Dos torres, tres sílabas, cuatro puentes: España

Metrópolis: Plaza de España

El monumento donde mora el nombre del país al que hoy representarán once futbolistas en Moscú. El sueño de un arquitecto, Aníbal González, que muere en 1929, el año de la Exposición, un año antes del primer Mundial de Fútbol

Cocheros de caballos, junto a la fuente de la Plaza de España
Cocheros de caballos, junto a la fuente de la Plaza de España / Víctor Rodríguez

CON esta alineación, la afición española puede estar tranquila: El Cid; Cortés, Magallanes, Velázquez; Murillo, Zurbarán; Quevedo, Góngora, Cervantes, Lope de Vega y Calderón. Los suplentes son de superlujo. Hay sólo dos mujeres, las dos en olor de santidad, Santa Teresa e Isabel la Católica. Una reina, cinco reyes y un presidente de la República, Emilio Castelar. Si hay un lugar en Sevilla donde las tres sílabas de la palabra España ondean como una bandera del espíritu es la Plaza de España, centro neurálgico de una Exposición Iberoamericana que se inauguró en 1929, el mismo año que muere Aníbal González, el arquitecto que la diseñó y la soñó. Un año antes de que Uruguay le gane en la final a Argentina el primer Mundial de la historia.

España da nombre a un Colegio que fue pabellón de la Prensa de la Exposición, en una plaza presidida por las cuatro estatuas de Manuel Delgado Bracquenbury y que parecen resumir las virtudes que ha de reunir la selección española: la Ciencia, el Arte, el Genio, el Trabajo. En 1926, Aníbal González presentó la dinmisión como arquitecto director de la Exposición por desavenencias con el comisario José Cruz Conde. Y le sustituye Vicente Traver, un arquitecto levantino que además diseñó el Casino de la Exposición y el actual Teatro Lope de Vega. El 12 de octubre de 1987 este conjunto arquitectónico se convirtió en pabellón oficioso de Rusia para acoger el Mundial de Ajedrez que disputaron Anatoly Karpov y Gary Kasparov. Nunca se habían reunido tantos rusos en Sevilla. Rusos de carne y hueso, es decir, asesores, intérpretes, analistas, familiares, espías, fetichistas. No los rusos figurantes y de rigodón que convocó Warren Beatty cuando rodó en Sevilla Rojos, su particular adaptación de los Diez días que estremecieron al mundo de John Reed.

La Plaza de España, recientemente considerada el segundo edificio mejor valorado del mundo, tiene dos torres y cuatro puentes. La Torre Sur ha cambiado de inquilino: a Antonio Sanz lo ha sustituido como nuevo delegado del Gobierno en Andalucía Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, que medita la posibilidad de convertirse en residente de este edificio hijo de un concurso convocado en 1911 y de unas obras que se prolongaron desde 1914 a 1928. La obra magna de un arquitecto cuya biografía escribió Víctor Pérez Escolano en un libro con tres ediciones.

De norte a sur, están los cuatro puentes de Aragón, Navarra, Castilla y León. Cuatro territorios de interior con arrestos y afanes para promover una aventura transoceánica. Referentes de una España deshabitada que fueron en tiempos potencias de un país más grande e inabarcable que la Rusia de los zares y la de Lenin.

En la Plaza de España se mezclan músicas diversas: Despacito y Tu Frialdad. La bandera de España ondea en lo alto de Capitanía. Un grupo de turistas polacos escuchan a la guía junto al apeadero de las barcas. Un Papa polaco visitó Sevilla el año del Mundial de España. Otro grupo de turistas rusos aparecen por los bancos de Alicante y Almería, como si en este orden alfabético de las provincias buscaran el sol y la playa. “El turismo ruso es muy bueno, con ropa de marca, y de alto nivel adquisitivo”, dice Iván Jiménez Orozco, cochero de caballos de nombre ruso. Sus compañeros circundan la fuente central donde se hacen reportajes fotográficos de primera comunión.

A Rusia se puede ir desde esta España real y simbólica en Citroen y en versos de Rubén Darío. En un coche moderno y con un poeta modernista. “El bar Citroen nunca fue pabellón, nació como bar”, dice Benito González, tercera generación, nieto de un “buscavidas” de Cantillana, otro Benito González que abrió el establecimiento. Es obra de Ignacio Gómez Millán, cuñado de Aníbal González “y primo de mi suegro”. La arquitectura de autor está incluso en este bar que tiene en su carta la ensaladilla rusa. “Lo que no tenemos son los polvorones de Estepa”, bromea Benito nieto, que recuerda la abundante clientela rusa que se acercó por el local cuando se inauguró el Mundial de Ajedrez en el teatro que dirigía José Luis Castro. El bar nunca fue pabellón ni cambió de nombre. “Mi abuelo eligió ese nombre porque todos los taxis que había en la Exposición del 29 eran Citroen”.

