Un vampiro en el sofá

calle rioja

Teatro. En la festividad de Madrid, viene desde un teatro de la capital 'La familia Adams', el musical más aplaudido que forma un pelotón de fusilamiento contra la grandilocuencia

El elenco de actores con los responsables del espectáculo y las autoridades en la presentación a final de enero.
El elenco de actores con los responsables del espectáculo y las autoridades en la presentación a final de enero. / José Ángel García
Francisco Correal

02 de mayo 2018 - 02:35

Han pasado más de cuatro meses desde que vimos la obra y raro es el día que no se me escapa la sintonía. A finales de diciembre vimos en el teatro Calderón de Madrid La familia Adams, que este miércoles llega en su gira al Cartuja Center. Ese ritmo ha sobrevivido a villancicos, chirigotas, marchas procesionales, himnos balompédicos, incluso a la canción que nos representará en el festival de Eurovisión cincuenta años después del triunfo de Massiel.

Llevamos los paraguas a Madrid, pero no llovió ni un solo día. Atravesamos media calle San Bernardo, donde estaba la antigua Universidad que sale en los episodios de Galdós y en alguna novela de Baroja, y en la Puerta del Sol, que ya se preparaba para recibir a un año nuevo que ya empieza a oler a naftalina, fuimos hasta Atocha, al teatro Calderón. Recuerdo que la cola era impresionante.

Convierten, como en 'El jovencito Frankenstein', el barro del terror en arcilla de la mejor comedia

Cuando la Feria trenza el final de abril con el comienzo de mayo, el real se llena de madrileños que aprovechan el puente de su comunidad. Este 2 de mayo los únicos madrileños que van a venir a Sevilla van a ser los del elenco de la familia Adams. Nos regalaron dos horas de ingenio y de simpatía con un reparto que encabezaba la muy versátil actriz Carme Conesa. Una familia disparatada para una propuesta de teatro familiar y desenfadado en este tiempo de enfados, monsergas y perdonavidas.

La revolución que se produce en cualquier familia con la llegada de un nuevo miembro es un clásico en la literatura y en la vida misma. Es lo que ocurre con la historia de amor que sacude los cimientos de un núcleo familiar que es un puro esperpento. En el Madrid que en los años setenta acogió las primeras propuestas del teatro del destape, el correlato teatral de la apertura política, a las escenas de cama las sustituyen las escenas de sofá, el mueble fundamental en la trama, un icono en las divertidísimas desavenencias conyugales del matrimonio troncal de la historia. El sofá es la celda doméstica del marido cuestionado, vilipendiado.

En la patria chica de Daoiz, el heroico socio del montañés Velarde, La familia Adams es un pelotón de fusilamiento contra el aburrimiento y la grandilocuencia. De una comunidad sin presidenta, de una ciudad que ayer se llenó de alemanes cerveceros llega hasta la Cartuja una catarsis de buen rollo, una historia de enredos vodevilescos entre Buster Keaton y la venganza de don Mendo. Con sátiras monstruosas de Boris Karloff o Yvonne de Carlos, la licantropía y los vampiros le regalan al espectador una historia de malos sin maldad y de buenos sin gazmoñería. Han pasado cuatro meses, el Barcelona había ganado en el Camp Nou, Aguilar y su secreto de la sangre encebollada habían cerrado para siempre, la Lotería de Navidad había dejado un buen reguero de millones en Lebrija. El reloj de la Liga se había parado y volvía el día de Reyes, con el triunfo del Betis por 3-5 en el Sánchez-Pizjuán. Eso pasa hasta en las mejores familias, como La familia Adams. El año acabó sin fútbol, pero con teatro. Con la sonrisa en los labios, en noche cerrada volvimos a atravesar la calle San Bernardo, en la que por cierto nos cruzamos con Fernando Sánchez Dragó muy bien acompañado. En cada viaje a Madrid me gusta siempre coincidir con algún personaje popular. Lo saludé, le dije que había hecho la mili con un hijo suyo y que por esas fechas, cuando en los teatros de Madrid ponían La resistible ascensión de Arturo Ui de Bertolt Brecht o Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca de Martín Recuerda, presentó en el Ateneo su ya clásico Gárgoris y Habidis. Era la época de El jovencito Frankenstein de Mel Brooks, un finísimo precedente de La familia Adams en esta sutil orfebrería teatral de transformar el barro del terror en arcilla de la comedia.

El aburrimiento tiene una injusta mala fama, pero hay formas de combatirlo que son muy dignas de aplauso. En ese viaje también fuimos al Prado, el Thyssen, la Almudena, el Jardín Botánico y el Santiago Bernabéu, pero todo eso sigue en Madrid, donde hoy es fiesta y se abren los toriles de San Isidro, esa pradera que uno siempre asocia con un cuadro de Goya y los chulapones de la zarzuela.

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