De González Catán a... Tiflis

Sevilla FC-Valencia CF | El otro partido

l Lopetegui alineó a cuatro de los cinco argentinos de la plantilla en su once ante el Valencia

Montiel, Lamela y el Papu participaron en el primer gol

El Papu Gómez y Lamela celebran el primer gol.
El Papu Gómez y Lamela celebran el primer gol. / Antonio Pizarro
Jesús Alba

23 de septiembre 2021 - 08:08

El triángulo mágico de los triunfos de Monchi está bien claro. Fichajes franceses, brasileños y argentinos. No hay más. Son los que le han dado la gloria al de San Fernando en su labor de director deportivo y los que han hecho grande al Sevilla. Y lo dijo en alguna ocasión el gaditano. “Es un país al que solemos mirar mucho. De hecho, mi primer viaje fuera de Europa para ver futbolistas fue a Argentina, en el año 2001, calculo que fue en marzo o abril, y fui empapándome de lo vuestro e intentando colonizarlo”, confesó recientemente en una entrevista para el diario Olé.

Sabido es que su debilidad está en el recuerdo de Carlos Salvador Bilardo, Maradona, Simeone... y aquel año mágico en el 92 sevillano, y el pisalo, pisalo a Domingo Pérez que dio la vuelta al mundo.

Lopetegui, con su alineación, le hizo un guiño a la legión albiceleste de la plantilla sevillista y nada menos que cuatro jugadores argentinos fueron titulares ante el Valencia, debut incluido de Gonzalo Montiel, que gustó en el difícil reto de dejar a Jesús Navas en el banquillo.

Predilección

El triángulo del éxito de Monchi lo forman los fichajes franceses, brasileños y argentinos

El Papu Gómez, Erik Lamela y Lucas Ocampos completaban el cuarteto potrero en un partido con sabor a las ligas de siempre. Un Sevilla-Valencia también hizo durante cierto tiempo las delicias del aficionado argentino. A la memoria, un duelo Bertoni-Kempes, aquella dupla campeona del mundo en el Mundial 78 en aquella final ante Holanda, sí Holanda por aquellos días y de toda la vida de Dios. Papelitos blancos volando por todo el Monumental y el Matador valencianista con sus larguísimas piernas sobresaliendo por aquellas minúsculas calzonas abría los brazos buscando abrazos. Los encontraba en el dorsal 4, aquel Bertoni que ya entonces, en esa final, era orgullo del sevillismo. Recién firmado, cuando los fichajes se hacían antes de los Mundiales y no después haciendo eternos los mercados.

El Papu marcó a los dos minutos. Tras bailar con timidez, parte de su dedicatoria fue para Acuña, único argentino que no jugó. Otra dedicatoria, seguro, sería para Banega, el argentino que jugó en el Valencia y en el Sevilla y, lo más curioso, en ambos clubes en dos etapas distintas. Por medio, los pasos por el Atlético y por el Inter, otras dos plazas históricamente marcadas por estrellas argentinas.

El primer gol fue la antología del tango. Lo inició el que se crió en González Catán, y no fue en colectivo –como en la letra de Sabina en Dieguitos y Mafaldas– sino picando a Carapuchy, la tierra de Lamela. Y de éste, con ese pase de ensueño por el interior hasta las plantas de Mamarsdasvhili, a la cancha de Boca, del Buenos Aires cuna del Papu. Un portero georgiano la verdad es que chirría en toda esta historia, pero ahí estaba.

Por Laguna, el Papu, jugando al regate de si por dentro o por fuera, iba soñando aquello de “hoy ganamos el partido” cuando corría tras el balón de Lamela. Lo pateó con el alma, como de González Catán a Tirso de Molina, para hacer grande a toda la Argentina.

Todos los itinerarios llevaban al gol a los argentinos del Sevilla. Rozó el Papu el cuarto y jugaba Ocampos su primer partido titular, como Montiel.

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