Los matices y su vital trascendencia

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La titularidad de Sandro como '9' y la de Roque Mesa, principales gestos de Caparrós en el dibujo

Lo otro fue más importante: el Sevilla está vivo

Banega celebra alborozado su gol, que marcó de penalti que se buscó Sandro, ante Illarramendi y Llorente.
Banega celebra alborozado su gol, que marcó de penalti que se buscó Sandro, ante Illarramendi y Llorente.
Eduardo Florido

05 de mayo 2018 - 02:33

Había añadido Jaime Latre cuatro minutos a un partido agónico. Cuatro larguísimos minutos que fueron el papiro donde recitó su reestrenada carta de presentación quien no necesita ser presentado en Nervión, Joaquín Caparrós Camino. Había ganado una falta a favor Sandro tras pelear una pelota que parecía imposible y se leyó en los labios del utrerano una frase que suena a gloria en muchos sevillistas que echaban de menos ese toque de bilardismo: "No se juega más, no se juega más". Luego llegó una tangana por un manotazo de Willian José a Mercado. Fue el epílogo del sufrimiento, la última falta colgada sobre David Soria. Pitó el árbitro el final y respiró Nervión, con un nombre en la boca de todos.

Caparrós hablaba en las vísperas de su reestreno en el Sevilla, trece años después nada menos, de que sólo añadiría algunos matices al trabajo táctico-técnico que ya habían realizado sus predecesores en el cargo. Un par de retoques ante la falta de tiempo. Un ejercicio de realismo ante la viciada trayectoria del equipo. Y a ello se aprestó. Ubicó de delantero centro, por fin, a Sandro, un futbolista infrautilizado como extremo izquierdo por Montella. Dio la titularidad a Roque Mesa, otro jugador no aprovechado por el italiano, para reforzar el centro del campo aportando frescura y calidad. Adelantó a Banega, que jugó en la mediapunta con cierta libertad, como en los tiempos de Emery. Y confió en Nolito antes que en Correa. Amaneramientos, los precisos, pensaría el utrerano. Luego, el fútbol, el partido, le fue dando más pistas.

Por ejemplo, que Sarabia está fundido, casi tanto como Escudero. Que Banega está al límite de sus fuerzas por pura sobreexplotación y que, en el otro polo, Roque Mesa terminó con calambres por su falta de partidos. O sea, que unos futbolistas no tienen ritmo y otros están pasadísimos de rosca. Y que Nolito no da para ese fútbol de ir a una guerra sin cuartel: su falta de forma es por un defecto de formación deportiva. Y que el gol cotiza carísimo en Nervión.

Sin embargo, con todo eso tan condicionado por la mala planificación y la mala gestión de sus predecesores, Caparrós dio un alegrón a los suyos y les demostró que el Sevilla vive. Desde el 13 de marzo no ganaba el Sevilla, como si hubiera sufrido una maldición por profanar el Teatro de los Sueños. Y el sevillismo empieza a despertar de la pesadilla por esa intensidad, por ese fundamentar el fútbol en los buenos (Roque Mesa, N'Zonzi, Banega...) pero sin tontear cerca del área, aunque por eso mismo no tuviera continuidad el juego. Confiar en los buenos... y en los que hay. Pero sobre todo en convencer a todos de que hay que hacerlo como sea, aunque sea sin jugar... Ya no se juega más es una preciosa hipérbole caparrosiana, y es parte del juego. Y sí, hay más juego.

Ni pitada ni lleno en el reencuentro tras la final copera

Había cierta expectación por ver cómo el sevillismo recibiría a su equipo en el Ramón Sánchez-Pizjuán, después de la catastrófica final de la Copa del Rey, que se llevó por delante a Óscar Arias y Vincenzo Montella, éste de forma retardada. Volvían a reencontrarse hinchas y futbolistas después de los pequeños altercados en el viaje de vuelta de Madrid y no hubo pitada ni bronca. El efecto Caparrós dio frutos y el hincha se centró más en apoyar a los suyos, en vivir con nervios cada instante del partido, que en criticar o pitar. Eso sí, no hubo lleno, pese a la oferta del club para socios de adquirir dos entradas por una.

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