COMOQUIERA que el viento ha rolado y que ahora parece soplar de popa, el compromiso del Sevilla esta noche en Mestalla se antoja con la carga de optimismo adecuada. Se prevén tiempos similares a los más recientes, esos en los que el equipo sevillista solía pescar de forma abundante en el recinto valencianista. Y, además, con todo más cerca de la normalidad, no conviene olvidar lo que un Valencia-Sevilla siempre significó.

Tampoco conviene olvidar que, precisamente, fue el equipo valencianista el que empezó a sumir al Sevilla en la pesadilla que está siendo el presente curso. Fue en la primera jornada, muy fresca la séptima conquista continental, cuando Javi Guerra, sobre la última campana, le proporcionaba al sevillismo el primer disgusto de la temporada. Fue una derrota inesperada que sería el inicio de una sarta de despropósitos que ahora parece que lleva camino de enderezarse.

Y es que las dos victorias consecutivas ante el Rayo y el Atleti, junto a la eclosión de Isaac Romero, hacen que esto de hoy en Mestalla no tenga el cariz dramático de no hace mucho. Claro que la realidad es que el Valencia anda muy por encima en la tabla. Doce puntos es la distancia entrambos, lo que le da vitola de favorito a los locales. Y estamos ante un Valencia renovadísimo con savia joven y al que parece haberle dado la pócima adecuada Rubén Baraja, Pipo para los amigos.

Curiosamente, el Sevilla va a una aventura que de salirle bien le vendría estupendamente al eterno rival, pues el Valencia es uno de los que más cerca del Betis dejan oír sus ladridos. Pero no deja de ser anecdótico y la verdad es que este Sevilla que le ha cedido la pancarta a Isaac Romero parece en las condiciones adecuadas para reeditar éxitos en ese mismo sitio. Es un partido este Valencia-Sevilla, que siempre acarrea recuerdos como aquel de M’Bia cierta noche europea.