa un suceso que se produjo durante la representación de una obra en el teatro el Coliseo, que estaba ubicado en la calle Alcázares, junto a la plaza de la Encarnación

El incendio en el teatro El Coliseo
El incendio en el teatro El Coliseo / M. G.

10 de agosto 2025 - 06:50

El corral del Coliseo fue un antiguo teatro de comedias del siglo XVII, ubicado en la calle Alcázares, junto a la plaza de la Encarnación, el cual actualmente está rehabilitado como edificio de viviendas. Sin embargo, durante el Siglo de Oro adquirió mucha fama no solo por la calidad y cantidad de obras representadas, si no por tres fatales sucesos. Los dos de los que a continuación hablaremos nos trasladan a tristes incendios/estampidas ocurridas en salas de concierto de nuestro país.

El 23 de julio de 1620 en El Coliseo se representaba la comedia El rey de los desiertos cuando, según cuentan las crónicas contemporáneas, acabando la función salía un ángel en el momento justo que se empezaban a encender las velas del interior. Unas ascuas saltaron a unos lentiscos secos, y estos a la nube del querubín. Fue tanta la turbación que no acudieron pronto al remedio de la llama, y así el fuego fue subiendo al techo. El humo, la confusión, las voces y los llantos, particularmente de las mujeres, fue tan grande que “unas se arrojaban de las ventanas, otras de los corredores, y otras caían desmayadas medio muertas”. Como suele ocurrir, fue mucho mayor el daño del pánico que el del mismo fuego si con orden hubiesen abandonado el corral, pero “como el miedo de la muerte no da lugar a estos discursos, cayendo unas y tropezando otras, empezaron juntamente con el humo a subir al cielo las voces y quejas de las que se ahogaban sin remedio”.

Siendo la centuria de la picaresca sevillana, no podían perder la ocasión los ladrones. Antes más animados de codicia que de lástima, hubo algunos que entraron dentro, antes que el fuego estuviese apoderado de todo, y viendo las mujeres en el estado que se ha dicho, les quitaron las joyas y lo que podían llegando la inhumanidad a tanto que, afirman, “algunos las acababan de ahogar por robarlas más a su salvo, sin que a esto pudiesen dar remedio los que lo veían, cuyo peligro propio no daba lugar de cuidar de la gente”.

El asistente de la ciudad, conde de Peñaranda, acudió luego junto con albañiles, peones y vecinos para salvar los asistentes que aun había en El Coliseo y derribar dos casas colindantes. Resolución esta última muy importante, que de no haberla hecho se hubiera quemado toda la manzana. Las personas que murieron en esta desgracia fueron 15-16, todos mujeres y niños que “no tuvieron valor para escapar”.

En 1692, 72 años después, volvió a repetirse la misma catástrofe en el Coliseo

72 años después en El Coliseo volvió a repetirse la misma catástrofe, como recogen varios anales y relaciones divulgadas por el profesor Morales Padrón. En octubre de 1692 llegó a Sevilla una compañía teatral la cual con unas “figuras contrahechas, a el modo de títeres, representaban unas comedias, con tanta propiedad y artificio, y las figuras tan pulidamente vestidas, dándoles los movimientos con unos alambres, tal al vivo y con tal tenor de voz y acciones, que era cosa de grandísima admiración”.

El 12 de noviembre dicha compañía representó el Esclavo del demonio. Para tal función el asistente mandó a un alguacil que, a fin de evitar que “no fuesen a él los estudiantes y lo alborotasen”, cerrase con llave la puerta del gallinero hasta que acabase.

Mientras la representación teatral duró estuvo toda la gente con “grandísima quietud”, pero casi al terminar había que ejecutar una tramoya significando que aquella era la boca del Infierno, siendo preciso, para demostrarlo, quemar un poco de pólvora que hiciese llama. En ese instante, por ser entrada la noche, el alguacil se encontraba encendiendo las lámparas de los pasillos. Pero, de repente, habiéndose quitado la pólvora que sirvió para el espectáculo, el humo subió a lo alto y con esto una mujer de las que estaban en el gallinero gritó: “¡el corral se quema!”. Acto seguido, el resto de las mujeres se alborotaron y desordenadamente acudieron con gran tropel y furia a querer salir para huir del riesgo. No obstante, llegaron a la puerta del pasillo y se encontraron la verja cerrada, no pudiendo salir del gallinero. Poco a poco en las escaleras se fueron juntando, y con “gran tropel y confusión cayeron, y las que seguían detrás las atropellaban”. Fueron tales las voces, lágrimas y el conflicto, que parecía que “se hundía el mundo”.

Al poco apareció el alguacil que tenía la susodicha llave. Impactado por la situación, trató de desembarazar la escalera para que pudiesen salir las de atrás, aunque con el ruido y gritos de las mujeres “ni los acentos de los que hablaban para sosegarlas se percibían”.

El balance final fue de cinco mujeres asfixiadas. A parte, hubo muchas “descalabradas y aporreadas que salieron muy lastimadas (…) les dio mal de corazón y otras desmalladas”. Muchísimas salieron sin mantos, o hecho pedazos. Por el contrario, en el sector de los hombres no hubo desgracia ninguna, porque con brevedad salieron del patio del corral al tener la puerta abierta; solo algunas roturas y pérdidas de capas, espadas y sombreros.

Al día siguiente mandó el asistente al representante de esta compañía que no actuase más ni en El Coliseo, ni en otra parte de la ciudad, y que la abandonase.

La ciudad, tras lo sucedido, no volvió a conceder licencias para comedias hasta cinco años después (1697), una vez reedificado el edificio. En la sociedad sevillana cundió este último desastre, que los clérigos sermoneaban: “Dios quiera se mantengan en este propósito, que es lo que desean todos, hasta los más vulgares del pueblo, despreciando estos entretenimientos con estos avisos, que tanto se vienen a los ojos para considerarlos”.

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