La Raza debe su nombre a un poema de Rubén Darío cuya primera estrofa se puede leer en el obelisco situado en la entrada dle parque. Versos de un poeta nicaragüense que si no fuera por lo políticamente correcto podrían ser la letra del himno sin letra, que no iletrado: “Ínclitas razas ubérrimas, / sangre de Hispania fecunda...”. La Raza abre sus puertas en 1954, el año del Mundial de Suiza que ganó Alemania. Paradojas de la vida. Suiza sigue en el Mundial, Alemania se fue. Fue el cuarto establecimiento de una aventura que inició José Rodríguez Cala en 1932 con Barbiana, que estaba donde ahora está el Zara de la Campana; en 1938, año del Mundial de Italia, abre Los Corales en la calle Sierpes, lugar de las tertulias de Belmonte y Rafael el Gallo; en 1946, la Hostería del Prado. Pedro Sánchez Cuerda, nieto del pionero, es uno de los cuatro socios junto a José Ignacio de Rojas, Pedro Peláez y Daniel del Pozo, hijo del arquitecto Aurelio del Pozo, coautor con Luis Marín de Terán del teatro de la Maestranza, el Lope de Vega de la Exposición del 92. La Raza tiene ensaladilla rusa, que hace Rosendo Flores. Y en la terraza ha puesto una pantalla de televisión para ver los partidos. El Rusia-España de hoy, ecos del gol de Marcelino, coincidirá con la hora a la que vendrá la Paz por el parque un Domingo de Ramos para el que faltan 267 días, según las cuentas de la Agenda del Rancio en su Año del Altramuz.

En el Lope de Vega ya no hay rusos. Se anuncia la próxima temporada teatral, que abrirá Luces de bohemia, de Valle Inclán. En el programa están Ionesco, Galdós, Ingmar Bergman, Stefan Zweig, el Woyczek de Viento Sur y el Sermón del Bufón de Boadella. Lo más ruso de la programación quizá sea la Antología del Cante Flamenco Heterodoxo del Niño de Elche, topónimo que aparece en el banco de Alicante de la plaza de España, ilustrado por una batalla en la que intervino Amílcar Barca, padre del Aníbal cartaginés, tocayo del arquitecto que diseñó este entorno incomparable. Secuela de un plan de ensanche que en 1917, el año de la Revolución Rusa, proyectó Juan Talavera y Heredia.

Rusia y España comparten con Roma y Estados Unidos unas imaginarias semifinales en el libro Imperiofobia y leyenda negra de María Elvira Roca Barea. Dos imperios venidos a menos que sonarán imperiales cuando los once iniciales salgan al terreno de juego, rectángulo parecido a un tablero de ajedrez, con los analistas, como aquellos del Mundial del 87 en Sevilla, en la cabina del VAR, que en el envite de peones y alfiles era un BAR en triplicado: el Citroen, La Raza y el Luna Park, nombre bonaerense que fue Montpensier con Jesús Quintero y está cerrado con el nombre de Bandalai. Rusia tuvo una emperatriz, Catalina la Grande, que reinó 34 años, uno menos que los 35 de Isabel II, la del puente de Triana. El bar Citroen da a la glorieta de Goya y La Raza a la de Bécquer, que nace un año antes de que muera Pushkin. Románticos, como el fútbol de antaño.

Viaje capicúa de Primo de Rivera a Felipe González

Del 29 al 92 hay un viaje capicúa desde la España de Primo de Rivera a la de Felipe González. ElMundial de Rusia ha establecido en los octavos de final curiosos emparejamientos. De los partidos disputados ayer, el pabellón de Portugal de la Exposición del 29 estaba fuera del recinto del parque y el de su rival,Uruguay, está dentro. El Brasil-México del lunes es un guiño al tratado de Tordesillas. Como los honores deshonoran, que decía Alejo Carpentier, 1992 fue la última vez en los últimos 44 años que España estuvo ausente de una gran competición internacional de fútbol, la Eurocopa de Suecia que ganó Dinamarca. Dos supervivientes en la primera criba del Mundial de Suiza, ambas rescatadas en la repesca. La Eurocopa del 92 la ganaron los daneses, que sustituyeron a Yugoslavia, descalificada por la guerra de los Balcanes. España compensó esa ausencia con el oro olímpico en los Juegos Olímpicos de Barcelona frente a Polonia y con la Copa de Europa del Barcelona en Wembley frente a la Sampdoria de Génova. El Betis, además, estaba en Segunda División en su travesía del desierto. España se enseñorea de esta plaza que diseñó Aníbal González. Su suegro, José Gómez Otero, hizo la Casa Guardiola. Sus cuñados José y Aurelio Gómez Millán firmaron el Coliseo España.

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